La mala hora de Puerto Rico (I)

SAN JUAN. Contra viento y marea, Puerto Rico estaba renaciendo de sus cenizas y dejando atrás el recuerdo de la desolación causada hace dos años por los huracanes Irma y María, cuando la fuerza de la naturaleza volvió a poner a prueba a los habitantes de la isla al comenzar este año. Los sismos afectaron varias poblaciones del sur, pero golpearon anímicamente a todos los puertorriqueños, y los daños colaterales -comenzando por el colapso del sistema eléctrico- se sintieron hasta en San Juan, situada en el extremo opuesto al epicentro. La nueva emergencia se presentó en momentos en que ya casi no había huellas de la catástrofe de 2017, que dejó la isla durante meses sin energía y agua potable, y a la población desguarnecida en medio de la destrucción general. Las señales del regreso a la normalidad son visibles para el creciente número de visitantes que pueden apreciar, en medio de la exuberante geografía de la isla, las viviendas renovadas de las localidades esparcidas como en un gran pesebre bajo el sol esplendoroso del Caribe. Los turistas forman largas filas en la inmigración del aeropuerto Luis Muñoz Marín y después llenan las elegantes calles de El Condado y las del viejo San Juan, donde Cartier, Tiffany, Sotheby’s y otras exclusivas tiendas lucen sus mejores galas, mientras una procesión de cruceros surca la bahía de la capital puertorriqueña. Es un espectáculo de inverosímil prosperidad y riqueza en un territorio golpeado con tanto rigor por la naturaleza y que, además, padece una crisis económica prácticamente imposible de resolver. Esta contradicción se explica por la situación que vive Puerto Rico desde cuando dejó de ser colonia española y quedó bajo la tutela de Estados Unidos, al ganar estos la guerra con España en 1898. Ocupado militarmente y administrado después por gobernadores estadounidenses, a partir de 1952 se constituyó como estado libre asociado (ELA), una figura que lo puso bajo la soberanía de la Unión Americana sin ser un estado de esta ni tampoco un Estado independiente. El ELA le ofrece algunas garantías, como la ayuda federal para enfrentar las catástrofes, aunque esta ha sido insuficiente en las recientes emergencias. La recuperación es principalmente fruto del esfuerzo propio, más atribuible a la ciudadanía que a los gobernantes locales. En las calles adyacentes a La Fortaleza, sede del Gobierno desde los tiempos de la Colonia española, no han sido borrados los grafitis que dan testimonio de la multitudinaria rebelión popular que destronó al gobernador Ricardo Roselló el 24 de julio de 2019. Esta fue la principal consecuencia de la indignación acumulada por años de recesión y desempleo bajo varias administraciones irresponsables y corruptas, males que los huracanes pusieron al descubierto, a semejanza de lo ocurrido en Colombia tras la firma de la paz con las Farc. Junto con la corrupción, la tragedia mostró a los puertorriqueños la cara oscura de la pobreza y la desigualdad que la isla había dejado atrás en los prósperos años 50 y 60 del siglo pasado, que hicieron avanzar su economía por encima de las de los países latinoamericanos. Aquel desarrollo fue un fenómeno pasajero y artificial porque se basó en una ley del Congreso estadounidense que dio incentivos a las corporaciones que se establecieran en la isla y estuvo vigente hasta 2006. Al amparo de esa ley se instalaron en Puerto Rico muchas industrias, entre ellas el gran complejo petrolero de la Commonwealth Oil Refining Company (Corco), uno de los más grandes del mundo, del cual solo quedan los esqueletos fantasmas de sus refinerías. Ahora se importa gasolina, como los alimentos y casi todo lo demás. La crisis seguramente se agravará como consecuencia de los temblores, pero hay un cambio en ciernes que está alentando la esperanza de muchos puertorriqueños y será el tema de otra columna.
Una nueva emergencia
Leopoldo Villar Borda
Es un espectáculo de inverosímil prosperidad y riqueza en un territorio golpeado con tanto rigor por la naturaleza y que, además, padece una crisis económica prácticamente imposible de resolver.