Viernes, 19 de Abril de 2024

El enemigo debe morir

ChileEl Mercurio, Chile 17 de noviembre de 2018

La idea y la sensibilidad de que el opositor, sea de derecha o de izquierda, es un enemigo, es el malo en la película, es un salvajismo.

No sé de dónde provino, pero durante la UP, cuando era un niño, lo recuerdo bien, de pronto unos y otros nos convertimos en enemigos. No entendía entonces por qué por el solo hecho de que mi familia poseyera tierras, no adquiridas por despojo, sino gracias a años de trabajo duro, éramos señalados sin más como los malos de la película. Me gustaban los westerns que veía en la tele después del colegio y, como cualquier niño, me identificaba con los buenos. Nunca imaginé estar en medio de una pesadilla en que otros nos tildaran de malvados y nos quisieran suprimir por el solo hecho de ser lo que éramos y no por algo que hubiésemos hecho.
Cuando la lógica de la guerra inunda la política, esta colapsa. Simplemente se acaba. Los malos, que éramos nosotros, consideramos que los malos eran ellos y debían morir también: fin de la política. Así de terrible son las cosas. El golpe de Estado no suprimió esa lógica, sino que la multiplicó, y lo horrible que vino después fue la pavorosa consecuencia de su dominio abominable.
El asesinato del senador Jaime Guzmán fue la última esquirla de ese modo tortuoso y corruptor de considerar bélicamente las discrepancias en una comunidad. Hay personas que aún hasta hoy piensan que Jaime Guzmán era un hombre malo, un enemigo que eliminar, y su crimen alevoso, la simple ejecución de una legítima venganza. Están terrible y dolorosamente errados, como lo estuvimos todos, incluso los niños que como yo pensaban que los otros, y no nosotros, eran los malos y ellos debían morir.
La pervivencia de ese aliento pestilente de guerra es lo que debe finalmente morir: la idea y la sensibilidad de que el opositor, sea de derecha o de izquierda, es un enemigo, es el malo en la película, es un salvajismo.
El diálogo en medio de la discrepancia más profunda y, en apariencia, irremontable, en cambio, es la esencia más noble de la política, y la democracia, su forma más perfecta. A su luz el otro no solo no es malo, sino necesario, porque en su opinión y punto de vista opuesto al mío existe un potencial de verdad que puede servir para encontrar la fórmula más cercana a lo razonable y conveniente.
Percibir en cualquier persona que se define dentro de la derecha o de la izquierda como enemigo y, más aún, un descendiente de los malvados enemigos de aquella época, es una grave ofuscación y un residuo de una lógica que en la más profunda intimidad todo chileno desea poderosamente que no regrese jamás, para lo cual debemos cuidar cada palabra y cada gesto.
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