Jueves, 25 de Abril de 2024

Sin energía, se apagó el oxígeno y su vida

Puerto RicoEl Nuevo Dia, Puerto Rico 23 de septiembre de 2018

LAJAS

LAJAS.- Los tanques de oxígeno se acabaron y no se consiguen.
Hay que buscar opciones.
Don Hermenegildo Cotte vive con su único hijo, en el barrio Lajas Arriba, sector Piña Lejos, de Lajas. Está consciente, pero necesita una máquina de oxígeno para seguir con vida.
La familia llama al Sistema de Emergencias 911 para que lo muevan a un hospital. Los paramédicos llegan y les informan que no vale la pena trasladarlo, porque en cinco horas lo devolverán a la casa.
La impotencia consume al hijo de don Hermenegildo, el exalcalde de Lajas Leo Cotte. Se mueve al despacho del 911, pero allí le repiten lo mismo. Su contraparte en la política, Marcos "Turín" Irizarry, interviene y lo ayuda.
Lo mueven al refugio que levantaron en la escuela superior Leonides Morales, que funciona con una "plantita eléctrica" que Irizarry mismo compró y llevó.
Cotte se queda con su padre.
Ya han pasado cuatro días del huracán que desgarró las entrañas de la isla. Unas horas más tarde, la madrugada del 25 de septiembre de 2017, la "plantita eléctrica" del refugio se daña y quedan sin electricidad. La máquina que asiste a don Hermenegildo se apaga.
El hombre que nunca le tuvo miedo al trabajo. El hombre que fue desde agricultor hasta albañil. El hombre inteligente y gran lector. El hombre que a los 40 años obtuvo su diploma de cuarto año a fuerza de tesón, caminando a pie hasta San Germán para estudiar. El hombre que siempre estaba pendiente de su hijo Leo y de todos sus nietos. El hombre que prefirió adoptar el nombre de Gilberto, porque le gustaba más que el suyo. El menor de 17 hermanos. El amigo de muchos. El ejemplo de tantos. Ese gran hombre murió a los 96 años sin el oxígeno que necesitaba, a las 6:30 de la mañana, en el refugio de Lajas.
"Mi padre fue un gran hombre. Estaba encamado, pero respondía", dijo Cotte a El Nuevo Día.
¿Se justificaba que no movieran a su papá a un hospital por la emergencia que vivíamos?
—Para mí no es normal. Un paramédico que conozco me dijo que al paciente deben ponerlo en la ambulancia y tenerlo ahí por lo menos 7 minutos. Ahí determina qué tiene y si hay que enviarlo o no. No lo sacaron del cuarto.
¿Qué hacían?
—No mucho. Venían, llamaban y se iban. Le tomaban los signos en el cuarto, sí, pero nada más.
¿Y su nivel de frustración?
—Mucho, desesperado. Pensábamos que a mi viejo lo único que le hacía falta era ponerle oxígeno, ya está. Frustrado totalmente.
¿Qué razones le daban?
—Que lo que iban a hacer era tenerlo cinco horas allí y devolverlo otra vez. Que no valía la pena.
¿Para los del 911 llevarlo o no a un hospital era lo mismo?
—Sí.
Cotte extraña tanto a su padre. Sus fotos están, incluso, en el balcón de la casa. Ahí, a su viejo le encantaba sentarse. Es un lugar tan tranquilo y fresco. "Siempre estuvo pendiente de que estudiara. Era inteligente. Hizo su cuarto año caminando a pie a San Germán", contó.
¿A qué edad tuvo su diploma?
—A los 40 años. Cuando estudiaba, era lo más grande para mí, aparecía con un bollo de pan de manteca. Era un gran lector. Tenía un libro sobre enfermedades y sabía... También despedía duelos.
No me diga... ¿duelos?
—Sí... Estábamos en un entierro y me dice estas palabras: "Leo, la muerte no se llora, se llora la ausencia". Y entendí. Cuando una persona muere, estás rodeado de muchos y después, poco a poco, va uno notando el vacío de verdad.
Así lo siente…
—Yo creo mucho en Dios y me pongo a ver los documentos que él tiene ahí... su licencia. Hablo con él todo lo días, un ratito.
¿Qué le dice a su papá?
—Le digo: "¡Qué bien estás viejo! He llorado mucho, pero en mi casa no lo saben. Voy para allá arriba, donde él sembraba tabaco, que yo trabajaba con él desde chiquito, y me acuerdo de todo eso. Es verdad lo que él me dijo: la muerte no se llora, se llora la ausencia.
¿Cree que como su papá otros ancianos fallecieron?
—Yo creo que sí. La mayoría fueron de edad avanzada y para mí fue por falta de energía eléctrica. Aquí no estaban preparados para nada. Se aprendió la lección.
¿A cuesta de vidas?
—Sí, de vidas y es lamentable. Hay algo que nunca se va a saber: cuántos de verdad murieron... Si hay algo sagrado es la vida de la gente, no importa la edad ni su condición. Aunque haya alguien allí, con oxígeno, que quizás no hable. Pero, ¿qué quiere? Seguir viviendo, y máxime todos sus familiares. Es duro, muy duro.


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