Viernes, 19 de Abril de 2024

Parar y pensar: contra la aceleración y el individualismo

ChileEl Mercurio, Chile 15 de diciembre de 2019

Frente al economicismo y la crisis climática, en "Cómo pensar juntos" (Saposcat), la filósofa belga Isabelle Stengers aboga por ralentizar nuestros hábitos. Una tendencia asentada en cualidades como el altruismo, la comunidad y la comunicación.

Guiado por intereses personales, maximizador de su bienestar; usted, dicen, es un homo economicus . ¿Lo es?, ¿lo somos?; "aceptamos que se describa a los seres humanos como fundamentalmente egoístas, apegados a sus intereses inmediatos, irresponsables. Y lo que nos condena es que hemos dejado decir eso, que todo es normal porque la situación responde a la «naturaleza humana». Quisiera contarles, entre nosotros, que cuando me di cuenta de hasta qué punto estaba siendo herida nuestra facultad de responderles «pero !cómo pueden decirnos eso¡, !cómo osan dirigirse así a nosotros¡», comencé a interesarme por la política, a politizarme".
Quien escribe, indignada, es Isabelle Stengers (1949), química belga devenida en filósofa e historiadora de las ciencias, y activista, o más bien "intervencionista" contra el cambio climático y la desigualdad social derivada, según ella, de esa idea del hombre como un ser económico, de ese capitalismo acelerado que reduce todo al crecimiento económico. Aquella idea de la naturaleza humana Stengers la describe como un "desastre mental".
"El desastre mental continúa hasta hoy. Sabemos que el crecimiento indefinido amenaza toda la vida en la Tierra y al mismo tiempo celebramos en la radio: «Por fin el crecimiento despega, los hogares se pusieron a consumir» !Aleluya¡", dice Stengers en "Cómo pensar juntos", libro publicado por la editorial chilena Saposcat (con traducción del antropólogo Diego Milos), que reúne dos conferencias "sobre ciencia, política y desastre"; y la novela gráfica "El año 01", de Gebé, que influyó en las ideas de esta filósofa.
-¿Por qué rechaza aquella descripción de los seres humanos como "fundamentalmente egoístas"?
"La pregunta es menos por qué la rechazo, junto a muchos, sino por qué alguna vez fue aceptada. Es una historia triste, que nunca ha sido 'puramente científica'. Es un nuevo giro del muy viejo tráfico entre economía y biología -la comparación entre el orden de la sociedad y el de los seres vivos es un tema muy antiguo-, y su ambición común de imitar a la física, de formular un principio simple que permita obtener una perspectiva unificada. La economía fue la primera, pero la biología siguió con la simplificación del pensamiento darwinista, y en ambos casos resultó en la promoción de un individuo definido por intereses ciegos que llevó a negar la importancia de la solidaridad y la cooperación. La biología, hoy, está descubriendo que tales individuos son una mala abstracción. La interdependencia entre seres vivos heterogéneos ahora parece ser la regla".
-¿Y la economía?
"La economía no tiene esa libertad. Sus abstracciones no pueden separarse de la llamada 'modernización' del mundo. No es necesario señalar que ha acompañado el proceso de colonización con su destrucción de las culturas y las ecologías locales".
Máquinas sin tiempo
Autora de libros como "La invención de las ciencias modernas" y "El tiempo de las catástrofes", Stengers cree que nos falta pensar, y, puesto que no hay una verdad, sino perspectivas, que debemos hacerlo juntos. Nos falta tiempo, una pausa. La filósofa habla de una "expropiación sistemática" de lo que nos vuelve capaces de pensar juntos los problemas comunes.
La aceleración y la falta de pensamiento es un tópico. El hombre moderno, dice el filósofo alemán Martin Heidegger, ha huido del pensamiento. La filósofa francesa Simon Weil llamó le malheur a la falta de tiempo, algo así como "aflicción", "desgracia", "indignidad" y, por qué no, "infelicidad". Se refería a ese estado inhumano que descubrió en las fábricas, "resultado menos del sufrimiento físico que de la degradación psicológica", explica Robert Zaretsky en "Remembering Simone Weil". "Reducidos a una existencia como la de una máquina por su implacable y repetitiva labor física, acosados por el tiempo de los relojes y hostigados por capataces, era simplemente imposible que los trabajadores pensaran, mucho menos que pensaran sobre la resistencia o la rebelión".
Weil y Heidegger hablan desde la primera mitad del siglo XX; no es nuestro mundo, o no del todo, podríamos pensar. Pero gracias a las nuevas tecnologías hoy podemos trabajar desde cualquier lugar y en todo momento; estamos siempre disponibles. Y también siempre conectados, llenos de informaciones que llegan y se van: enganchados a nuestros celulares y las novedades de Twitter, Facebook o Instagram. En "El enemigo conoce el sistema" (Debate), la periodista española Marta Peirano dice que el acto de pensar es transformador, pero requiere pausa, paciencia: "Una ralentización del tempo que sería tan desconcertante en un programa de televisión como en un espectáculo de Las Vegas"; y más improbable en el entorno digital: "Las plataformas de contenidos que consumimos hoy están aún más aceleradas y todavía más fragmentadas".
Byung-Chul Han, el filósofo surcoreano, ve en ese tiempo atomizado, mera sucesión de presentes, una "crisis del tiempo". "A la civilización actual le falta, sobre todo, vida contemplativa. Por eso desarrolla una hiperactividad, que le quita a la vida la capacidad de demorarse y recrearse", ha dicho. En uno de sus libros más recientes, "Filosofía del budismo Zen" (Herder), se pregunta si la filosofía del "no hacer", del "no desear", puede desafiar al imperativo de estar siempre produciendo.
Gratuidad cristiana
El número más reciente del TLS (el suplemento literario del periódico inglés Times) habla de "la muerte del hombre económico", ajeno a las cualidades que nos hicieron evolucionar como especie: "altruismo, comunidad y comunicación". Cuestión afín con lo que muestra el psicólogo evolutivo estadounidense Michael Tomasello en "Una historia natural de la moralidad humana" y "Una historia natural del pensamiento humano" (Ediciones UC), donde vemos cómo la necesidad de cooperar nos convirtió en seres morales y pensantes. Tomasello cuestiona la tesis del homo economicus : "Es claro que, en la visión más amplia de la evolución e historia humanas -comenzando por las sociedades igualitarias y comunales de los cazadores-recolectores que caracterizaron la especie durante el primer 95 por ciento de su existencia-, los mercados capitalistas son instituciones culturales cooperativas". No es que seamos ángeles altruistas, es que "tenemos inclinaciones naturales de empatía y equidad hacia los otros, pero también a veces somos egoístas".
En un libro del Instituto de Estudios de la Sociedad, "Primera persona singular. Reflexiones en torno al individualismo", el antropólogo Pablo Ortúzar escribe el artículo "Después de la soberanía individual". Allí habla de los aspectos autodestructivos del "capitalismo de mercado": el cambio climático, el déficit de sentido y el "horror burocrático" (tipo call center ).
Una respuesta a esa triple crisis la encuentra Ortúzar en el cristianismo: "Recuperar nuestro lenguaje moral -que es el lenguaje moral cristiano- nos permitiría fijar prioridades de manera justa e imaginar en conjunto lo que significa el desarrollo, dejando atrás la utopía de la autonomía individual neutralizante y abriendo la puerta para que la caridad -denostada en el mundo moderno como si se tratara de regalar lo que sobra- recupere un lugar central en nuestra descripción del mundo".
Imaginar en conjunto, dice Ortúzar, tal como Stengers habla de pensar juntos. Hacer política, dicen los dos. En Chile, desde el 18 octubre, estamos en una crisis política y social, interpretada como un reclamo contra la desigualdad, la injusticia y los abusos, y a favor de la "dignidad". Entre los muchos grafitis aparecidos en las paredes, hay uno que dice: "Otro fin del mundo es posible".
Imaginemos que nos detenemos, ¿que viene después? Al plantearle la duda, Stengers recuerda, con Marx, que las verdaderas preguntas son las que podemos cuestionar; "lo que me interesa es el proceso que podría permitirnos cuestionarlas. No es una utopía, pero la pregunta es la misma: ¿Existe la posibilidad de un futuro por el que valga la pena vivir y morir?".
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