Jueves, 25 de Abril de 2024

Coaliciones y desconcierto

ChileEl Mercurio, Chile 8 de julio de 2018

La falta de visión estratégica común y las dudas sobre su propia identidad han signado de desconfianza las relaciones entre las fuerzas de centroizquierda. La tesis de que las instituciones deban someterse a una suerte de régimen paraestatal, sin margen de excepción frente a deberes que quebranten su ideario valórico, contraría principios básicos de la centroderecha y del ordenamiento institucional.

Con la libertad de quien -luego de sufrir una derrota traumática- tomó distancia de la batalla política cotidiana, la ex alcaldesa, ex diputada y ex ministra Carolina Tohá ha efectuado una cruda reflexión sobre la situación de la centroizquierda, un sector que hoy "no tiene relato de sí mismo que no sea renegar de sí". Sus palabras coinciden con otra semana de desencuentros entre los partidos de la ex Nueva Mayoría, ahora a propósito de la votación en el Senado para aprobar la designación de una nueva jueza de la Corte Suprema. Los parlamentarios PS -sometidos a la presión de sus diputados y a las críticas del Frente Amplio- se bajaron a último momento de un acuerdo para apoyar el nombramiento. El episodio, lejos de ser puntual, dio otra muestra de cómo la falta de visión estratégica común y las dudas sobre su propia identidad han signado de desconfianza las relaciones entre quienes alguna vez integraron un mismo bloque.
Figura relevante de la antigua Concertación, tal como su triunfo municipal de 2012 precedió la arrolladora victoria presidencial de Michelle Bachelet al año siguiente, su derrota en 2016 a manos de una figura entonces relativamente desconocida, como era el actual alcalde de Santiago, Felipe Alessandri, igualmente anticipó la posterior pérdida del gobierno y el fin de la Nueva Mayoría. Las reflexiones de Tohá tienen el valor de provenir de quien ha sido parte del corazón de la centroizquierda y protagonizado algunos de sus mejores y peores momentos. En su visión, los problemas del sector se remontan a la primera vez que este perdió el poder, en 2009, cuando privilegió la idea de retornar a La Moneda por sobre indagar las causas de su caída. Sin haber hecho un proceso de renovación, hoy se observa el "agotamiento" de una fuerza que, habiendo tenido grandes logros, ahora aparece "profundamente destartalada". La expresión refleja el panorama de una centroizquierda donde el propio partido de Tohá, el PPD, no logra definir su camino, zarandeado por las distintas almas internas. Mientras, el PS -la colectividad que mejor sobrevivió al naufragio de la NM- se autoproclama el "centro de la izquierda" y, ante la amenaza que le supone el Frente Amplio, termina jugando a emularlo. La DC, en tanto, a la que su participación en el segundo gobierno de Bachelet le significó costos traumáticos -en términos doctrinarios, de votos, de representación parlamentaria y de pérdida de figuras históricas- evita por ahora comprometerse en nuevas alianzas mientras busca su destino.
Centroderecha: desistir no es gratuito
Pero si a seis meses de la derrota la centroizquierda no logra superar el desconcierto, en Chile Vamos no todo son certezas. El gobierno de Sebastián Piñera se muestra exitoso. En un corto período ha logrado imprimir nuevo ritmo y ánimo al país, de lo que dan cuenta las cifras económicas y la aprobación de las encuestas. Con todo, igualmente la centroderecha se plantea interrogantes de fondo respecto de su proyecto y los principios que lo sustentan. Para muchos, la facilidad con que el Gobierno hizo suya la tesis de la Contraloría respecto de los márgenes de la objeción de conciencia también resultó desconcertante. Incluso más allá de las acendradas convicciones sobre el aborto que comparte la mayoría del sector, se juega aquí toda una concepción respecto del papel del Estado y la sociedad civil. La lógica de que, porque el Estado aporta recursos para la provisión de ciertos bienes, las instituciones deban someterse a una suerte de régimen paraestatal, asimilándose a organismos públicos y sin margen de excepción frente a deberes que quebranten su ideario valórico, supone una severa limitación de su autonomía y por ende del pluralismo, y contraría así principios básicos no solo del sector, sino de nuestro ordenamiento institucional.
Es cierto que originalmente el Gobierno tuvo otra tesis y que al retroceder ha evitado escalar un conflicto que ya le significó a un ministro ser acusado constitucionalmente; con todo, el no dar batallas importantes no carece de costos. Cuando dejan de defenderse principios esenciales -ya sea por ahorrarse un enfrentamiento o por cálculo político-, estos se debilitan y -como la mencionada crisis de la centroizquierda lo ha dejado claro- las identidades se pierden.
El fantasma del cogobierno
El referido debilitamiento es un peligro al que no solo se exponen las corrientes políticas, sino también las instituciones. Por eso ha llamado la atención el que, en reciente decisión, solo dos decanos de la más prestigiosa universidad del país se hayan opuesto a dar voz y voto a los estudiantes en la conducción del plantel. Con la lamentable experiencia que significó el cogobierno universitario, es ingenuo suponer que las contemporizaciones puedan ser una estrategia exitosa, y que, concedido el punto conceptual, ello no vaya a dar pie a la exigencia de nuevas y mayores concesiones, en sentido inverso a la naturaleza de la universidad.
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