Amores difíciles
Se lo dicen y se sonroja
Se lo dicen y se sonroja. Engalanada en un impecable vestido negro con flores estampadas, Gabriela Sabatini escucha que no debe de haber una persona que alcance la unanimidad que ella genera entre los argentinos: todos la quieren, todos la respetan. Pasan los años y su imagen no deja de crecer. Raro, muy raro, en un país acostumbrado al descuartizamiento virtual, en el mejor de los casos, de muchas de sus figuras públicas. Y no tiene esto que ver con lo que Diego Maradona haya dicho de Lionel Messi. No, eso es de otra galaxia.
Sabatini vive también en un planeta con sus propios códigos, opuestos, se diría, a los de Maradona. Distintos, también, a los del "planeta Lilita", insondable y turbulento cuerpo celeste. El presidente Macri tendría derecho a envidiar a Sabatini, y no porque pase buena parte del año en Suiza. No, lo atractivo de la extenista es eso con lo que ningún presidente es capaz de soñar: ser querido por todos. En días en los que se lee que el jefe del Estado se siente solo, incomprendido y maltratado por sus aliados, la verdad cae por su propio peso. Lo más difícil no es ser un exdeportista (o actor, o cantante, o escritor) querido. Lo difícil, el amargo desafío homérico en la Argentina y en cualquier otro país, es ser presidente.