Viernes, 29 de Marzo de 2024

El silencio condena a Esteban Alvarado

Costa RicaLa Nacion, Costa Rica 12 de octubre de 2018

¿Por qué han pasado tantos días sin una explicación? ¿Por qué no ha aclarado la novela en que se vieron inmersos Alajuelense, al entrenador Hernán Torres y el camerino, especialmente Patrick Pemberton?

El silencio es su propio delator. Han pasado tantos días y ni Esteban ni su representante salieron a dar una explicación, que le haría bien no solo al liguismo, sino al futbol nacional.

Eso lo condena. Puso en entredicho a la dirigencia que lo trajo, la capacidad del técnico para manejar el camerino y provocó toda una novela acerca de la integridad de algunos de sus compañeros, en especial de Pemberton. Pero no le importó aclarar nada.

Eso lo convierte en el gran villano y casi que descarta una salida provocada por malos tratos del camerino o el entrenador. Quien huye a hurtadillas, sin un solo intento por explicarse ante el jefe inmediato, Hernán Torres, no puede ser la víctima en esta novela con tintes de comedia.

¿Problemas personales? Llamas al técnico y le pides comprensión y una licencia. Vas al camerino y deseas suerte a tus compañeros, mientras resuelves tu vida. Tan poco costaba algo así, que habría que suprimir ese motivo por lógica elemental.

¿Boicot en el vestidor? Igual te acercas a la dirigencia que se la jugó económicamente, al romper todos los topes salariales para traerte al equipo, como la mayor ilusión del Centenario. O al mismo Torres, que no tiene pinta de alcahuetear una división generada por cacicazgos.

Cierto que los directivos cometieron un error al pretender tenerlo inscrito a toda costa, el día antes del clásico. Cuando ni en broma el entrenador lo tenía en sus planes, como tampoco lo haría otro timonel serio. Ese mensaje, hizo pensar a Alvarado que sus manos estaban llamadas a rescatar a una Liga tambaleante que iba como víctima al Ricardo Saprissa.

La actuación de Pemberton y las palabras de Torres —presumo— terminaron de hundir las pretensiones de Esteban. Esa noche volvió a emerger el niño-berrinche que lleva consigo y, ofuscado, como aquella mañana, con la camisa tricolor, decidió marcharse con rumbo contrario al Morera Soto.

No le importó el caos en que metió a sus excompañeros, al técnico y a la directiva. Tampoco la desilusión del fanático rojinegro que esperaba el momento de verlo como guardián de la puerta eriza. Al menos alguno de estos actores y por supuesto la afición, merecían un por qué.

Ningún profesional serio abandona la trinchera de trabajo arropado en el mutismo y sin dar la cara. Perdió la Liga a su contratación estrella y, dolorosamente, creo que la Selección también lo tiene que perder.

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