Martes, 16 de Abril de 2024

Postales para creer (o no)

ArgentinaLa Nación, Argentina 8 de diciembre de 2022

Uno de los primeros síntomas es el dolor de cabeza; la foto es solo ilustrativa Lucas está a punto de cumplir dos años y sus mejillas parecen burbujas

Uno de los primeros síntomas es el dolor de cabeza; la foto es solo ilustrativa



Lucas está a punto de cumplir dos años y sus mejillas parecen burbujas. Tiene la piel rosada, los ojos bien puestos, y el gesto propio de quien sabe que por el momento solo tiene que hacer una cosa en la vida: pasarla bien. Su madre es parecida. El rostro, la actitud. Y está atenta. Cada detalle lo conoce. Lo cuida del mundo. Le da brócoli en arbolitos y cada tanto, cuando llora y no puede tranquilizarlo, cuando pasa el tiempo y sigue, llama a una señora de nombre Lili para que le quite el mal de ojo. Siempre a ella, no cualquiera puede, según la madre, hacer frente a esas energías que pensaron mucho a su hijo o que lo abrazaron mucho o que lo miraron mucho y por eso lo molestaron. A ella entonces le dice nombre completo del bebé y luego espera. A la distancia Lili cumple: recita unas oraciones religiosas y en minutos Lucas vuelve a ser el de antes.



A Agustina le encanta la palabra tortícolis. La tilde, la cadencia de las cuatro sílabas, ese aire italiano. La dice mucho porque nunca dice que le duele el cuello sino que dice que tiene tortícolis, sin aval especialista. Y cuando lo hace inmediatamente después trae la solución: una barra de azufre. Ella, el pelo nunca largo, negro, ondulado, no vacila. La toma de su cartera, pide a alguien que se la pase por la zona, hacia arriba, hacia abajo, y luego larga el alivio en un espasmo y asegura que esa pieza parecida a una tiza sin usar, más ancha, amarilla, la relaja.



Manuel, cuando lo cuenta, lo cuenta de esta manera: hacía días que venía mal con su pareja, discutían, se iban a dormir de mal humor, apenas conversaban. Un desastre repite cada vez que lo repite. Problemas de dinero, con algún familiar, cansancio. Luego relata, como si fuera fórmula, que fue a ver a una mujer que le hizo reiki (una práctica japonesa que asegura alivia malestares con la energía que transmiten las manos) y que esa misma noche al llegar a su casa algo cambió. Él se animó a hablar de lo que sentía, ella también, los dos lloraron, vieron una película y no volvieron a pelear. Ni una vez más.



Florencia pasó parte de su infancia en Castelar, entre hermanos y el chalet con patio de su abuela, una mujer que entre quinotos, rosales y jazmines le cocinaba arroz con leche, torta frita y pan con chicharrón. Pero además la abuela de Florencia sabía quitarle los dolores. Cada tanto, seguro por las tardes de verano, si a Florencia le dolía el oído ella agarraba papel de diario, lo enroscaba en forma de cono y colocaba la punta más fina sobre la oreja de su nieta, la del medio. A partir de ahí era creer o reventar: prendía fuego la punta más ancha, aguardaba a que el papel se hiciera ceniza y cuando rozaba la mitad lo apagaba. Florencia temblaba apenas, temía por su pelo, pero no se quejaba. Estaba convencida de que la curaba.



Yo nunca nada de esto. Crecí en una casa en que la medicina, la ortodoxa, manda y en donde se confía en mi madre, que no es médica, pero que por algo le hacemos caso (a veces le cuento lo que me pasa y me dice que tome tal remedio, pero no acepto y voy al médico y me llama luego y corrobora que me recetó lo mismo). Y aunque algunos de estos métodos tienen explicación que la ciencia no rechaza, siempre fuimos más de las pastillas, de los jarabes, que de lo otro. Nos pienso y lo entiendo. El fanatismo por el orden, la necesidad de saber de antemano. Y estoy cómoda aquí.



Sin embargo, por momentos, cada vez más seguido, fantaseo con hacer un tajo en la familia y dejar entrar las cosas. Destrozar las líneas. Algunas noches lo intento: me estalla la cabeza y no tomo píldoras, me pongo un aceite de no sé cuántas hierbas en el entrecejo, en las sienes, y aguardo con los ojos cerrados. Discreta. Apenas confiada. A ver si de una buena vez eso otro también me funciona a mí.



Algunas noches lo intento: me estalla la cabeza, me pongo un aceite de no sé cuántas hierbas y aguardo con los ojos cerrados.
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