Martes, 23 de Abril de 2024

Afganistán, paz incierta

ChileEl Mercurio, Chile 27 de febrero de 2020

El retiro de las tropas estadounidenses no garantizaría -necesariamente- una paz duradera en Afganistán.

Este 29 de febrero podría transformarse en una fecha histórica para Afganistán. Si para entonces se cumple el plazo de una semana en que los talibanes no cometan actos de violencia en este país, Estados Unidos estaría dispuesto a firmar un acuerdo de paz que ponga fin a la guerra con esta milicia afgana. De esta manera, culminaría un proceso de complejas negociaciones que se iniciaron hace más de un año en Qatar. Y, además, el Presidente Donald Trump concretaría una de sus principales promesas de campaña.
De alcanzar este acuerdo, Washington habrá puesto punto final a un conflicto que se inició en octubre de 2001, cuando el gobierno del entonces Presidente George W. Bush ordenó invadir Afganistán tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de ese año, argumentando que este país de Asia Central era un "santuario" de Al Qaeda y que el gobierno talibán protegía a Osama bin Laden.
Desde entonces, se calcula que 2.300 soldados de EE.UU. han muerto en este país, donde Washington aún mantiene desplegados cerca de 13.000 efectivos.
De esta forma, el gobierno estadounidense podría iniciar un cronograma para el retiro definitivo de sus fuerzas. Y aunque resolvería una de las guerras más largas que ha librado Estados Unidos, no garantizaría -necesariamente- una paz duradera en términos locales.
Afganistán es un país que no ha conocido la paz en décadas (tampoco la democracia). En 1979, la invasión soviética lo sumió en un conflicto que se extendió hasta 1988, cuando Mijaíl Gorbachov ordenó el retiro de sus fuerzas. Sin embargo, tras la salida de las tropas extranjeras, las diferentes milicias que habían combatido a los soviéticos no lograron conformar un gobierno de unidad, lo que desató una lucha entre diferentes "señores de la guerra" que duró hasta 1996, cuando los talibanes tomaron el control de Kabul y de gran parte del resto del país.
Solo la invasión estadounidense de 2001 pudo acabar con este régimen brutal y posibilitó la instalación de un gobierno prooccidental.
Pero lo cierto es que el intento por reconstruir Afganistán ha vivido numerosos tropiezos. En primer lugar, el país sigue muy lejos de ser una democracia; las fuerzas militares y policiales son débiles, mientras que los talibanes -a pesar de haber sido derrocados- se reorganizaron y hoy controlan más del 50% del país; y si no fuera por las tropas de EE.UU. y de sus aliados de la OTAN, Kabul y su gobierno habrían caído hace mucho tiempo.
Además, el actual gobierno, encabezado por el Presidente Ashrad Ghani, no es reconocido como un actor válido por los talibanes. De hecho, durante todo este proceso de negociaciones entre ellos y EE.UU., el gobierno afgano -a petición expresa de esta milicia- no envió a ningún representante.
De alcanzar un acuerdo con los talibanes, es probable que Washington inicie el repliegue de manera rápida. Sobre todo considerando que Donald Trump se encuentra en plena campaña para obtener un segundo mandato presidencial en noviembre próximo. Y esto sería un logro concreto que podría capitalizar en términos electorales.
En ese contexto, se abre un incierto futuro para Afganistán, que -salvo que Naciones Unidas ponga en práctica un plan de contingencia con apoyo internacional- fácilmente podría caer nuevamente en una espiral de violencia.
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