Jueves, 28 de Marzo de 2024

Un paseo por el Kremlin de Moscú

ColombiaEl Tiempo, Colombia 11 de julio de 2018

GABRIEL MELUK - ENVIADO ESPECIAL (mOSCÚ) @MelukLeCuenta
La inmensidad de Rusia se explica y se recorre en una visita al Kremlin, una obligación con la historia y la cultura de este país que tan gratamente acoge la Copa del Mundo 2018

GABRIEL MELUK - ENVIADO ESPECIAL (mOSCÚ) @MelukLeCuenta
La inmensidad de Rusia se explica y se recorre en una visita al Kremlin, una obligación con la historia y la cultura de este país que tan gratamente acoge la Copa del Mundo 2018. Unos zapatos cómodos, paciencia para las interminables filas y buena disposición hacen falta para caminar lo que se permite de los 130.000 metros cuadrados que hay en este recinto, que tiene cuatro edificios principales y se encierra en el corazón de Moscú, entre el hermoso jardín de Alejandro, el río Moscova y, en un costado, la eternamente famosa plaza Roja. Al calor del sol que por estos días alegra a la capital rusa, se escuchan quejas por las demoras en la venta de tiquetes y por los sucesivos controles policiales en todos los idiomas y todos los acentos. A punta de traductor intentan los turistas entrar a una plaza de la Armería cerrada por venta total de entradas, al conjunto de iglesias y hay quien pregunta si la residencia de Putin se puede ver también. "No, Disney" contesta en su mal inglés el primer guardia, apostado justo después de pasar el portal de madera enorme, imponente, como el Kremlin y como Rusia. Antes, en la puerta, el guardia se deja tomar fotos solo sí no invaden su espacio vital. Un pie sobre el pequeño escalón en el que se ubica y el arma en su mano derecha da un golpe seco para avisarte: ¡no estoy jugando! Se supone que dice, claro, porque este personaje no pronuncia palabra, parece que le da alergia el turista y encima el ruso habla ruso y punto. De ahí en más, el problema de la comunicación es de otro. En fin. Al entrar está el palacio del Kremlin, el gran edificio estatal, las catedrales y la imponente residencia que habitan desde 1991 los presidentes, entre ellos Putin, a quien seguramente le faltan muchos años antes de organizar la mudanza. Es verdaderamente admirable cómo lo aprecia y lo respeta su gente, de verdad. A la izquierda, los cañones de 12 países europeos, que en muchos casos no se estrenaron nunca, la primera gran catedral con sus brillantes cúpulas doradas y, bajando el sendero, justo pasando un arco de piedra que da señales no de 1156, cuando se ordenó la construcción del Kremlin sobre una estructura de madera, pero sí de 1368, cuando Dimitro Sonskói la reemplazó por piedra, el campanario de Iván El Grande. Es este último un edificio gigante que hoy acoge un museo y que en varias torres esconde campanas de distintos tamaños cuyo sonido hay que imaginar. No siempre se tiene la suerte de escucharlas. Lo que se abre a la vista es una plaza de un tamaño apabullante, rodeado de las más hermosas iglesias, todas de siglos de antigüedad y maravillosa conservación. Adentro el paisaje es similar de una a la otra: pinturas muy muy antiguas sobre la piedra, enormes crucifijos guardados celosamente en urnas de cristal, estructuras de los púlpitos donde coincidían unas veces los clérigos y otras los zares, y ostentación, mucho oro y mucha belleza en las piezas que no pueden ser grabadas por las cámaras y que hay que ver, en casi todos los casos, previo pago de tiquetes. Las iglesias del Arcángel, la Anunciación y de San Basilio se levantan en distintos flancos de la gran plaza y compiten en imponencia y belleza. La primera se destaca por sus cúpulas verdes, la virgen por maravillosa pintura que da nombre a la catedral y que fascina por el trazo y el tamaño y la de San Basilio, que intimida por la hermosura de los colores de sus muros, sus cúpulas de colores, su antigüedad, su brillo. Es una cuestión de tiempo convencer al ojo de que no pierda detalle, al cerebro para que lo guarde en su nube y al fotógrafo de turno para que no corte la foto justo en el punto donde se hace más bella la imagen. Los pies duelen al punto de no sentirse ya y el regreso se hace bordeando los más de 2.000 metros de muralla, con al menos 20 torres de vigilancia, que son símbolo de antigüedad y grandeza y dan nombre a la vecina plaza Roja de Moscú. Pero esa será otra nueva historia.
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