Viernes, 29 de Marzo de 2024

"El descanso de las velas" no escasea en malas decisiones

ChileEl Mercurio, Chile 18 de junio de 2019

Más de algo anda mal con el texto y el montaje de "El descanso de las velas", estrenado dentro de un breve ciclo en homenaje a su autora, la dramaturga Flavia Radrigán (55, también narradora, hija del premio Nacional Juan Radrigán, fallecido en 2016)

Más de algo anda mal con el texto y el montaje de "El descanso de las velas", estrenado dentro de un breve ciclo en homenaje a su autora, la dramaturga Flavia Radrigán (55, también narradora, hija del premio Nacional Juan Radrigán, fallecido en 2016). Empezando por su enigmático título, que no es una clave que sirva para adelantar su tema o carácter, y cuya significación tampoco queda explicada en su transcurso.
Vista la propuesta, ratifica la sensatez del criterio de que no todas las obras que produce un artista tienen por fuerza que llegar al público. Algunas requieren antes ser revisadas y enriquecidas, otras merecen una segunda versión más madurada, no pocas se deben guardar en un cajón. Aunque ya hayan sido publicadas, como esta cuya escritura data de hace un lustro. Puede que la dificultad de su abordaje haya movido a la directora Mariana Muñoz a convertir este texto en un drama musical de cámara, tal como lo hizo exitosamente con "Amores de cantina", del padre. Pero aquí los materiales y las partes no encajan: la forzada superposición de recursos de naturaleza dispar luce claramente inapropiada.
Trata de dos hermanos casados con dos hermanas, que conviven en el que fuera hogar familiar de los hombres. Parejas desarticuladas que cenarán juntos por última vez, ya que serán desalojados del lugar. Ellos, además, han vuelto del exilio (todo ocurre, al parecer, a fines de los 80); sin embargo, tras un registro de Radio Moscú que se oye antes de que se apaguen las luces, en lo que sigue no hay mayores huellas de ese dato. Lo que sí preocupa a buena parte del relato son los rasgos retorcidos de su interrelación: el hermano más joven se acuesta con su cuñada, pero el adulterio no genera conflicto fraterno alguno, en tanto la menor de las mujeres fue abusada de niña por su padrastro y terminó involucrada en un incesto lésbico madre-hija (y su hermana parece que nunca se enteró de nada).
Carente de cualidad dramática, el texto -cuyo tono evoca el estilo de Radrigán padre, aunque con cuotas de lenguaje procaz y referentes sexuales que él nunca empleó- consiste más bien en divagaciones poéticas que comentan los recuerdos y emociones del cuarteto. Hacia el final se admite que solo se expusieron fragmentos y no hubo historia ni personajes, así es que tampoco hay desenlace posible.
La puesta tiene a todos siempre en escena, sobre y en torno de los dos camastros que hacen de escenografía. Más definitorio es que incorpora una seguidilla de canciones, algunas de ellas corales, que se supone aportan a la expresión de la historia. No están mal cantadas, pero suenan de manera tan insulsa que no alcanzan a cumplir su propósito: sería preferible que no estuvieran. El acompañamiento con punteos y rasgueos en guitarra y cuatro contribuye a su pobreza musical; peor aún, los ejecutantes se ven incómodos mientras en personaje se turnan para sostener los instrumentos que por alguna razón nunca sueltan. Agreguemos que, pese al uso de micrófonos, la letra de las canciones se entiende apenas.
En los largos 70 minutos que se toma el esfuerzo hay ocasionales atisbos de interés y verdad gracias a la solidez de los intérpretes.
Teatro Finis Terrae. Viernes y sábado, a las 20:30 horas. Domingo, a las 19:00. Hasta el 30 de junio.
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