Miércoles, 24 de Abril de 2024

Clase media, economía y prosperidad

ChileEl Mercurio, Chile 15 de junio de 2019

El exitoso camino recorrido por Chile se ve amenazado por visiones equívocas respecto de los desafíos de una sociedad que necesita continuar progresando. Se requieren cambios estructurales para que el país extienda su éxito. Estos se basan en mejorar la institucionalidad para competir e innovar. Ahí debe centrarse el esfuerzo del Estado.

Durante las tres últimas décadas, el país ha vivido la transformación más importante de su historia. De la mano del crecimiento económico, Chile redujo la pobreza (en torno al 40% en 1990; menos del 10% en la actualidad), constituyó una amplia red de protección social, estableció y perfeccionó las instituciones para fomentar la inversión, generó millones de empleos, alcanzó el liderazgo regional en distintos indicadores y ha sido un ejemplo global de progreso.
Tal proceso no fue circunstancial. El éxito chileno se sustentó en el consciente resguardo de los derechos de propiedad, la estabilidad de las reglas del juego, la contención de la inflación, la responsabilidad fiscal, la apertura comercial, el énfasis en la competencia como mecanismo para la asignación de recursos y la búsqueda de acuerdos. Sorprenden las dudas, ignorancia e indiferencia actuales respecto de esta fórmula y sus resultados. Ahí se aloja el virus de la trampa del ingreso medio.
¿Condenados al estancamiento permanente?
La histórica disminución de la pobreza generó casi mecánicamente la expansión de los sectores medios. Estos hoy representan más de la mitad de la población y son el motor del progreso futuro. Sin embargo, la clase media enfrenta el desafío de una economía con tasas de crecimiento potencial menores a las del pasado, lo que puede limitar sus perspectivas. Ese es el potencial costo de la incapacidad de implementar reformas procompetitividad que rompan con la natural convergencia a menores niveles de crecimiento.
Ante esta realidad, se están levantando dudas respecto de la capacidad de los nuevos grupos medios de continuar la senda de la movilidad social. Contrario a lo observado en el pasado reciente, algunos plantean que estos grupos estarían imposibilitados de seguir avanzando económica y socialmente. Tal visión se origina en el desconocimiento de lo que significa el progreso.
Desde una perspectiva conceptual, plantear el estancamiento de los grupos medios como una característica del Chile actual omite tres hechos esenciales. Primero, que el progreso económico sí permite mejorar (en forma absoluta) a toda la población. Segundo, que la clase media es un grupo muy heterogéneo, que puede redefinirse y transformarse, generando movilidad social dentro del mismo. Y, tercero, la concreción de ese sombrío pronóstico implicaría que la economía se expandiera en torno al 0 y 1% a perpetuidad. No obstante, el crecimiento de tendencia de Chile se ubica en el rango entre 3,25 y 3,75%, lo cual cuestionaría la hipótesis del estancamiento permanente. En efecto, la mantención de esos niveles de dinamismo permitiría bordear los US$ 32.000 per cápita a mediados de la próxima década, umbral usualmente utilizado para distinguir a las naciones desarrolladas de las emergentes. A estos niveles, los cambios en las posiciones socioeconómicas relativas dentro de la sociedad deberían emerger naturalmente.
Acelerar la economíaObviamente, la movilidad social podría acelerarse si el potencial de crecimiento se elevara. Para ello, algunos han planteado la necesidad de modificar la estructura productiva a partir de un rol más activo del Estado. Esto, se argumenta, podría mermar la aparente concentración del liderazgo que estaría frenando nuestro desarrollo.
Un sector que demostraría tal problema -se dice- sería la minería, que no estaría generando suficiente valor agregado. Sin embargo, los datos muestran que no es así, toda vez que el valor agregado doméstico de las exportaciones -donde los productos mineros son la mayoría- roza el 88%, uno de los más altos entre los países de la OCDE. A esto se suma el histórico fracaso de la sustitución de importaciones, que confirma la importancia de mantener el foco en nuestras ventajas comparativas.
El que las empresas tradicionales tiendan a predominar no es necesariamente negativo, en la medida en que sea fruto de la competencia y del aprovechamiento de economías de escala. El Estado debe favorecer el desarrollo de nuevas industrias, pero a través de incentivos y no por secretaría. Los esfuerzos por mejorar nuestra infraestructura, una de las contribuciones del Ministerio de Obras Públicas durante el último año que se espera continúen, son un ejemplo en la dirección correcta.
Otro ámbito donde puede generarse desarrollo productivo a través de las acciones del Estado es el mercado laboral. En la globalización y el avance de la tecnología existen inmensas posibilidades de progreso; sin un mercado laboral moderno, no podrán aprovecharse. Por eso es necesario avanzar en adaptabilidad y ajustar el sistema de capacitación a las demandas del siglo XXI. Lo mismo ocurre con la revisión del sistema impositivo. Una tasa de impuesto corporativo de 27% deja al país en desventaja a los ojos de los principales inversionistas globales y frena los incentivos para el emprendimiento.
Es labor del Estado asegurar que la economía avance. Esto no pasa por políticas de desarrollo productivo centralizadas. Así lo demuestra nuestra historia reciente. Lo que necesita Chile es una institucionalidad que aproveche las oportunidades y explote nuestras ventajas comparativas. Ello puede ofrecer inmensas posibilidades a toda la población y, en particular, a una nueva clase media que quiere continuar progresando para extender su prosperidad.
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