Domingo, 29 de Septiembre de 2024

Con el pecado y sin el género

ColombiaEl Tiempo, Colombia 29 de septiembre de 2024

Ricardo Ávila - Especial para ELTIEMPO @ravilapinto
Durante décadas fue una especie de regla, así no estuviera escrita

Ricardo Ávila - Especial para ELTIEMPO @ravilapinto
Durante décadas fue una especie de regla, así no estuviera escrita. Cada vez que por cualquier razón aumentaban las tensiones en el Medio Oriente, los precios del petróleo tendían a subir, ante la percepción de que los suministros de crudo que pasan por la zona se verían interrumpidos. Pero de un tiempo para acá ese no ha sido el caso, más allá de uno que otro repunte efímero. Así se volvió a confirmar la semana pasada, después de que Israel lanzó el ataque más intenso de los últimos tiempos dirigido en contra de la milicia de Hezbolá, asentada en el Líbano. Más allá de las consideraciones geopolíticas, militares o humanitarias que se puedan hacer al observar las imágenes de las columnas de humo que oscurecen el cielo de Beirut y la procesión de ambulancias que llevan heridos a los hospitales, la relativa indiferencia de los mercados es evidente. Tan es así que la variedad Brent del barril de petróleo (que le sirve de referencia a Colombia) se ubicó en cercanías de los 72 dólares el viernes, un 23 por ciento menos que un año atrás. Y las probabilidades de un descenso adicional aumentan. Arabia Saudita viene de indicar que en cuestión de meses cambiaría su estrategia de recortar producción con el fin de elevar el valor del crudo, por una de defender la participación que le corresponde como exportador de primera línea. Mientras eso ocurre en el horizonte petrolero, en lo que atañe al gas natural los movimientos van en la dirección opuesta. A lo largo de las pasadas semanas el combustible ha registrado un verdadero salto, con incrementos cercanos al 40 por ciento en varias naciones europeas. Por su parte, en Estados Unidos, en donde el compuesto es mucho más barato dada su amplia disponibilidad, también se observa una creciente estrechez. Tan solo en lo que va de septiembre los precios han subido casi 50 por ciento y se mantendrían arriba durante 2025, según numerosos especialistas en el sector. De confirmarse tales expectativas, el panorama para la economía nacional se complicaría. No hay que olvidar que las ventas de crudo son la fuente principal de divisas del país, además de ser determinantes para las utilidades de Ecopetrol que son clave en los ingresos estatales. Como si eso fuera poco, un gas natural más costoso coincidiría con la necesidad de mayores importaciones, tanto para abastecer las plantas térmicas que generan electricidad como para suplir el consumo interno de otro tipo de usuarios que incluyen industria, conductores de vehículos y hogares. El desbalance, que ascendería a un siete por ciento del consumo usual, se traduciría en una factura más elevada para decenas de miles de clientes del segmento. Cualquiera de esos dos escenarios sería suficiente para subir el nivel de alerta por las implicaciones que podrían traer en áreas que van desde la tasa de cambio hasta el crecimiento y el empleo. Ahora, ante la eventualidad de que coincidan los dos, no queda de otra que encender las alarmas a pesar de que las señales provenientes del Gobierno oscilan entre la ignorancia y la indiferencia. Futuro crudo ¿Cuál es el contexto que altera los pronósticos vigentes hasta hace poco? En primer lugar, la demanda global de petróleo viene en franca desaceleración y apunta a una expansión inferior al uno por ciento en 2024. Tal como lo viene de señalar la Agencia Internacional de Energía, la causa principal de la ralentización es China, cuya economía no tiene el mismo vigor de antes. Aparte de la falta de dinamismo, los vehículos eléctricos mandan la parada frente a los de combustión, lo cual se combina con el desarrollo de una red ferroviaria para trenes de alta velocidad que ha disminuido el apetito por tomar un avión para vuelos domésticos. Es verdad que otros países emergentes, como India, compensan esa situación. Cuando se hacen las debidas sumas y restas que incluyen un uso de crudo menor en Estados Unidos y Europa, el resultado es que el mundo consumirá alrededor de 103 millones de barriles al día, unos 900.000 más que en 2023. Junto a ese comportamiento, la oferta se ha expandido. En su momento, el cartel de la Opep trató de equilibrar las cargas a punta de convencer a sus integrantes de cerrar las válvulas, una política que se mantendrá hasta diciembre, pero los que no forman parte del grupo han seguido en su juego. Dos casos en el hemisferio americano ilustran la realidad. De un lado aparece Brasil, que es un jugador cada vez más grande en el ámbito internacional. Tanto por cuenta del empuje de Petrobras -la compañía de mayoría estatal- como de empresas privadas, el gigante de la región llegó a producir 3,7 millones de barriles diarios al comenzar el año. Si bien desde entonces una serie de mantenimientos programados en las plataformas ubicadas en el océano Atlántico -de donde sale la gran mayoría del crudo brasileño- llevaron a una contracción temporal importante, el bache empieza a superarse y en 2025 se ubicarán cuatro nuevas instalaciones marinas. Al ritmo observado, suena factible que el objetivo de llegar a seis millones de barriles diarios al finalizar la década podría alcanzarse un poco antes. Semejante meta causa controversia, ante la intención expresada por el gobierno del presidente Lula da Silva de liderar las causas ambientales en el ámbito internacional. La respuesta del mandatario es que ambos propósitos son compatibles, pues los ingresos adicionales provenientes de los hidrocarburos permitirán avanzar en la lucha contra la pobreza, lo cual incidirá, por ejemplo, en una menor deforestación. Un poco más al norte, Guyana comienza a ser descrito como el Catar de Suramérica. El motivo es que la antigua colonia británica vive un verdadero auge por cuenta del descubrimiento en 2015 de depósitos que contienen al menos 11.000 millones de barriles de petróleo. Tras una serie de inversiones muy cuantiosas, el bombeo superó los 600.000 barriles diarios en enero pasado y debería llegar a los 865.000 dentro de un año. La bonanza se nota en la vida diaria de una nación de menos de un millón de habitantes, en donde el ingreso per cápita apunta a multiplicarse varias veces y los peligros de los excesos, que comprenden carestía o corrupción, comienzan a insinuarse. Al igual que sus vecinos del sur, los guyaneses señalan que la enorme riqueza servirá no solo para mejorar las condiciones de la población, sino para proteger un área mayoritariamente selvática y biodiversa. Dentro de las decisiones tomadas se encuentra la constitución de un fondo soberano en el cual se ahorrarán miles de millones de dólares para asegurar el bienestar de las generaciones futuras. Sobra decir que los propósitos de largo plazo ponen en perspectiva las presiones que trae la coyuntura para quienes cuentan con un sector petrolero importante. A la fecha lo que se ve en los meses que viene son cotizaciones en descenso, que a comienzos de septiembre se ubicaron en su punto más bajo de los últimos tres años. Si bien en los últimos días se vieron alzas debido al efecto del huracán Helene sobre los pozos ubicados en el golfo de México, estas apuntan a ser de corta duración. Y eso no tiene en cuenta lo que podría pasar si Arabia Saudita opta por abrir las válvulas en diciembre para recuperar el espacio perdido. Basta recuperar que, a mediados de la década pasada, una política de ese estilo llevó los precios a cerca de 35 dólares el barril. Sólido, no gaseoso ¿Cómo puede ser, entonces, que el gas vaya por otra senda? La explicación parte de que en este caso la geografía es determinante y el consumo ha subido mucho. Al ser un combustible menos contaminante que el carbón y el crudo, su uso se ha multiplicado, ante lo cual Asia, Europa y América del Norte compiten por el abastecimiento. A lo anterior se agregan las malas pasadas del clima. Por ejemplo, un buen número de países asiáticos experimentaron una fuerte sequía en meses pasados, lo cual no solo disparó la demanda de electricidad, sino que afectó a aquellos que se nutren de plantas hidroeléctricas. Ante las mayores compras en un lado del mapamundi, los excedentes para el Viejo Continente son menores justo cuando se aproxima la llegada del invierno. Para hacer más compleja la foto, la guerra en Ucrania sigue y los europeos buscan limitar al máximo su dependencia de Rusia, que fue durante tanto tiempo su gran proveedor. Estados Unidos, que exporta una décima parte de lo que extrae, aumentó sus exportaciones en más de 40 por ciento durante el primer semestre, pero eso no alcanzó a calmar las aguas. Así las cosas, el gas natural tiende a encarecerse debido a una suma de factores que tomarán tiempo en corregirse, como la construcción de nuevas unidades de licuefacción. Semejante horizonte les complicará la vida a las naciones que son deficitarias, las cuales deberán pagar más por abastecerse del compuesto. Lamentablemente, Colombia no saldrá indemne de las condiciones cambiantes del mercado. Para ponerlo de manera esquemática, el país venderá más barato lo que hoy tiene y verá encarecerse lo que necesita. Según la Agencia Nacional de Hidrocarburos (ANH), la producción fiscalizada de petróleo se ubicó en 784.131 barriles diarios en promedio durante el mes de julio, un dato muy similar al del mismo periodo de 2023. Esa aparente estabilidad esconde, sin embargo, una caída en la actividad exploratoria que tarde o temprano se reflejará en una menor extracción de crudo. Por su parte, lo del gas ya es una crisis. De acuerdo con la ANH, la producción comercializada en julio fue de 953 millones de pies cúbicos, dato muy inferior a los 1.103 millones del año pasado por la misma época. La gráfica, que muestra una pendiente descendente, es elocuente y da para pensar que lo peor está por venir. Puede sonar anecdótico para algunos, pero quienes saben del tema registran la ida de algunas de las multinacionales más importantes, lo que devela falta de confianza y un menor apetito a la hora de hacer inversiones. Hoy por hoy, se cuentan en los dedos de una mano los que quieren venir a Colombia, en donde el clima de seguridad se ha deteriorado, las comunidades acuden a las vías de hecho y gobierna una administración cuyo objetivo explícito es cerrarles las puertas a los hidrocarburos. Algunas de las empresas medianas de origen canadiense han preferido diversificar sus apuestas, ya sea en el mar guyanés o en el sur de continente, como pasa con el área de Vaca Muerta, en Argentina. Las clasificaciones internacionales nos ubican en lugares mediocres, por debajo de la mayoría de nuestros vecinos. Como si eso fuera poco, la decisión judicial que puso en entredicho el desarrollo del campo de gas más importante en años -ubicado en la parte submarina frente a la Sierra Nevada de Santa Marta- amenaza con posponer el retorno de la autosuficiencia. Eso aparte de la suspensión decretada por el Ministerio del Medio Ambiente, que en la práctica llevó a cancelar la perforación del pozo Komodo-1 en aguas del mar Caribe, el cual era considerado muy promisorio. La suma de circunstancias externas e internas lleva a que el futuro se vea desafiante en esta materia. A las numerosas luces de alerta que titilan en el tablero de control de la economía hay que agregarles otras dos. No hay duda de que las cosas pueden cambiar de la noche a la mañana y más en un renglón caracterizado por su volatilidad. Pero tal como están las cosas, los colombianos nos enfrentamos al riesgo de una destorcida petrolera, combinado con el coletazo resultante de perder la autosuficiencia en lo que corresponde al gas. Y esa cuenta no solo la pagará el Gobierno, sino la ciudadanía en su conjunto
Colombia no saldrá indemne de las condiciones cambiantes del mercado. Para ponerlo

de manera esquemática, el país venderá más barato lo que hoy tiene y verá encarecerse lo que necesita.
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