Jueves, 28 de Marzo de 2024

De no creer. Y al final era el Frente de Todos contra Todos

ArgentinaLa Nación, Argentina 18 de septiembre de 2021

El video más visto de la semana fue el del gato que cuelga del techo en un estadio de Miami; miles de personas contienen el aliento, temiendo lo peor

El video más visto de la semana fue el del gato que cuelga del techo en un estadio de Miami; miles de personas contienen el aliento, temiendo lo peor. La historia termina bien: el gato cae, pero cuando está por estrellarse contra el piso lo atajan con una bandera desplegada. Visto con ojos argentinos, resulta una metáfora: ¿es el Presidente el que está a punto de precipitarse al vacío? ¿O es su vice? En realidad, es el Gobierno. Y no sabemos si lo espera una bandera.



Tampoco hay que dramatizar. El primero en comparar a los peronistas con los gatos fue Perón, al aludir a que lo que parecen peleas entre ellos son, en verdad, juegos amorosos tendientes a la procreación. No nos estamos matando, nos estamos reproduciendo, dijo el General, teoría biológica que retomaría, muchas décadas después, Vicky Tolosa. De la guerra entre Alberto y Cristina hay que esperar, pues, nuevos gatitos. Un primor cómo evoluciona la especie.



No solo la especie; la crisis avanza a un ritmo tan trepidante que las cosas se ponen viejas enseguida. El domingo, entre el festejo del estado mayor del kirchnerismo en La Plata, bailando y abrazándose felinamente, y el velatorio en el bunker de Chacarita (la locación anticipaba el resultado), pasaron cuatro horas. El domingo era el Frente de Todos; tres días después, de Todos contra Todos. El lunes, las acciones de Alberto cotizaban a precio de liquidación, el martes se calzó los guantes y el miércoles pidió que reabrieran el Luna Park. En las redes ya no saben ni siquiera cómo llamarlo: pasó de Albertítere a Albertitán, y para algunos su osadía lo convertirá, tarde o temprano, en Almuerto. Nunca un nombre ha sufrido tantas alteraciones, tremenda paradoja cuando para muchos ha pasado a ser un innombrable. Por eso la diputada Vallejos prefiere identificarlo por sus atributos.



Ajeno a esas nimiedades, él disfrutó de sus primeros días como presidente. ¿Los disfrutó realmente? Creo que sí; llamaba y le contestan, pedía un café y no se lo llevaban frío. Imaginemos las palpitaciones y el rubor adolescente al escribir aquel tuit: "La gestión de gobierno seguirá desarrollándose del modo que yo estime conveniente. Para eso fui elegido". Habrá vivido sensaciones nuevas. Fabiola empezó a preparar una ceremonia íntima para colgarle la banda. Él la paró: estaba con vértigo.





Cristina esta vez calculó mal: pensó que podía doblar a Alberto sin romperlo





Tanta autonomía de golpe puede perturbar a alguien genéticamente constituido para obedecer. Asumirse líder, sin serlo, lleva horas de coaching y mucha gente al lado que te mienta. Si su rabieta frente a los cambios que Cristina le pedía fue lo que provocó el incendio, jugó un rato con fuego y después tiró medio gabinete por la ventana. Como dijo Andrés Malamud, el Presidente pegó un puñetazo en la mesa y gritó, desafiante: "Sí, Cristina". Sí, Cristina, te voy a hacer caso: vuelo a Cafieritito y pongo a Manzur; a Manzur se lo ofrecí y me dijo que no, hasta que lo llamaste vos. ¡Tenés una labia!



Cafieritito pasa a Cancillería, en línea con la saga de prohombres de la diplomacia como Ángel Gallardo, Saavedra Lamas, Zavala Ortiz y Felipe Solá; Felipe se enteró de su desplazamiento anoche mientras estaba en vuelo oficial a México: "Para tu vuelta no hay apuro", le dijeron.



A Seguridad va Aníbal Fernández, el de la sensación de inseguridad, puesto por Cristina, no por Alberto; reemplaza a Frederic, cambio que está haciendo temblar al narcotráfico. Aníbal, un expediente vivo, llega con todo su desprestigio intacto, cosa de que el Presidente encuentre un poco más de competencia.



Cristina vivió horas aciagas. Nunca cuenta con la astucia de Alberto, pero menos contaba con su pataleo. Durante dos días quedó a la intemperie. Ingrato destino, mascullaba: de reina de los desposeídos a desposeída. Su criatura se le había plantado, el peronismo clásico la despreciaba en público, gremios y movimientos sociales migraban hacia la Casa Rosada; el café le llegaba tibio. No hay holding hotelero que compense el portazo en la cara de tu súbdito más dócil. ¿Cuántos siglos habían pasado desde que lo retaba en público por tomar del pico de la botella, le arrancaba el micrófono de las manos y le enseñaba a atarse los cordones de los zapatos? ¿Cuándo fue que lo llamó a poner orden -a no enfiestarse- y le explicó que uno más uno es dos? ¿Pero este muchacho no había jurado sobre los Santos Evangelios que jamás la traicionaría? Pobre Cris, votos y poder se le escurrían entre los dedos. Aquella idea genial, ser vicepresidenta, le estaba deparando el peor de los finales: ser vicepresidenta.



Le pidió ayuda al Papa porque se vio, como el gato del estadio, al borde del abismo. Un abismo de senadores rebeldes, de ajustes pactados con el FMI, de funcionarios suyos que ya no eran suyos o ya no eran funcionarios, de jueces; ¡de jueces! Por las noches sufrió horribles pesadillas: perdía la mayoría en el Consejo de la Magistratura, se reanimaban los juicios contra ella, Beraldi aducía fatiga moral para no defenderla, el procurador Casal era declarado ciudadano ilustre y Alberto se ponía a la cabeza del lawfare macrista. Un espanto. El Gobierno rompía relaciones con Venezuela, Cuba y Nicaragua, autorizaban las exportaciones de carne, Lilita iba de interventora a Santa Cruz.



Realmente llegó a angustiarse. Y todo por un mal cálculo: nunca pensó que a Alberto podía doblarlo sin romperlo. Lo había sobreestimado al elegirlo y subestimado como rival. Lo que la sacó de esa postración fue la certeza de que solo no iba a poder, no se iba a animar; se lo imaginaba gobernando con sus amigos y se echaba a reír. También ayudó mi llamada: le dije que me partía el alma verla así, quejosa y tristona; que le hiciera sentir todo el peso de su autoridad, política y moral.



Parece que me hizo caso. Se presentó en Olivos, no para parlamentar, sino al grito de "¡Alberto, vengo a que me devuelvas lo que es mío!".



Él entendió perfectamente que Cristina por primera vez estaba viendo amenazado, más que su poder, el lugar que le reservará la Historia.
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