Viernes, 19 de Abril de 2024

Conciencia nacional, tarea pendiente

ChileEl Mercurio, Chile 18 de septiembre de 2018

Difícilmente podrán impulsar o sentirse parte de un esfuerzo colectivo quienes ignoran el pasado que los une. Un pueblo que se minimiza representa la pérdida de tradiciones, de historia y de modos de vida: el empobrecimiento de un patrimonio común.

Un nuevo aniversario patrio es siempre una oportunidad para celebrar lo mucho que se ha alcanzado en dos siglos de vida republicana. La constatación de un progreso material que, aun con todas sus carencias, ha sacado de la pobreza a millones y ha abierto oportunidades impensadas, no ha de llevar, sin embargo, a miradas autocomplacientes. El país ha aprendido, a veces con dolor, que la democracia y el crecimiento no son cosa dada, y que no existen atajos fáciles para la equidad social. Menos evidente es que la asimilación de tales lecciones y la voluntad de avanzar hacia el desarrollo hayan ido a la par con una comprensión plena de lo que ese desarrollo significa, en todas sus dimensiones. La pregunta por el "alma de Chile" hoy aparece desterrada de la discusión pública. Tal ausencia es significativa, pero también preocupante. La conciencia de un acervo común, de valores, rasgos y esfuerzos compartidos, da forma a un país y hace de este algo más que una mera agrupación de individuos en un cierto territorio geográfico. Incluso, desde otra perspectiva, el más frío de los pragmatismos enseña que, en tiempos de convulsionada globalización, de feroz competencia entre naciones, las posibilidades de un país pequeño y limitado en sus recursos descansan de modo crítico en su capacidad para proyectar con fuerza una identidad propia y distintiva.
Una historia ignorada
Difícilmente, sin embargo, podrán impulsar o sentirse parte de un esfuerzo colectivo quienes ignoran el pasado que los une. Cuando el lenguaje político y hasta el de la publicidad insisten en la necesidad de "relatos" que apelen y motiven, el más importante de ellos, el relato histórico, se presenta débil cuando no desconocido por los chilenos de hoy. Existe allí un enorme vacío de nuestro sistema educativo. Ese modelo que, en la tradición de los antiguos liceos, situaba el conocimiento de la historia de Chile como un pilar básico en la formación de todo joven, ha sido destruido. Una sucesión de experimentos curriculares solo parcialmente corregidos llegó, incluso, en un momento extremo, a destinar solo un año de la asignatura de Historia, Geografía y Ciencias Sociales en toda la educación media para la enseñanza de la historia nacional. A su vez, la figura de los grandes historiadores, que unían el rigor con la capacidad de explicarle al país su propia evolución, ha sido desplazada, con pocas excepciones, por el ensimismamiento académico. Consecuencia de ello, el acercamiento de los chilenos a su historia empieza a limitarse a textos efectistas y superficiales que, bajo la promesa de revelar un supuesto "lado B" de nuestro pasado, solo entregan imprecisiones tendenciosas.
Los cuantiosos recursos que dispone el Estado para apoyar la cultura poco hacen por cambiar esta situación. La historia nacional se encuentra ausente, tanto de nuestras pantallas como de las nuevas plataformas, aparentemente ajena al interés de la mayoría de los creadores. Una bienvenida preocupación por la identidad de minorías y de sectores marginados ha llevado, sin embargo, a abandonar casi toda inquietud por la identidad común de los chilenos, sin comprender que una sociedad no es un simple agregado de grupos y demandas.
Contrastante balance patrimonial
Expresión máxima de ese descuido por lo común es la situación de los tres museos nacionales. Presupuestos misérrimos los mantienen entregados a lo que buenamente puedan hacer sus directores y equipos. Así, sus proyectos de ampliación se dilatan en el tiempo.
No sería justo desconocer que pese a este panorama, en general marcado por la indiferencia, se ha ido desarrollando una saludable conciencia patrimonial; el éxito de una actividad como el Día del Patrimonio es indicio de aquello. También el modo en que se enfrentó la reconstrucción, luego del gran sismo de 2010 en sectores de la zona central, denotó respeto hacia la tradición y esfuerzo por proyectarla. Contrasta con esos ejemplos, no obstante, el panorama que ofrecen los centros históricos de nuestras principales ciudades, vandalizados por los rayados de quienes parecen querer confirmar aquel diagnóstico de Joaquín Edwards Bello, que hablaba del culto al "feísmo" como rasgo nacional. Una normativa anticuada, que suele transformar las declaratorias de interés patrimonial en pesada carga para sus propietarios, ha incidido gravemente en el deterioro y destrucción de inmuebles históricos.
Por otra parte, políticas de vivienda que, tal vez comprensiblemente, solo privilegiaron la entrega rápida y masiva de soluciones habitacionales, trajeron problemas de marginalidad y segregación hoy ampliamente reconocidos. También dañaron gravemente el patrimonio urbano en distintos lugares, rodeando las ciudades con cinturones de casas y edificios concebidos sin mínimo respeto hacia las características locales, carentes de áreas verdes y de concepción estética alguna. Han de destacarse ciertos esfuerzos por desarrollar viviendas sociales de mayor calidad arquitectónica y capaces de dialogar con su entorno, pero la norma general parece seguir siendo la opuesta.
Sello de identidad en políticas públicas
Ciertamente, son muchas más las áreas en que las políticas públicas pueden expresar y promover un sello de identidad, desde el diseño de las grandes obras de infraestructura, hasta el apoyo de actividades agrícolas. A su vez, las Fuerzas Armadas, por su carácter de instituciones nacionales, por el papel que han jugado en nuestra historia y por el que siguen desarrollando hoy, no solo en lo disuasivo, sino como presencia del Estado en todo el territorio, se encuentran particularmente enraizadas con la identidad nacional. El prestigio y respeto popular que hoy gozan lo demuestra, y constituye un activo que no debe ser dilapidado.
Absurdo y empobrecedor sería pretender aislar a Chile del fenómeno migratorio que asoma como rasgo determinante del mundo en el siglo XXI. El país se ha visto sorprendido por la magnitud y el corto lapso en que miles de personas, provenientes de distintos lugares de Latinoamérica, han llegado buscando mejores oportunidades. Ha sido un acierto del actual Gobierno definir el tema como prioritario y desarrollar políticas destinadas a ordenarlo, con la idea de que no desborde las capacidades del país y las del propio Estado para proteger a esos migrantes y evitar abusos. Pero si esa es la tarea del momento, hay otra de más largo plazo y de mayor alcance, como es lograr la plena incorporación de quienes llegan; nada sería más ajeno a lo que es Chile que la constitución de guetos incomunicados. Abordar el tema supone esfuerzos de envergadura en áreas que van desde la educación hasta el cumplimiento de las leyes laborales. Con todo, hay un antecedente valioso al cual recurrir: la experiencia en el pasado de grupos como los alemanes, que llegaron a "colonizar" el sur; los inmigrantes croatas, que fueron clave en el desarrollo de Punta Arenas y Antofagasta, y los de tantas otras nacionalidades que, sin perder tradiciones, se hicieron chilenos, aportando sus especificidades al proyecto común.
Precisamente, el recuerdo de aquellos extranjeros que contribuyeron al crecimiento de tantos lugares hace visible un desafío pendiente. Como entonces, vastas extensiones del territorio continúan sin ser pobladas y otras sufren la progresiva partida de sus habitantes, decepcionados ante la falta de oportunidades o ante el fracaso de las promesas de desarrollo. Obviamente, hay allí un problema económico y la necesidad de nuevas inversiones, pero resulta miope no percibir la dimensión cultural también involucrada. Un pueblo que se minimiza representa la pérdida de tradiciones, de historia y de modos de vida: el empobrecimiento de un patrimonio común.
Suele observarse en forma despectiva el hecho de que cuestiones como el desempeño de la Selección Nacional de Fútbol y de otros deportistas, alguna fecha festiva o la Teletón susciten el entusiasmo nacional; sin embargo, una mirada más atenta descubre un valor allí. La fuerza con que tantos ciudadanos se vuelcan hacia tales actividades, la alegría genuina que suscita el triunfo de un connacional o la capacidad de empatizar con quienes enfrentan la adversidad son también expresión de un anhelo más profundo, el de recuperar un sentido de pertenencia, la certeza de integrar una comunidad que comparte valores y anhelos. En definitiva, una confirmación de la necesidad de asumir como tarea la proyección de aquello que liga y confiere una identidad a Chile.
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