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MéxicoEl Universal, México 23 de marzo de 2019

(Material transmitido por el Servicio Sindicado el pasado 16 de marzo) Caminar y comportarse en calles del siglo XIX Patricia Plata Cruz EL UNIVERSAL Hace tiempo, caminaba por alguna calle de mi infancia y encontré a un viejo amigo a quien no había visto en casi un año

(Material transmitido por el Servicio Sindicado el pasado 16 de marzo)



Caminar y comportarse en calles del siglo XIX



Patricia Plata Cruz

EL UNIVERSAL



Hace tiempo, caminaba por alguna calle de mi infancia y encontré a un viejo amigo a quien no había visto en casi un año. Él gritó mi nombre desde la otra banqueta y cruzó la calle corriendo para saludarme, sin dejar de gritar por la emoción. Las miradas de la gente permanecieron en él luego del escandaloso saludo.

Décadas atrás eso jamás se habría permitido. Era mal visto gritarle a alguien en la calle, aunque sólo fuera para saludar. Si entre hombres era malo, de un hombre a una mujer era imperdonable.

Tampoco era buena idea conversar en la ventana de una dama, aunque la relación fuera cercana.

Manuel Antonio del Rosario Carreño Muñoz (político, escritor y músico venezolano) escribió en el siglo XIX, una guía de las "buenas costumbres" famosa durante varias décadas en México.

El nombre completo de su obra era "El manual de urbanidad y buenas maneras para uso de la juventud de ambos sexos", en el que se encuentran las principales reglas de civilidad y etiqueta en diversas situaciones sociales.

El autor fue educado en una familia católica e influenciado por los modales de sus abuelos. El texto se publicó en Venezuela en 1853 y llegó a México en 1875. Se popularizó durante el último tercio del siglo XIX, en la época porfiriana, principalmente entre la gente de alta sociedad, la cual intentaba adoptar un estilo europeo.

En el apartado "Del modo de conducirnos en la calle", Carreño especificó las normas de etiqueta a seguir en ese ámbito. En más de 80 secciones detalla la manera de cómo se debía comportar con caballeros, adultos mayores; además, cómo ceder el paso cuando se iba a caballo y cómo un hombre debía tratar a la mujer durante un paseo.

El texto indica que nunca, bajo ninguna circunstancia, un hombre debía abordar a una mujer sin compañía.

Ella autorizaba con una mirada el saludo de un hombre, en caso de no ser visto por la dama no podía dirigirle la palabra, así fueran personas cercanas.

Si la mujer estaba interesada en hablar con un transeúnte, por algún motivo urgente y si iba en sentido contrario, ella jamás se debía detener; se le tendría que acompañar hasta la esquina más próxima en su camino, además de apresurar la despedida para no interrumpir más su recorrido por la calle.

Hoy en la ciudad es usual que las personas caminen aprisa. En días de Carreño esto iba en contra de la norma: la mujer siempre debía llevar un paso ligero, suave y lento, el paso acelerado era inapropiado y de mala educación. Sólo era una conducta aprobada en hombres de negocios durante horas de trabajo.

Según la usanza, cuando un hombre iba en compañía de una mujer, él debía seguir el paso de ella; si caminaba con más de dos damas, tenía que adoptar el ritmo de la más lenta.

Además, frente a una dama los hombres educados hacían una ligera inclinación de cabeza y se quitaban el sombrero completamente para saludar.

Este hábito nació en la Edad Media, ya que los caballeros acostumbraban estar cubiertos de armaduras de hierro, llevando sus cascos con la visera abajo para protegerse la cara. Cuando se encontraban a otro caballero y reconocían que era amigo por el emblema de su cimera, se descubrían el rostro para darse a conocer. Posteriormente, se convirtió en una muestra de respeto.

En esos años, cuando un caballero caminaba con una mujer le ofrecía el brazo para "conducirla". Carreño dictaba que en ese momento por ningún motivo se le debía dar la espalda.

Los conocedores de la norma decían que el hombre debía formar una especie de escuadra con su brazo y meter la mano en el bolsillo de chamarra, sudadera o saco, para así ser el soporte de la mujer. Ella nunca debía ocultar las manos.

La regla de Carreño era ceder la acera a la mujer. Si el caballero iba en compañía de varias damas lo correcto era colocarse en medio de ambas y dar el lado de la banqueta a la mayor o más distinguida; las más jóvenes caminarían delante del primer grupo pues más de tres personas podían ir en una sola fila.

Ante las irregularidades del suelo la regla general podía romperse, el hombre estaba obligado a ceder el lado más cómodo a la dama.

Si de un charco se trataba, él se adelantaría para ayudar a la mujer a cruzar, si era necesario podía tomarla en brazos hasta llegar el otro extremo. Después se volvía a la formación inicial: ella del lado de la acera.

En su tiempo este manual no recibió críticas, pero décadas más adelante con la modernidad de la ciudad y el nuevo contexto social, se le comenzó a calificar como un texto de excesivo formalismo y con una tendencia muy marcada hacia el machismo, la religión y el clasismo.

"El Manual de Carreño" no dejó de usarse tal cual, ya que incluso en las escuelas primarias de mediados del siglo pasado era utilizado para la enseñanza de normas de urbanidad.

Con el tiempo, las reglas fueron modificándose conforme la sociedad se transformaba y estas costumbres se transmitían verbalmente, además de que en las últimas ediciones se le agregaron normas para situaciones que no existían en 1853 y que Manuel Carreño jamás llegó a imaginarse, como por ejemplo, el uso del automóvil.

Hoy muchas situaciones descritas por Carreño ya no suceden; sin embargo, otras sí perduran. EL UNIVERSAL se dio a la tarea de preguntar a varios jóvenes acerca de algunas de estas costumbres.

Todos dijeron conocer la norma de ceder el lado de la banqueta a la mujer y la mayoría lo practica, algunos aceptaron que se les olvida o depende de con quien vayan. Sólo dos negaron practicarla.

Los motivos por los que se continúa con algunos de estos modales son variados, argumentando que es por protección, caballerosidad y educación.

Tres de los jóvenes dijeron que sólo lo hacen por inercia, no lo aprendieron en algún lado, simplemente les "nació".

Para la mayoría de ellos estas reglas son adoptadas durante la formación en el hogar. Desde niños vieron cómo debían caminar.

Sus padres, abuelos e incluso una tía les dijeron que la mujer siempre tiene que ir del lado de la acera. Sólo un joven, Alejandro, comentó que él desconocía que así tenía que ser, hasta que su primera novia se lo dijo.

En un texto de 1920 publicado por la revista EL UNIVERSAL ILUSTRADO se dice: "la mujer no es defendida, casi nunca por el transeúnte bien nacido, que prefiere por egoísmo soslayar el peligro a parecer caballero".

En el "Manual de Carreño" se indicaba también que el hombre debía ser respetuoso con la mujer, no usar malas palabras y en caso de que algún otro varón injuriara a la dama, todo caballero siempre debía defender su honor.

"Toda mujer de espíritu fino, admira la caballerosidad del hombre, sobre todas sus virtudes restantes y no por egoísta engreimiento; sino por pura devoción a un principio abstracto; ella aprecia la actitud galante, aunque no esté desplegada de su propio honor", son palabras de Alba Herrera y Ogazón en "La virtud decorativa" de EL UNIVERSAL ILUSTRADO, publicación con fecha del 21 de diciembre de 1922.

Algunas personas consideran a la caballerosidad como una forma de machismo. Para Daniela, de 25 años, ese trato está basado en la idea de que la mujer es débil, necesitada de atenciones, protección de un hombre e incapaz de valerse por sí misma.

"Las acciones deben estar bien fundamentadas también. ¿Tú necesitas que te abran la puerta del coche? Pueden abrirte la puerta del coche cuando en verdad lo necesites, porque tienes las manos ocupadas, o estás lastimada. Eso es educación y solidaridad, alejada de la caballerosidad, que esa sí va de la mano del machismo, o micromachismo si lo prefieres", menciona.

Por su parte, Alfredo insiste en que la caballerosidad no es machista, sino una cuestión de educación, una forma de protección y respeto a la mujer, no para tratar de controlarla o subestimarla.

Yael, un estudiante de 18 años, considera que la caballerosidad es ser atento, y no siempre es de hombre a mujer: "Cuando yo voy en la calle con mi papá, él me deja del lado de la pared y no creo que aplique el machismo ahí".

Gran parte de las normas de este manual ya son obsoletas, en la ciudad ya no es común ver a alguien andar a caballo o usar sombrero de copa.

Los tiempos cambian, pero al menos la práctica del respeto hará siempre una mejor convivencia en los espacios comunes, sin hacer distinciones y sin la necesidad de recurrir a un manual que nos indique cómo comportarnos.
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