Viernes, 19 de Abril de 2024

El artista en su catedral de la abstracción

Puerto RicoEl Nuevo Dia, Puerto Rico 23 de junio de 2019

Un universo de luces, sombras y formas rodea a Luis Hernández Cruz

Un universo de luces, sombras y formas rodea a Luis Hernández Cruz. Por doquier, descansan atardeceres, amantes, estrellas, lunas, mares, geometrías que juntos van entrelazando sus 60 años de vida artística. Se confiesa "admirador de las cosas". En el espacio, hay inspiración sin fin. Llega con la música, las lecturas, la naturaleza, las pasiones y las soledades. Vaga en su propio Castillo de la Pureza, esa historia que une a Octavio Paz, Stéphane Mallarmé y Marcel Duchamp, y que a sus 80 y tantos lo tiene fascinado y, una vez más, encarándose con franqueza a la pregunta de la verdad, lo real, lo espiritual y la pureza en el arte.
Luis Hernández Cruz es, sin duda, uno de los grandes artistas de este país. Su robusta carrera e inventario de obras lo colocan en un sitial admirable. Sin temor, ha embestido con fuerza creadora diversos medios y se ha reinventado, a su antojo, una y otra vez siempre con la abstracción como hilo conductor.
Incansable, su entusiasmo ante las cosas tiene la misma frescura de quien recién comienza a descubrir los miles de vericuetos que tiene el arte. Su insaciable búsqueda por conocer y saber provoca que su espíritu artístico permanezca en constante tensión y necesidad de crear. Culto, agudo, con un sentido del humor que puede rayar en lo mordaz, nos asegura que pinta todos los días y así lo demuestra su catálogo de obras en el que figuran más de 1,200 creaciones contadas y registradas. En ellas, hay grabados, esculturas en metal, mármol, madera, relieves en fibra vítrea, vitrales, cerámica, en fin, todo medio al que pueda darle forma bidimensional o tridimensional en gran o pequeño formato.
"Trabajo todos los días. La pintura es un quehacer más y para despuntar hay que tener disciplina. No es que te levantas y dices ‘ah, hoy voy a pintar’, no, no es así, hay que pintar todos los días. Siempre se lo decía a mis estudiantes ‘ese cuadro te quedó muy bien, ahora vete, sigue pintando y haz 20, 30 más’, solo así es que se alcanza el éxito".
La conversación comienza en su estudio. "Pasa, quiero que veas lo nuevo que estoy pintando". Se frota las manos, gesto muy característico del maestro, señal de que está satisfecho y en plena faena interpretativa. "Además, quiero que veas los bonsáis, los flamboyanes están florecidos, es un espectáculo".
Las paredes de este espacio gritan lo que es su vida, su esencia: color, luz, forma, abstracción y geometría pura. De cada pared cuelga o se apoyan uno o varios cuadros, algunos terminados, otros en proceso y sobre el cristal rectangular que le sirve de paleta descansan pinceles, espátulas y algunos trazos de pigmento fresco.
¿Qué es para usted el arte abstracto?
—Es el lenguaje del siglo XX. Para mí, el arte es abstracción y comunicación, y mi manera de hacer arte es a través de la abstracción. Hoy, hay nuevas corrientes artísticas que son las que están presentando nuevos lenguajes. Bueno ni tan nuevos. Duchamp en los años 1920 ya había establecido las bases de lo que hoy vemos. Esas instalaciones, construcciones, escenografías en las que la ciencia y otras disciplinas llegan al arte, comienzan con Duchamp. Este mundo ha evolucionado mucho. Vemos artistas más conceptuales como es el caso de Afour Eliasson que trabaja con agua y electricidad. Son trabajos extraordinarios y así hay muchos haciendo cosas muy interesantes. Eso no quiere decir que el arte abstracto esté caduco, es sencillamente otra manera de comunicar. Esa es mi manera de hacerlo, aún tengo mucho que decir y mientras pueda pintar lo seguiré haciendo.
¿Cómo se adentra en la abstracción?
—Gracias a Bayón. Es en Río Piedras que conozco a Damián Bayón, gran crítico e historiador del arte, uno de mis mentores, y fue en casa de él que vi el primer cuadro abstracto, una obra de (Giuseppe) Santomaso. Bayón fue uno de esos profesores que llegó durante la presidencia de don Jaime Benítez. Benítez invitaba profesores extraordinarios que enriquecieron grandemente nuestro panorama cultural, Bayón fue uno de ellos. El caso es que se formaban grandes tertulias en el Darlington. Participaban don Miguel de Ferdinandy, Pepe Echevarría, Ludvic Schajowick, entre otros, y Bayón me invitaba. Al terminar la universidad, decido irme a Washington (American University) a estudiar la maestría. En ese momento, me sumerjo formalmente en el mundo del arte y la abstracción. Conocí la obra de europeos como Nicolas de Staël.
Si bien Luis Hernández Cruz no fue el primer artista abstracto en nuestro panorama cultural, ha sido el más fiero defensor de esta corriente. La creación de asociaciones, publicaciones y formación de discípulos es parte de su legado y esfuerzo. Contrario a otros artistas, que huyen de la posibilidad de ocupar puestos administrativos, Hernández Cruz ha sabido transformar estos desafíos en otro vehículo para sus aspiraciones. Como muestra está su trabajo junto a Ricardo Alegría en el Instituto de Cultura Puertorriqueña, también dirigió la Sección de Artes Plásticas en el Ateneo, fue catedrático, profesor en la Escuela de Artes Plásticas y en la Universidad de Puerto Rico, se desempeñó como director del Departamento de Bellas Artes en tres ocasiones y dirigió el Museo de esa institución.
¿Por qué fue tan difícil que el arte abstracto fuera acogido en Puerto Rico?
—El problema con el arte abstracto fue que lo veían como algo político. Con una percepción errónea, se interpretaba como si fuera algo que proviniese de los Estados Unidos cuando es un movimiento, al menos la corriente que yo seguía, europeo. Mi influencia llegó de artistas como de Staël, Hartung…
¿Cómo luchó contra esa resistencia?
—Pintando. Exhibiendo. Hacia una exposición anual, sabía que eso me iba a posicionar. Me enfoqué en penetrar en todos los ámbitos en los que tenía participación para desarrollar un conocimiento sobre el arte abstracto. En la Liga del Arte, en el Instituto de Cultura Puertorriqueña, en el Ateneo, como profesor de Humanidades, de Arte… en cualquier foro en el que tuviera algún tipo de participación educaba sobre el arte moderno. Esa era mi meta, enseñar, abrir brecha y continuar promoviendo la abstracción en Puerto Rico.
¿En qué momento sintió que estaba comenzando a alcanzar sus objetivos artísticos y educativos?
—Fueron varios los hitos, pero uno de los primeros fue en 1963, cuando Luis González Robles, quien era comisario internacional de exposiciones de España, me invita a participar en la exposición "Arte Actual de América y España", en Madrid. Es él quien me pone en el mapa mundial del arte.
A partir de esa fecha su carrera despunta. Comienza a recibir invitaciones para exponer su trabajo mundialmente y reconocen su labor con diversos galardones. ¿Cuáles resaltaría?
—Una de las más importantes fue en 1968 en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid, donde presenté la obra en fibra vítrea que estaba haciendo en ese momento. Otras serían la del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid en el 1975, en la OEA y São Paulo (1978) y la Retrospectiva en el Museo de Arte de Puerto Rico en 2003, entre muchas más. Calculo más de 50 exposiciones entre individuales y colectivas. En cuanto a los premios, pienso que los más significativos fueron los internacionales de grabado que son unos cuantos.
En 1977, fundó el grupo FRENTE (movimiento de renovación social del arte), un esfuerzo colaborativo entre Antonio Navia, Paul Camacho y Lope Max Díaz. ¿Por qué fue tan importante?
—En Puerto Rico, la crítica del arte era escasa, ahora inexistente, y FRENTE era un órgano que publicaba trimestralmente. Era informativo y crítico de la situación del arte internacional y la relevancia para el país. Proporcionaba información de lo que estaba pasando y es parte de esos esfuerzos que hice por educar sobre la abstracción. Otro fueron los Congresos de Artistas Abstractos (1984 y 1986). Ahí, logramos reunir alrededor de 70 artistas.
En la década de los 80, pasa por un período figurativo, las antifiguras. He leído que para usted la figuración es también abstracción…
—Lo es. Para mí, no hay diferencia en el arte figurativo y la abstracción. La base de toda obra es forma y contenido y estos elementos están presentes en los dos estilos. No hay diferenciación. La diferenciación está en la manera en que se plasma.
¿Se arrepiente en algún momento de no haberse ido de Puerto Rico?
—Estoy satisfecho de todo lo que he conseguido. Sin duda, hubiera tenido mucha más proyección internacional si me hubiera ido a París, como quiso Bayón o si me hubiera quedado en Madrid cuando me lo sugirió González Robles, pero las circunstancias de trabajo y personales no me lo permitieron.
¿Por qué es tan difícil para los artistas que se quedan en Puerto Rico conseguir despuntar más internacionalmente?
—Tiene que ver con nuestra situación política. No existe una entidad, un ministerio de cultura que nos apoye. No tenemos representación de gobierno, centros de cultura internacionales, embajadas. En mis años, he visto como, una vez un artista despuntaba, las embajadas de su país se dedicaban a exhibir sus obras. Los de aquí que lo han conseguido ha sido contra viento y marea. Rafi Ferrer fue uno de los que lo consiguió, con mucho esfuerzo, pero lo logró.
¿Tuvo su padre, Luis Hernández Aquino, algo que ver con ese ánimo combativo y su defensa por la modernidad?
—Naturalmente. Mi padre fue un gran propulsor del modernismo en Puerto Rico. Era profesor de Lingüística y tenía una columna semanal en el periódico El Mundo. Fue un promotor de la literatura puertorriqueña y publicó el Diccionario de voces indígenas y La muerte anduvo por el Guasio. Las revistas Ínsula y Bayoán también fueron sus productos. Y fue miembro de la Real Academia de la Lengua Española, en Madrid.
En ocasiones, le he escuchado decir que su padre era un individuo solitario y que esto era imperativo para que pudiera escribir. ¿La soledad ayuda a la inspiración?
—La soledad te permite apreciar las cosas de maneras diferentes. Te adentras más en ellas. Meditas sobre la vida. Cuando era profesor compartía lo que iba descubriendo con mis estudiantes y el insumo de ellos le daba un matiz diferente. Ahora la exploración individual te invita a lecturas más contemplativas. Tienes todo el tiempo necesario para investigar. Yo me paso leyendo, buscando lo que están haciendo otros artistas para así seguir produciendo.
¿Cuál es su más grande satisfacción como artista?
—Cuando me encuentro con coleccionistas que me dicen que la obra que tienen ha ido creciendo con ellos, que cada vez que la miran ven algo nuevo. A mí eso me hace reflexionar, me hace pensar sobre la vida y de cómo eso es lo que hace que una obra sea buena, importante.
Queda mucho por conversar. Tarea complicada compilar 60 años de expresión en dos páginas. El comienzo y el fin de nuestro diálogo parece tener el mismo sino. Yace en esa reflexión que le da el poder absoluto al observador para poner punto final a una creación. Esa obra inacabada, ambigua, que solo la interpretación individual del público es capaz de colmarla de la emoción final; una obra que se transforma con cada nueva mirada.
Mallarmé, Duchamp y Bonalumi hablan de la búsqueda de la verdad y de cómo la finalidad de una obra de arte es alcanzar, mediante esos ojos, la libertad. Coinciden en que luego de la "nada" que impera después de las vicisitudes que enfrenta un artista para crear, lo que termina por reinar es la pureza. Es allí, en ese pensar, en ese sitio prístino y de luz en el que dejamos a Luis Hernández Cruz. Ahí es completamente libre, ahí habita su todo, ahí reina su "nada".





La Nación Argentina O Globo Brasil El Mercurio Chile
El Tiempo Colombia La Nación Costa Rica La Prensa Gráfica El Salvador
El Universal México El Comercio Perú El Nuevo Dia Puerto Rico
Listin Diario República
Dominicana
El País Uruguay El Nacional Venezuela