Jueves, 28 de Marzo de 2024

Competencia China-EE.UU.

UruguayEl Pais, Uruguay 4 de febrero de 2023

La competencia China-EE.UU. estará cada vez más presente en el mundo. Sin embargo, en la defensa de nuestro interés nacional debemos tener claro que no hay que optar por uno en detrimento del otro.

Una de las características cada vez más marcada de este siglo XXI internacionalmente es la competencia de las dos grandes superpotencias mundiales: China y Estados Unidos (EE.UU.).

Para que el liderazgo mundial perdure debe basarse en el dominio de los cuatro elementos clásicos del poder: la tierra, es decir el dominio estatal de un espacio concreto que forme parte del sustento principal del Estado; el agua, es decir el dominio de los mares, que es fundamental para poder ser considerado una gran potencia -como siempre bien lo supo el Reino Unido-; el fuego, en los tiempos actuales ser una potencia nuclear autónoma; y finalmente el aire, es decir la presencia relevante de una fuerza aérea importante, a la vez que un desarrollo importante en el área espacial.

En todas esas dimensiones la competencia chino-estadounidense está bien presente. Sin embargo, importa que tengamos muy claro que dentro de esa rivalidad de potencias el peso mayor sigue estando del lado estadounidense.

En efecto, EE.UU. sigue siendo la única potencia capaz de intervenir en todos los rincones del planeta, gracias a sus 745 bases militares en 149 países en todo el mundo; sus 7 imponentes flotas navales, y su formidable presupuesto anual de defensa, que ronda los 730 mil millones de dólares y que es prácticamente igual a la suma de los de todos los demás países del globo. En este sentido, el presupuesto anual de China está muy lejos, con unos 180 mil millones de dólares; y aún mucho más atrás llegan potencias que notoriamente no alcanzan a competir con el esfuerzo militar estadounidense: en cifras redondas, se trata de India (71 mil millones), Rusia (65 mil millones), Arabia Saudita (62 mil millones), y Francia (51 mil millones).

A todo esto se suma que Washington sigue siendo hegemónico respecto a otros poderes que cuentan mucho en materia internacional, como, por ejemplo, en materia de lo que se conoce como el "soft power" cultural con voluntad universalista. En materia financiera, el dólar se mantiene como la moneda de reserva mundial y su capitalización bursátil sigue siendo la más fuerte del mundo. Y finalmente, su predominio en las instituciones internacionales más relevantes, su protagonismo en la alianza militar más importante del mundo que es la OTAN, su dominio satelital y tecnológico, y su práctica de jurisdicciones coercitivas extraterritoriales, siguen dándole a Washington formidables instrumentos hegemónicos mundiales.

Es en este contexto que se desarrolla el rápido auge chino. En 1980, el PIB de China equivalía al 7% del PIB de EE.UU.; en 2015 ya representaba el 61%; y hoy, medido en paridad de poder adquisitivo, es superior al estadounidense. China se ha convertido en el centro de la industria mundial: tiene más trabajadores en la industria que todos los países de la OCDE juntos. Y desde hace años ejerce una política de influencia internacional que pasa por la adquisición de activos financieros y físicos en distintas partes del mundo, habiéndose así transformado en un exportador neto de inversiones directas en el extranjero con destino a regiones claves en la provisión de materias primas para su desarrollo industrial.

Así las cosas, distintos analistas internacionales señalan que el ascenso de una potencia mundial como China termina inevitablemente en un enfrentamiento con la potencia que ocupa el lugar hegemónico que es, al menos desde el fin de la Guerra Fría, EE.UU.

Empero, el error más grave que podríamos hacer nosotros, que formamos parte de una región hecha de grandes productoras de materias primas y que por tanto están en la mira de los grandes actores mundiales, es alinearnos tras tal o cual potencia mundial, como si las encrucijadas que ellas atraviesan hoy fuesen similares a las que marcan la agenda de desarrollo y prosperidad que tiene por delante nuestro país.

En este sentido, desde nuestro lugar periférico en Occidente importa mucho tener presente el ejemplo chileno, que muy tempranamente en el siglo XXI se preocupó por cerrar acuerdos de libre comercio tanto con Pekín como con Washington, en un marco de apertura comercial inteligente que promovió fuertemente sus exportaciones, su crecimiento económico y el mayor flujo de inversiones extranjeras al país.

La competencia China-EE.UU. estará cada vez más presente en el mundo, y de eso no podrá escaparse Uruguay. Sin embargo, en la defensa de nuestro interés nacional debemos tener claro que no hay que optar por uno en detrimento del otro: hay ejemplos en la región que marcan un camino de apertura global tan realista como posible.
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