Sábado, 20 de Abril de 2024

Almudena Grandes publica la quinta entrega de su serie sobre la Guerra Civil Española

ChileEl Mercurio, Chile 17 de febrero de 2020

En "La madre de Frankenstein", la escritora centra la acción en un manicomio de mujeres, como metáfora de la situación de la España de 1950.

En junio de 1933, Aurora Rodríguez Carballeira entró en el cuarto de su hija, Hildegart, y la mató mientras dormía, disparando cuatro balas sobre su cabeza con un revólver. Culta, de buena familia, progresista y feminista, Aurora había creado a su propia hija, una niña superdotada que a los 18 años ya se había licenciado en Derecho, como una especie de experimento científico, un producto matriarcal que debía representar a la mujer revolucionaria. "Lo tenía todo -dice Almudena Grandes- y una enfermedad mental también".
Cuenta la escritora que Aurora llegó a su vida el año que publicó su primera novela, "Las edades de Lulú" (1989). En una visita a una librería descubrió "El manuscrito encontrado en Ciempozuelos", de Guillermo Rendueles, que contaba la historia clínica de aquella mujer. Su relato le impresionó tanto, que hoy, 30 años después, lo narra en su última novela. "La madre de Frankenstein" (Tusquets) es la quinta entrega de sus ambiciosos "Episodios de una guerra interminable", después de títulos como "Inés y la alegría" (2010), "El lector de Julio Verne" (2012), "Las tres bodas de Manolita" (2014) y "Los pacientes del doctor García" (2017).
Ambientada en un manicomio de mujeres, en ella cuenta la historia de un médico que regresa de su exilio en los años 50, para trabajar en un psiquiátrico. Allí coincidirá con la célebre parricida y con una humilde enfermera criada desde pequeña en el centro.
-Cuando publicó el último título de su serie comentó que sus novelas son ajustes de cuentas con el presente y no con el pasado. Con este presente que tenemos hoy, ¿siente que las cuentas pendientes son más amplias o se van mermando poco a poco?
"Creo que tenemos un presente feo. Y tenemos un presente, además, que no tendría por qué ser tan feo. No hay tantos motivos. Pero la memoria sigue siendo un tema tabú en este país. En ese sentido, con independencia de la belleza o la fealdad del momento, mientras las cosas no cambien seguirá siendo un problema de ajustar cuentas con el presente y no con el pasado. En España tenemos un sector de la población bastante insólito, 'enemigo de la memoria', que siempre dice que hay que dejar de mirar el pasado. Y lo que no entienden es que la memoria no tiene nada que ver con el pasado, lo que tiene que ver con el pasado es la historia. La memoria tiene que ver con el presente. Es un ingrediente fundamental en la elaboración de la identidad".
-¿Y Aurora Rodríguez? ¿Era su cuenta pendiente?
"Sí, porque yo llevo 30 años pensando en Aurora, dándole vueltas. Yo conocí a Aurora como asesina, claro, que es como la conocía todo el mundo. Pero en 'El manuscrito encontrado en Ciempozuelos' hallé muchas otras cosas. Y me di cuenta de que como criminal se me quedaba corta. Había muchas cosas en ella que me parecían mucho más atractivas. Ella habría tenido todas las condiciones para convertirse en el modelo de mujer nueva que hacía falta en este país. Era muy culta, autodidacta y rica, con lo cual fue independiente y podía tener proyectos propios sin depender de nadie. Una mujer que no rehuía la actividad pública, que escribía artículos y libros, que formaba parte de asociaciones. Lo tenía todo. Y una enfermedad mental también. Aquello arruinó todo lo demás".
-Decide ambientar los años 50 de España y la acción de su novela en un manicomio de mujeres, ¿era una metáfora de la situación del país?
"Esta novela cuenta lo que para mí es un hoyo. Los años 50 fueron años en los que no había esperanza. Los españoles, que en los 40 habían soportado una represión salvaje, física, económica, de sentencias duras de cárcel y de trabajos forzados, tenían la esperanza de que los aliados iban a intervenir. En los años 60 ya se sabía que Franco se iba a morir en la cama y surgió una nueva oposición, que fue la que luego lideraría la transición. Me pareció interesante entonces contar esa época que es tan dura, desde un manicomio de mujeres, desde el margen del margen, porque las protagonistas de esta novela son las últimas de la fila. Son mujeres y luego, además, enfermas mentales. Por definición era un lugar donde vivía recluida gente que no le importaba a nadie. A mí me parecía que para contar eso, aquel lugar era ideal".
-De hecho, dedica el libro a esas mujeres que vivieron aquellos años sin libertad, ¿no?
"Sí. Fue una época en que la íntima unión entre la Iglesia católica y el Estado franquista, que es lo que generó ese engendro que realmente no es una ideología sino una pseudoideología que llamamos nacionalcatolicismo, intervenía en la vida privada de las personas. Y hacía difíciles muchas cosas, muchos actos, muchos gestos cotidianos muy pequeños, pero que son decisivos para que la gente sea feliz. En aquella época, para las mujeres su cuerpo era un problema. Todo era pecaminoso. Eran tan peligrosas, que España se convirtió en un país de silencios. Donde lo más seguro era estar callado. De gente desconfiada que no confiaba en nadie. Eso fue terrible para todos y para las mujeres fue peor".
-¿Será su próximo libro, "Mariano en el Bidasoa", la última entrega de sus "Episodios de una guerra interminable" o ha cambiado de idea?
"No. Queda uno, uno que es el último. Está bien hacer cosas que tengan un principio y un final, no tiene sentido alargar algo indefinidamente. Desde el principio dije que iban a ser seis, que iban a acabar en el 64. Lo del 64 no es un capricho. Es un año en el que el régimen celebra los 25 años de paz, pero además, yo creo que la verdadera transición empieza justo en esa época. A mediados de los 60 es cuando los españoles descubren que hay otra vida y que hay otro mundo, que se puede vivir de otra manera. Los inmigrantes económicos se van a trabajar a Europa, descubren un modo de vida que no tiene nada que ver con el suyo, mandan remesas a España que acaban con la miseria, cuentan lo que ven, y al mismo tiempo, el turismo hace que se empiecen a familiarizar con otros europeos que viven otras cosas. En ese momento creo que se acaba la autarquía, la autarquía moral; incluso, se acaba la España encerrada en sí misma sin contacto con el mundo".
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