Lunes, 30 de Diciembre de 2024

La estrategia del martillo

ChileEl Mercurio, Chile 13 de octubre de 2024

Mantener las cuentas fiscales en orden a costa de imponer impuestos en sectores clave es una mala estrategia.

"Es tentador pensar que, si la única herramienta que tienes es un martillo, entonces todos los problemas parecen un clavo". Esta brillante frase del destacado psicólogo Abraham Maslow en su libro "La psicología de la ciencia" da cuenta de una gran verdad: cuando la creatividad escasea, corremos el riesgo de ver los problemas desde un estrecho ángulo, ofreciendo soluciones limitadas y, en muchos casos, mediocres.
El Gobierno parece funcionar con esa lógica, confirmando esta semana que los impuestos en mercados específicos son su martillo para financiar todas las pedidas de gasto y mantener las cuentas fiscales a raya. Hace pocas semanas, la discusión sobre mayores subsidios en las cuentas eléctricas de los hogares pasaba por aumentar el impuesto a una parte del sector de generación eléctrica. Para aumentar las pensiones hoy se plantea un impuesto a los trabajadores, y el anuncio del nuevo CAE también ofrece como financiamiento otro impuesto a los graduados. Y de paso, una fijación de precios en los aranceles universitarios.
Para entender esta lógica hay que recurrir a dos principios. Por una parte, se argumenta que no hay fondos públicos para seguir gastando, lo que es cierto. Pero como muchos en el Gobierno quieren gastar más, el mandato es recurrir a nuevos impuestos específicos, en vez de racionalizar o reorganizar los compromisos. La disciplina fiscal es, sin lugar a dudas, un bien a cautelar, pero también lo es una economía sin distorsiones sectoriales que ahuyentan la inversión. Mantener las cuentas fiscales en orden a costa de imponer impuestos en sectores clave, como el mercado laboral, es una mala estrategia de responsabilidad fiscal.
Una segunda premisa es que los impuestos son simples transferencias entre personas. Pero ello no es así. Los impuestos, en su gran mayoría, distorsionan las decisiones y tienen costos sociales. En el mercado del trabajo, por ejemplo, el incentivo a estudiar y esforzarse para tener un mejor ingreso se ve perjudicado si el profesional exitoso deberá enfrentar múltiples impuestos para financiar pensiones de otros y para pagar el crédito de quienes no terminaron la universidad. Nos guste o no, así reaccionan las personas a los impuestos. Por ello, los verdaderos costos de estos programas no son los gastos fiscales directos que involucran, sino las distorsiones que su financiamiento genera.
Se ha dicho insistentemente que el Gobierno carece de un modelo de desarrollo, pero la realidad dice lo contrario. Su modelo es uno donde la actividad gira en torno al quehacer del Estado y donde las señales de precios no cumplen mayor rol en las decisiones de las personas. Este modelo no solo traba el crecimiento, sino que termina por pulverizar las cuentas fiscales.
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