Jueves, 25 de Abril de 2024

Alan García y Chile

ChileEl Mercurio, Chile 23 de abril de 2019

No deberíamos enojarnos con García por la demanda. Era imposible que un presidente peruano no siguiera esa corriente.

El trágico final del expresidente del Perú tuvo un indesmentible toque de grandeza, cualesquiera que hayan sido sus motivos, difíciles de escrutar. Fue elocuente hasta en su muerte como acto político, lo que no nos debe llevar a la tentación nihilista de hacer apología del suicidio. Post tenebras lux .
El caso resume muy bien la tragedia -o melodrama, según el cristal con que se mire- latinoamericana, de 200 años de repúblicas al borde de la consolidación y que no alcanzan ese grado: 4 expresidentes enjuiciados, quizás la punta de un iceberg. En este remolino judicial nos preguntamos por la justicia, debido a esa mezcla y mezcolanza entre el estilo rutilante de los medios y la aparición pública, mediática, de los altos magistrados.
Al hablar del Perú en horas dramáticas, es inevitable pensar en el presidente García y Chile. Llegó a la presidencia en 1985, encumbrado en el lenguaje del populismo de izquierda latinoamericano, con un programa económico que parecía el opuesto al proyecto chileno, justo cuando este retornaba desde un abismo y se ubicaba en línea recta hasta el presente, con éxitos y limitaciones. Al comienzo, lo que iba siendo la Concertación lo miró como un profeta, hasta que vino la caída en su propio abismo: desplome económico y un país inerme ante la sanguinaria guerrilla de Sendero Luminoso. No en balde en la campaña electoral peruana de 1990 se aludía positivamente al "modelo chileno", que por fin se completaba con la democracia. No era todo.
Mientras Belaúnde en 1980 había reanudado relaciones a nivel de embajador con distancia y frialdad, García las llevó a un plano más completo e incluso hubo conversaciones entre militares sobre reducción de tensiones; no llegó muy lejos, pero hubo real distensión. Aunque hizo, como muchos, ademán de no saludar a Pinochet (no le hacía asco a darle la mano a un Castro), su vicepresidente, el intelectual de nota Luis Alberto Sánchez, fue a La Moneda. Cierto, envió al distinguido diplomático Juan Miguel Bákula con una nota capciosa, pero ver en eso una hostilidad es no entender una parte del Perú profundo en lo que concierne a Chile.
Era un García políticamente muy distinto el que ganó la presidencia ante Humala, en 2006, y un país ya bastante recuperado. Asumió con decisión la economía de mercado y la interrelación externa que conlleva; por un momento enfrentó a Chávez y a Morales. La (relativa) estabilidad política y el crecimiento económico hicieron del Perú una estrella del momento. García mismo aludía a que seguía la receta chilena, a veces poniéndolos en competencia de quién sería el primero de la lista; jugaba discretamente con esa parte del alma peruana que alimenta el nacionalismo antichileno. Por eso siguió adelante con entusiasmo con la demanda por la delimitación marítima, algo sobre lo que entre el público no se había escuchado nada antes del 2000. Al final, Chile no salió nada de mal parado con el fallo de 2014. No deberíamos enojarnos con García por la demanda. Era imposible que un presidente peruano no siguiera esa corriente. También dio impulso a la contracorriente, la de políticas exteriores de bastante paralelismo en lo concerniente a la región, y en el despegue original de la Alianza del Pacífico, que puede llegar a ser muy fecunda. Porque al final el agujero negro en las relaciones entre ambos países no se va a desvanecer y deberemos lidiar con él todavía por muchas décadas. Las famosas "cuerdas paralelas" eran parte constitutiva de un proceso compensatorio que no borra el agujero, pero lo mantiene en su lugar: una amplia gama de vinculaciones y tareas comunes en las relaciones bilaterales y en la política regional.
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