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MéxicoEl Universal, México 17 de octubre de 2018

Cuando murieron 31 personas en el Metro Carlos Villasana y Rodrigo Hidalgo EL UNIVERSAL Aquella mañana del 20 de octubre, dos trenes de la línea dos del Metro chocaron en la estación Viaducto a las 09:30 am

Cuando murieron 31 personas en el Metro



Carlos Villasana y Rodrigo Hidalgo

EL UNIVERSAL



Aquella mañana del 20 de octubre, dos trenes de la línea dos del Metro chocaron en la estación Viaducto a las 09:30 am. El reporte oficial fue de 31 muertos y más de 70 heridos. No hubo una respuesta satisfactoria a lo sucedido.

De 1975 a la fecha, muchas cosas han cambiado en los alrededores del Metro Viaducto. El tráfico en la Calzada de Tlalpan se ha multiplicado, el viejo cine Álamos dio paso a una tienda departamental, y las torres de un nuevo conjunto habitacional se levantan en el horizonte. Entre los vecinos del rumbo apenas queda el recuerdo de una tragedia que marcó la historia del transporte capitalino, y sin embargo, poco a poco ha desaparecido del imaginario colectivo.

El 20 de octubre de ese año, el tren número 10 del Metro se estrelló contra el 08, que se encontraba detenido en la estación, cobrando la vida de 31 personas, según el reporte oficial, y dejando más de setenta heridos. El accidente ocurrió poco después de las 9:30 de la mañana en el andén con dirección a Tasqueña, y fue ampliamente cubierto por los medios, que llevaron a sus portadas las crónicas e imágenes más estremecedoras; relatos de víctimas y supervivientes, de padres que perdieron a un hijo, de jornadas de oración, confusión y dudas sobre el futuro.

Entre los primeros testigos se encontraba el fotógrafo José Fonseca, quien asegura en entrevista que este hecho lo impactó como reportero. "Fue algo insólito, la gente no lo creía. Yo llegué cuando acababa de suceder, todavía estaban esperando las ambulancias y a los bomberos, y se veían cuerpos salidos por las ventanillas, muchos heridos, fue muy fuerte. No sé a qué velocidad sería, pero los vagones estaban como acordeón".

"Me quedé cerca de media hora, porque los policías no querían que nos acercáramos a tomar fotos. Yo trabajé mucho tiempo la fuente y tenía contacto con las redes de policía, delegaciones, gracias a eso logré algunas fotos que fueron publicadas, pero también hubo censura. Parece mentira, pero la jefatura controlaba a todos los reporteros, y se trató de impedir que eso se divulgara".

La conmoción popular fue enorme, en una ciudad que apenas seis años antes había estrenado la primera línea de este sistema, inaugurando lo que entonces se anticipaba como una era de modernidad, rapidez y eficiencia, muy distinta del ajetreo diario en los camiones y taxis. En la edición del 21 de octubre se leía una sentencia contundente: "el orgulloso y flamante Metro de la Ciudad de México se bañó en sangre y sus estructuras quedaron convertidas en chatarra".

Para Fonseca, la imagen más sobrecogedora fue la de "una persona que estaba prensada entre las ventanas, muerta, con más de medio cuerpo hacia afuera del tren". Esta escena también fue recogida en notas periodísticas posteriores, donde se narra el desenlace: "en vista de que no se podía rescatar el cuerpo completo, le pusieron una sábana encima para que la gente no viera que, de jalón en jalón, lo despedazarían. La sábana se cayó al momento de los tirones, y todos presenciaron horrorizados tan terrible maniobra".

El encabezado principal de ese día hacía referencia a una situación peculiar, que más tarde fue objeto de diversas conjeturas: varios pasajeros afirmaron que alguien había accionado la palanca de emergencia del tren 08 en repetidas ocasiones a lo largo del viaje. Según el testimonio de Mario Mejía, "cuando llegamos a la estación Viaducto volvió a sonar la alarma, sólo que entonces fue cuando sentimos el golpe. Todos salimos corriendo entre gritos de horror y llantos desesperados." La trabajadora Marta Montes afirmó que dicho llamado de alerta se debió a que el brazo de un hombre había quedado atrapado entre las puertas, sufriendo una herida. "Luego ya no supe más, pues escuché un fuerte ruido y me caí al suelo".

Momentos después del accidente, el regente de la ciudad, Octavio Sentíes, se presentó en el lugar para coordinar a los equipos de rescate e informar que, por instrucciones del presidente Luis Echeverría, se formaría una comisión especial para investigar las causas. Sentíes se refirió al incidente de las palancas, asegurando que "no había nada de cierto", y ante las preguntas sobre un posible acto de sabotaje, señaló que "no existía ningún elemento de juicio para imputar a alguien el accidente. En cualquier forma, todos los sistemas están siendo revisados".

Otra nota del mismo día recogió las declaraciones del conductor del tren 10, Carlos Fernández Sánchez: "todo era normal, las luces de los semáforos me indicaban que el camino estaba franco. Cuando el convoy iba subiendo la loma del Viaducto Miguel Alemán, me di cuenta de que había un convoy estacionado. Quise frenar, apliqué el control PC, pero no me obedeció. Era inminente el choque. Entonces me tiré por el lado izquierdo de la puerta y caí al suelo. Rodé por el andén, me lastimé los brazos y la cabeza, pero a pesar de ello, al darme cuenta del accidente, traté de rescatar a los pasajeros".

Sin embargo, las investigaciones se cerraron rápidamente, y para el viernes 24, la conclusión descartó el sabotaje y las fallas técnicas, dejando toda la culpa a Fernández Sánchez. Se realizaron pruebas con un tren cargado de sacos de arena, simulando el peso de los pasajeros, para examinar los sistemas de seguridad, y el resultado fue determinante: "el encargado del PCC ordenó detenerse al conductor y éste hizo caso omiso de la orden, y posteriormente desobedeció otra señal de alto que pudo observar en el tablero de sus controles".

En el 2008, al cumplirse 33 años de este suceso, EL UNIVERSAL publicó un artículo titulado "La tragedia olvidada", donde se recuerda el final de la historia: "oficialmente la colisión se debió a un error del conductor, un hombre de extracción humilde, quien purgó una pena de entre nueve y diez años, primero en Lecumberri y luego en el Reclusorio Norte, y salió de ahí para borrar su rastro. Extraoficialmente, la defensa del inculpado y el sindicato del Metro denunciaron una serie de inconsistencias e irregularidades, pero fueron apabullados por el México de los años setenta".

Una última mirada a lo ocurrido en octubre de 1975 se puede encontrar en el libro Muerte sobre ruedas, de José Pérez Chowell, que sufrió una censura generalizada y hoy es muy difícil de conseguir. En las páginas interiores aparece tachado el título original, Un ataúd color naranja, aunque los nombres de los capítulos que lo integran son igual de explícitos: "No vuelvo a subirme al Metro", "Me desmayé ante tanta sangre", "Ya no creo ni en la paz de los muertos", entre otros, aludiendo también al incidente de las palancas de emergencia y al hombre con el brazo lesionado, y terminando con un epílogo llamado "Carlos Fernández, la mayor víctima".

Esta obra es un compendio de entrevistas ficticias, desde una adolescente que descubre la vida secreta de su novio tras su muerte, hasta un clarividente que predijo la tragedia; todo tipo de personas con destinos marcados por el choque del Metro. En el fondo, la ironía y la crítica de Chowell dejan un mensaje muy claro al lector: "nada más piense que cuando nos dicen que no subirá el precio del pan, el pan sube; no subirá la leche, la leche sube; no subirá el azúcar, el azúcar sube. Entonces, ¿se nos avisó o no?, claro que sí: nunca se accidentará el Metro, y el Metro se accidenta".
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