Viernes, 29 de Marzo de 2024

La tragedia de Brasil

ColombiaEl Tiempo, Colombia 18 de agosto de 2019

Se considera que, pasado el fragor de las campañas electorales, los triunfadores, y más si las elecciones los llevan a ocupar las máximas magistraturas de una nación, atemperan sus actitudes y afirmaciones y se centran en lo que Max Weber llamó "la ética de la responsabilidad", tendiéndole la mano al adversario y asumiendo con buen juicio, serenidad y la diplomacia, compatibles con el programa de gobierno, las nuevas y complejas responsabilidades que les esperan; en definitiva: que el acceso al poder suele atemperar las peores aristas de la personalidad del antes candidato

Se considera que, pasado el fragor de las campañas electorales, los triunfadores, y más si las elecciones los llevan a ocupar las máximas magistraturas de una nación, atemperan sus actitudes y afirmaciones y se centran en lo que Max Weber llamó "la ética de la responsabilidad", tendiéndole la mano al adversario y asumiendo con buen juicio, serenidad y la diplomacia, compatibles con el programa de gobierno, las nuevas y complejas responsabilidades que les esperan; en definitiva: que el acceso al poder suele atemperar las peores aristas de la personalidad del antes candidato. Si Donald Trump fue una excepción a esta tendencia, mucho más lo ha sido el primer mandatario brasileño, Jair Bolsonaro. Acudió a las elecciones con la comodidad de que una decisión judicial había excluido como candidato al expresidente Lula da Silva -que aparecía como claro favorito- y con un discurso plagado de odio y estridencias: profascista confeso, homófobo, racista, admirador de la época dictatorial, defensor de la eliminación física de los disidentes políticos y machista hasta llegar a decirle a la diputada María del Rosario, en un programa de televisión, que si no la violaba era "porque era fea y no se lo merecía". En su primer año de gestión, Bolsonaro no ha hecho sino acentuar tan preocupantes tendencias. Por ejemplo, al firmar que el error de la dictadura fue "torturar en vez de matar", señalando: "Hubiera sido necesario matar a 20.000 comunistas, y hoy, el país no tendría 70.000 homicidios al año". O presentando una ley que eximiría de responsabilidades penales a policías y civiles que disparen sobre presuntos delincuentes: "Los criminales morirían como cucarachas", ha declarado en televisión. Para el sociólogo Boaventura de Sousa: "El Gobierno brasileño ha caído en el abismo del absurdo, en la banalización total del insulto y la agresión, en el atropello de las reglas claras de convivencia democrática, en la destilación del odio y la negatividad como única arma política". Un componente fundamental en la tragedia de Brasil ha sido la presencia y actuación de los militares a lo largo de un siglo. Entre 1964 y 1985 protagonizaron un golpe de Estado al que siguió una dictadura particularmente cruel y sangrienta por la que aún hoy no ha sido juzgado ninguno de sus comandantes, como ha sucedido en Chile o Argentina. Con Bolsonaro, los militares han regresado al protagonismo público, empezando por el nombramiento como vicepresidente del general Hamilton Mourão, defensor de la dictadura militar, y alabando como "héroe nacional" al coronel Carlos Alberto Ustra, que dirigió el mayor centro de tortura de São Paulo. Y es que, según diversos analistas, las razones que llevaron a la dictadura (1964-1968) no fueron superadas con el regreso de la democracia: las élites patrimonialistas se sirvieron de la una y de la otra para impedir, por ejemplo, que se resolviera el problema de la concentración de la tierra. Hoy, el mayor escándalo está en la amenaza de los poderes militares y económicos sobre la selva amazónica con el crecimiento de la deforestación en un 40 por ciento en los últimos doce meses, al tiempo que se desmantela el sistema de protección ambiental, todo ello en beneficio de los grupos agropecuarios nacionales y multinacionales y en perjuicio de la humanidad entera. Este periódico publicó hace unos días, en su sección internacional, un excelente informe sobre el problema. Mientras, la oposición permanece átona ante la apisonadora ultra, excepto las mujeres y los indígenas, o los Jueces para la Democracia, que han declarado que el expresidente Lula es un "preso político". Hace exactamente un año me hacía eco en esta columna de la carta del sociólogo Manuel Castells a la opinión mundial, en la que alertaba de que si subía al poder un personaje como Bolsonaro en el país más decisivo de América Latina, "nos habremos precipitado en lo más bajo de la degradación del orden moral del planeta a la que estamos asistiendo". Ahí estamos.
Un mundo sin rumbo
Antonio Albiñana
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