Viernes, 29 de Marzo de 2024

Papuchis

ColombiaEl Tiempo, Colombia 17 de noviembre de 2018

Se le fue la mano a Álvaro Uribe poniendo a Iván Duque de presidente, aunque lo entiendo

Se le fue la mano a Álvaro Uribe poniendo a Iván Duque de presidente, aunque lo entiendo. Quedó tan curado después de que Santos se le volteara que esta vez no quiso correr riesgos y eligió a alguien dócil. En los pocos más de cien días de gobierno, Duque ha demostrado que una cosa es ser senador de la oposición y otra, dirigir un país. Por eso mismo, entre otras razones, tampoco le creo a Petro presidente. Pero, insisto, la culpa no es de Duque, sino de Uribe, que hace con el Centro Democrático (y al parecer con Colombia) lo que le da la gana. Hace poco, el representante a la Cámara por Bogotá Samuel Hoyos anunció que estaba en la baraja del partido para la alcaldía de la ciudad. Al preguntarle el porqué, respondió que era su sueño, pero que además, Uribe había propuesto su nombre, lo cual consideraba un honor. Luego añadió que él no le podía decir que no al doctor Uribe. Así estamos, un hombre en el que se concentra todo el poder de un movimiento de culto disfrazado de partido político. Uribe también es responsable de haber reencauchado a Pastrana cuando pensábamos que ya nos habíamos librado de él, y de darnos a María Fernanda Cabal, Paloma Valencia y Ernesto Macías. Líderes como él se aseguran de rodearse de personas incapaces de hacerles sombra para no perder el control. Lo hace Uribe, lo hace Petro con Hollman Morris y lo hizo Hugo Chávez con Maduro. Lo que no sabía el venezolano era que la muerte lo iba a sorprender y que la salida era dejar a su segundo en el poder. En todos estos casos, para que haya un líder indiscutible tiene que haber también una mezcla perfecta de tontos y locos, seguidores obedientes a los que sus capacidades no les permiten sobresalir por cuenta propia. A Duque lo hemos visto contradecirse con los impuestos y los acuerdos de paz, cosa que es normal porque ser político consiste también en decir una cosa y hacer otra. Lo hemos visto contestar con propiedad cuántos pares de Crocs tiene su jefe y cuál es el nombre de sus nietos. También lo hemos visto aguantar con estoicismo que frente a él usen la expresión ‘presidente Uribe’. Para completar, lo hemos visto tocar guitarra, jugar tejo, cantar vallenato, hacer malabares con una pelota, reunirse con Maluma y anunciar un encuentro con Silvestre Dangond. Más recientemente lo vimos hablar en la sede de la Unesco en Francia sobre los siete enanitos, solito y en perfecto inglés. No sé qué será de él dentro de seis meses o un año. Quizá se convierta en un gran líder, pero hoy está demostrando que no tenía las capacidades para ejercer y está aprendiendo a gobernar como se aprende a montar en bicicleta: a los golpes y sobre la marcha. Nunca pensamos que podíamos tener montado a alguien peor que Pastrana, pero, ya ven ustedes, somos Colombia y no dejamos de superarnos. El asunto es que el país entró en la dinámica de ver con qué va a salir para írsele encima. No sé si Duque era consciente de ello cuando aceptó ser el que dijera Uribe, pero cada vez parece más difícil cambiar su destino. Ese es el problema con la gente, que te encasilla, y luego salirse de ahí es muy complicado, al punto de que la fama te acompaña hasta la tumba. Los chistes sobre Turbay no se dejaron de hacer cuando dejó la presidencia, en 1982, sino cuando murió veintitrés años después. Cada vez que veo a Iván Duque pienso en Papuchis, un famoso personaje de la radio juvenil de los ochenta y noventa, cuyo trabajo era hacer chistes con cada cosa que mencionaran en el programa de la mañana. Desde hace muchos años, quien le daba vida al personaje dejó de caracterizarlo, pero, aún hoy, cuando la gente ve en la calle a Juan Manuel Correal, le dice Papuchis. Él no solo sabía que su lugar en el mundo era una cabina de radio y no la Casa de Nariño, sino que, a diferencia de Duque, sí era agraciado.
El que dijo Uribe
Adolfo Zableh Durán
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