Martes, 23 de Abril de 2024

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ColombiaEl Tiempo, Colombia 2 de julio de 2022

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Las certeras ‘Palabrarmas’ de Cecilia Vicuña
Fernando Gómez Echeverri - editor de cultura @LaFeriaDelArte
ecilia Vicuña se mete entre sus quipus, unas preciosas e impresionantes tiras rojas de lana y alpaca, de siete metros de altura, y se acomoda de cuclillas como un pájaro, "aquí estamos bien", me dice

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Las certeras ‘Palabrarmas’ de Cecilia Vicuña
Fernando Gómez Echeverri - editor de cultura @LaFeriaDelArte
ecilia Vicuña se mete entre sus quipus, unas preciosas e impresionantes tiras rojas de lana y alpaca, de siete metros de altura, y se acomoda de cuclillas como un pájaro, "aquí estamos bien", me dice. Su espalda se mantiene recta y sin cansancio; Vicuña tiene 74 años, pero solo la traiciona la altura de Bogotá. La legendaria artista chilena ha sido la gran estrella del arte latinoamericano en 2022 y los reconocimientos no paran. En abril recibió el León de Oro por toda su trayectoria en la Bienal de Venecia -uno de los eventos más importantes del mundo- y hace poco inauguró una exposición individual en uno de los templos sagrados del arte contemporáneo: el Guggenheim de Nueva York. Sin embargo, su exposición en el Museo Urrutia del Banco de la República (Cl 11 n.° 4-21), tiene algo especial y ceremonial. Vicuña vivió en Bogotá en los años 70, hizo amigos entrañables en el Teatro la Candelaria, realizó varias acciones memorables y desarrolló una de sus obras más reconocidas, pero es la primera vez que tiene una exposición individual tan potente en Colombia. En la entrada de la muestra, cuando ve su nombre y la foto de una de sus acciones en los años 70, se queda sin palabras y los ojos se le llenan de lágrimas. La foto -que en un mirada rápida es la de dos niños indígenas, un niño y una niña, con un cartel entre manos- tiene tanto poder que también tengo que tomar una pausa. "Fue hace más de 40 años", me dice, "el niño era mi vecino. Trabajaba en un taller mecánico. Mira su sonrisa", dice. "Él y otros niños siempre jugaban fútbol al mediodía y luego tenía que volver a su trabajo de esclavitud; no es un indígena y eso es lo que también muestra la obra: todos somos mestizos y siempre lo queremos negar; mira nuestro color de piel. El cartel que llevan es una de mis Palabrarmas: Ver-dad. Y la verdad también es la capacidad de ver". Vicuña, sin duda, sabe ver. Y sabe escuchar a los demás. No como a ‘los otros’, sino como a sus hermanos; los quipus -que también se han expuesto con toda su majestuosidad en la Tate Modern de Londres- nacieron de un viaje profundo que hizo por el mundo andino en Bolivia, Perú y el sur de Argentina y Chile. En su recorrido por el Titicaca vio que las llamas llevaban unos adornos de lana o de alpaca en las orejas, preguntó su significado y quedó deslumbrada: eran ofrendas para la fertilidad del ganado y una plegaria para que el agua, el líquido esencial para todos, se mantuviera. El ganado, la lana, la vida dependían de la salud de los manantiales. Y los indígenas le pedían ese equilibro al universo. "Hace unos años descubrieron que el polvo intergaláctico tiene agua; es el origen de la vida y lo estamos destruyendo. Nos estamos matando y no nos importa; el calentamiento global es irreversible". En 2006, en las elecciones que llevarían a Michelle Bachelet a convertirse en la primera mujer presidenta de Chile, Vicuña vivió la frustración de no poder votar por las leyes absurdas de la dictadura. Su manera de participar fue con un tejido en el Glaciar del Plomo. La obra se llama quipu mestrual. "Yo votaba por la unión de la sangre y el agua". En el video de la acción se ve la sombra de dos cóndores sobre sus manos y su tejido. Su acción parecía convocar a los dioses; pero no la escucharon. "El gobierno anterior le había vendido los glaciares a una minera canadiense. Yo confiaba en que Bachelet, en caso de ser presidenta, reversaría todo; fue presidente y no lo hizo: lo confirmó. Los glaciares se están derritiendo. En todo el mundo aceptamos la ecuación matemática para la muerte. Hay un acuerdo universal para no ver el horror". *** La obra de Vicuña es profundamente política y ecológica; una de las piezas más potentes de la muestra es una especie de santuario artesanal que tiene la cara de Salvador Allende. "Son las capillas que construye la gente en los lugares donde ha habido una muerte en un accidente de carretera. En Chile les decimos ‘animitas’; son una casita para el alma del que murió. En las paredes dibujé el discurso de Salvador Allende antes de morir; adentro hay pequeñas ofrendas y dos ojos con los que se puede ver el mundo desde su punto de vista". La exposición continúa con sus Palabrarmas, una obra que hizo en Bogotá y que tiene todo su poder como poeta. Es imposible no sonreír con el dibujo de un corazón con la palabra razón en el medio; o el de una pala con la palabra abra. O no conmoverse con el dibujo de un soldado -con rasgos indígenas- apuntando a una figura precolombina con la leyenda: ‘Hoy como ayer’. O no sentir desasosiego con el collage con la Men-tira y varios cuerpos descuartizados alrededor. La última parte de la exposición -luego de sus pinturas en las que denuncia la violencia policial y sus telones en contra de la guerra de Vietnam- tiene una obra estéticamente tan impactante y conmovedora como sus Quipus: sus Precarios. En los años 60 Vicuña se debatía entre ser artista o arquitecta, y estaba sentada en una playa donde el mar había decidido devolver todo lo que arrojábamos. "Era una meca de basuritas", me explica. Y esas basuritas las vio como un regalo. Las recogió y empezó a hacer esculturas con trozos de alambre, piedras, ganchos plásticos, las cerdas de un cepillo. Y es la última imagen que me regala: "esta está al revés", dice. Y acomoda con su manos uno de sus precarios -hecho con una malla de hierro y una piedra en la base-. Fue un honor estar con ella.
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