Sábado, 20 de Abril de 2024

Las carreras que quedaron truncas en la última gran suspensión

ChileEl Mercurio, Chile 6 de abril de 2020

La Segunda Guerra Mundial paralizó toda actividad deportiva, cambiando la suerte de miles de atletas que estaban destinados a brillar. Acá tres historias que hoy, con la pandemia, pueden repetirse.

E l coronavirus tiene a la temporada deportiva mundial tambaleando, al punto que parece encaminada a bajar su cortina de manera definitiva.
Antes de la llegada del fatal virus, la última suspensión generalizada que vivió el deporte la generó la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Seis años de inactividad que dejaron a miles de deportistas con sueños rotos y caminos a medio andar.
Bien lo supo Anita Lizana.
La tenista nacional, quien brillara mundialmente en la disciplina en los años 30, tuvo un abrupto final de carrera cuando pasaba por su mejor momento: ganadora de 17 títulos en individuales, en 1937 tuvo su año más laureado, al celebrar en el US Open y posicionarse como la mejor jugadora del mundo con apenas 21 años.
Dos años más tarde, todo se paralizaría por el conflicto bélico.
"Fue una de las grandes perjudicadas con la suspensión, sin dudas. Lizana iba escalando hacia el peak de su carrera. Son supuestos, pero si hubiese seguido jugando habría dado pelea para seguir ganando torneos de Grand Slam, ya sea otro US Open, o quedarse con Wimbledon, y no tuvo la oportunidad de intentarlo. Fue doloroso para ella", dice el periodista Mario Cavalla, autor del libro "Historia del tenis en Chile".
Terminada la guerra, en 1947, Lizana -de 32 años y sin el físico y talento de antes- tuvo un último "baile" en el pasto de Londres, pero no superó la segunda ronda. Al año siguiente se retiró definitivamente de la actividad. "Sin guerra, le hubiese dado el título de Wimbledon a Chile", se lamentó años después.
No sólo al tenis golpeó la época de la Alemania nazi. Los Juegos Olímpicos se vieron interrumpidos por doce años, y el atletismo sumó decenas de historias truncadas por un conflicto bélico que apagó victorias inminentes.
Reconocido por haber dominado la pista en los JJ.OO. de Berlín 1936, el velocista afroamericano Jesse Owens (22 años) quedó en la historia por haberse colgado cuatro medallas de oro en un certamen en que los alemanes soñaban con destacar a la "raza aria". La increíble marca de preseas doradas en una sola cita fue igualada por Carl Lewis recién en 1984, y luego hubo que esperar el destello de Usain Bolt para volver a oír de hazañas de esa magnitud. A diferencia de estos dos últimos atletas, Owens solo dijo presente en un certamen de los cinco anillos, ya que la guerra abortaría cualquier opción de que el oriundo de Alabama volviera a tocar la gloria. Del cielo bajó al infierno. Regresó a su tierra donde nunca se le reconoció como el héroe deportivo que fue. Trabajó como botones en un hotel, y también en una gasolinera. No volvería a competir de manera oficial: para ganar dinero extra, el famoso sprinter se vio obligado a retar a corredores aficionados -dándoles ventaja, por cierto- , y en más de alguna ocasión desafió a caballos en hipódromos. "Necesito el dinero. No me puedo comer las medallas de oro", se defendió Owens en su momento.
Hay relatos más desafortunados: la alemana Gretel Bergmann, campeona europea y dominadora absoluta del salto alto en la década del 30, no pudo cumplir su sueño de ser campeona olímpica. El régimen de Adolf Hitler le negó la participación en la cita del 36, debido a su origen judío. La manera de hacerlo fue cruel: Bergmann, quien había emigrado de Alemania al Reino Unido en 1933, fue convocada al equipo germano para ser parte de la delegación olímpica, esto debido a la amenaza de Estados Unidos de boicotear el certamen si el local excluía a sus atletas judíos. Los alemanes sucumbieron ante la presión y Bergmann, dichosa, regresó a su país. Pero todo fue un engaño: a sólo dos semanas del inicio de las olimpiadas, y con los norteamericanos arriba del barco que los llevaría a Europa, la saltadora judía fue notificada de que estaba fuera del certamen.
"Odié a Alemania por todo lo que me hicieron. Fue un golpe terrible", diría la deportista poco antes de su muerte en Nueva York, a los 103 años. Bergmann, quien se cambiaría el nombre a Margaret Lambert, tuvo esa espina clavada hasta el día de su fallecimiento: cada vez que veía torneos de atletismo por televisión, se largaba a llorar. "Me acordaba de lo que fui y lo que podría haber conseguido", contó.
La Nación Argentina O Globo Brasil El Mercurio Chile
El Tiempo Colombia La Nación Costa Rica La Prensa Gráfica El Salvador
El Universal México El Comercio Perú El Nuevo Dia Puerto Rico
Listin Diario República
Dominicana
El País Uruguay El Nacional Venezuela