Jueves, 25 de Abril de 2024

Limpiar la ciudad o lavar cerebros

UruguayEl Pais, Uruguay 12 de agosto de 2022

Muchos entienden que no hay motivo alguno para que una administración local tenga su propia señal televisiva, dedicándole esfuerzos presupuestales que debería priorizar en la conservación de la ciudad y su limpieza, iluminación y bacheo

Muchos entienden que no hay motivo alguno para que una administración local tenga su propia señal televisiva, dedicándole esfuerzos presupuestales que debería priorizar en la conservación de la ciudad y su limpieza, iluminación y bacheo. Pero es cierto que desde el lejano 1947, en que Justino Zavala Muniz logró sacar adelante su proyecto de una Comedia Nacional con la Intendencia, los servicios culturales de la comuna se han ido sumando en beneficio de los montevideanos.
Porque al orgullo que representa la Comedia se agrega el encomiable valor de la EMAD, escuela de arte dramático fundada por Margarita Xirgu, así como una extensa lista de museos que preservan nuestro acervo histórico y artístico. Recuperada la democracia en 1985, hay que recordar también la intensa gestión de la administración de Aquiles Lanza desarrollada por Tomás Lowy y Alejandro Bluth, creando un departamento de Cultura en lo que antes dependía nada menos que de la dirección de Casinos. En ese contexto expansivo de una ciudad que defendía su producción artística, hubo distintos mojones a destacar, como la iniciativa de Lowy denominada Teatro en el Aula, que permanece hasta el presente, o la incorporación de la Filarmónica de Montevideo por Federico García Vigil, durante la primera administración frenteamplista. TV Ciudad surge en el período de Mariano Arana, como proyecto unido a la concreción del sistema de televisión para abonados. Y nobleza obliga: en sus primeros años, fue un canal que se caracterizó por la calidad de sus producciones y una notoria vocación cultural. En épocas en que era dirigido por profesionales como Walter Bagnasco, José María Ciganda y Michel Visillac, no era en absoluto una herramienta de propaganda política. Son de recordar interesantes programas que promovían las artes visuales, la música y el teatro, cumpliendo así con el cometido que debe tener todo medio de comunicación de carácter público: dar ejemplo de laicidad y ofrecer contenidos de jerarquía, alejados de las urgencias del rating. No hace falta constatar que esto cambió radicalmente en los últimos tiempos. El canal hizo una erogación enorme e inexplicable para difundir partidos de básquetbol de la NBA, algo que puede ser divertido para algunos fanáticos pero que poco o nada tiene que ver con la promoción de la cultura nacional. Asimismo, fue muy sonada la denuncia hecha pública en julio del año pasado por el exdirector Federico Dalmaud, quien reconoció haber recibido "directivas que venían como órdenes" de la intendenta Cosse.
El programa La letra chica fue utilizado explícitamente como arma de proselitismo en campaña electoral y uno de sus conductores llegó a reivindicar públicamente su militancia de izquierda, y que por tanto "no le pidieran objetividad". (El argumento sería válido tratándose de un periodismo privado e independiente, pero no tiene mucho sustento cuando se apoya en un medio de comunicación público, financiado por los contribuyentes). Comparar esta realidad con la del actual canal 5, que presenta una programación plural y una rigurosa objetividad periodística, pone más en evidencia el manejo vidrioso de la señal montevideana. Más recientemente hubo nuevos desbordes. Una periodista de La letra chica terminó muy mal su contrato con el canal, tras intentar sin éxito incidir en las definiciones editoriales del programa. Cierto día algún ignoto funcionario hizo el chiste de escribir en un zócalo de pantalla "su majestad" mientras aparecía la intendenta Cosse. Los contenidos culturales pierden la batalla contra aquellos específicamente político-electorales. Hace poco vimos un especial donde se mostraban fotos del presidente Lacalle Pou con grandes carteles que decían "la derecha" y se difundía la especie que identifica al herrerismo con un movimiento impopular y regresivo, sin contrastarla con ninguna apreciación objetiva al respecto. Es en ese contexto que Laura Raffo ha apuntado certeramente que no puede ser que la IM invierta más recursos en TV Ciudad que en la limpieza de Montevideo. Que la maquinaria propagandística está mucho más aceitada que la verdadera misión por la que los contribuyentes pagamos nuestros impuestos. Es como si la caricatura de villanos que Fernando Pereira asigna a los periodistas uruguayos, imputándoles presuntas conspiraciones contra el FA, intentara contrapesarse usando y abusando de este canal que pagamos todos los montevideanos.
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