Jueves, 25 de Abril de 2024

Patriotismo

ChileEl Mercurio, Chile 18 de septiembre de 2018

Chile debe renovar su patriotismo y actualizar una "identidad moral", donde el orgullo tenga más peso que la vergüenza.

En estos días, en cada rincón de Chile brotan expresiones de amor e identificación con "tantas cosas bellas", como Rubén Blades define a la patria. Desfilan los escolares, los bomberos, los clubes de huaso, la tercera edad, los pueblos originarios y desde luego los militares. Es la exteriorización de un sentimiento que a lo largo de la historia se ha prestado para las acciones más sublimes, y también las más miserables, y que hoy a pesar de la globalización -o quizás justamente por ella- se expande otra vez en todos los confines del planeta. Por lo mismo, en lugar de negarlo o condenarlo, es mejor reconocerlo y reflexionar sobre el patriotismo.
El filósofo norteamericano Richard Rorty dice que "el compromiso emocional con el país de uno -el sentimiento de profunda vergüenza o de encendido orgullo que despiertan diferentes partes de su propia historia y varias de sus políticas de los tiempos presentes- es necesario para una deliberación política imaginativa y productiva. Esta deliberación probablemente no ocurrirá si el orgullo tiene menos peso que la vergüenza". Aquí hay que reconocer que tenemos un problema: para muchos compatriotas, cuando miran hacia atrás, aún "el orgullo tiene menos peso que la vergüenza", como lo acabamos de confirmar en estos últimos días a propósito del 11 de septiembre.
El Chile moderno no ha sabido contar su historia, ni fundar a partir de ella un proyecto compartido. Es un pendiente que nos pena. Una identidad difusa o una permanente y agria disputa en torno a ella, hace más difícil gestionar las fuerzas centrífugas que desata la modernización. Complica también la transición en curso hacia una sociedad multicultural, como resultado del reconocimiento de los pueblos originarios y del proceso migratorio. En fin, nos vuelve más vulnerables a lo que parece ser la epidemia de nuestra época: el etnocentrismo y la xenofobia.
Ernest Renan decía que toda nación se funda en "el deseo de vivir juntos", lo cual presupone "la posesión en común de un rico legado de memorias". Si estamos comprometidos en un futuro es porque compartimos un pasado que nos provee de una identidad singular en la que nos reconocemos.
El filósofo israelí Avishai Margalit le llama "comunidad de memoria". Preguntándose cómo construirla a partir de un pasado cruzado por dolorosas divisiones, advierte que ello no se consigue reconstruyendo obsesivamente lo que "realmente" pasó. Lo mismo dice Rorty: "Las historias acerca de lo que una nación ha sido y debe tratar de ser no son intentos para alcanzar una interpretación exacta, sino más bien intentos para forjar una identidad moral". Se trata de ir creando una narración acerca de lo que pasó; un relato formado, simultáneamente, por ciertos eventos que retenemos, y otros que dejamos ir; por lo que nos decidimos recordar, y por aquello que nos disponemos a olvidar.
Chile debe, pues, renovar su patriotismo y actualizar una "identidad moral", donde el orgullo tenga más peso que la vergüenza. Esto requiere voluntad, esfuerzo, generosidad.
Renan señala que, al final del día, el dolor une a las naciones más que el gozo. Hacer propio el padecimiento de quienes fueron las víctimas principales del curso que tomó la historia de Chile desde 1973 es un paso inescapable para rehacer nuestra "comunidad de memoria". Pero no basta con eso. Hay que tener presente -empleando las palabras de Rorty- que "no hay una manera no-mitológica, no-ideológica, de contar la historia de un país". Lo cual no es fácil de conseguir en el Chile actual, pues, como escribiera Isabel Allende, "entre nosotros el pesimismo es de buen tono, se supone que solo los tontos andan contentos".
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