Educación superior frente a la crisis

Son momentos difíciles para el país. Desde luego, para los hogares y las personas, pero también para las más diversas organizaciones. Es el caso, por ejemplo, de las universidades. Ellas debieron adaptarse muy rápidamente a la realización de clases remotas y aún están haciéndolo. Es ciertamente un proceso de ensayo y error. Existen diversas complejidades involucradas, pero con el aporte de todas las comunidades deberían poder superarse. Los rectores han reconocido las dificultades y han agradecido el compromiso de todos.
Por lo mismo, no dejan de llamar la atención los reclamos de algunos grupos de estudiantes. Los anuncios de paro online de la FECh, por ejemplo, o las demandas de la Confech aparecen, en las circunstancias actuales, completamente extemporáneos. En momentos en que se requiere enfrentar unidos una pandemia y una crisis económica de proporciones, no es razonable que se aspire a exacerbar las diferencias y actuar desde el conflicto. Por cierto, incluso en las circunstancias actuales no se debe inhibir la crítica, pero las universidades son espacios donde se tiene que privilegiar una deliberación razonada que lleve a las mejores soluciones posibles, más en momentos como los actuales, llenos de incertidumbre y de dificultades. Otra actitud es difícil de entender.
También resulta difícil de comprender que se pida a las universidades reducir los aranceles o suspender su pago, porque las clases no son presenciales. Por un lado, esto ha sido producto de una contingencia que genera, en muchos casos, nuevos gastos y, por otro, los ahorros no parecen muy relevantes. Además, no se puede olvidar que las principales inversiones de las universidades son las personas -cuyos pagos deben continuarse- y los proyectos académicos, que no se pueden suspender. La realidad de estas instituciones se refleja, por ejemplo, en que la inversión total por estudiante, respecto del ingreso per cápita, es de las más bajas entre los países que integran la OCDE. No parece haber, entonces, dineros que sobren.
El daño que provocarían soluciones mal pensadas o reclamos injustificados a las casas de estudios superiores puede ser muy difícil de reparar. Por supuesto, estas instituciones deben ser también muy responsables. Por una parte, les corresponde desarrollar los mejores esfuerzos para mantener altos niveles de calidad en las clases remotas y apoyar a sus estudiantes, académicos y trabajadores a llevar estos procesos de buena forma; por otra, acordar flexibilidades para los estudiantes que se vean más afectados por la crisis económica que está comenzando.