Domingo, 19 de Enero de 2025

Esta demencia

ColombiaEl Tiempo, Colombia 11 de enero de 2025

A mí nadie me dijo que ser escritor era esto

A mí nadie me dijo que ser escritor era esto. Siempre dije que yo no era escritor, sino que escribía, que son dos cosas distintas: lo segundo lo llevo haciendo desde tercer semestre de universidad, ríos de tinta y millones de teclas golpeadas en crónicas y columnas, entrevistas y reseñas. Y estuvo bien, tiene su gracia contar el mundo a través del periodismo, pero ni de cerca se le compara a hacer libros, donde no solo hay un sinfín de frases bien (o mal) redactadas, sino el alma misma del autor. Desde hace años vengo con la idea de meterme de lleno en ellos, decisión que he ido aplazando por miedo al fracaso y al hambre, pero ya estuvo bien. Y aunque tengo cuatro libros en el mercado, apenas el que terminé en noviembre del año pasado (que todavía no ha salido, pero del que creo que es lo mejor que he escrito en mi vida) lo considero como el primero, el de verdad. Para acompañarlo y no dejarlo como un huérfano, tengo tres historias más que espero acabar de acá a septiembre y que serán publicadas Dios sabe cuándo. El punto es que, volviendo al inicio de este texto, a mí nadie me dijo que ser escritor era esto, esta demencia. Este rumiar las ideas todo el tiempo sin saber si son brillantes o idiotas, escribir a deshoras y bañarse varias veces al día porque es más importante quitarse la sensación de mediocridad que ahorrar agua. El andar en piyama por la calle con cara de loco, hablando solo y emputado porque los carros se interponen en el camino, y luego hacer un esfuerzo sobrehumano cuando toca socializar y esforzarse, al menos, en lucir bien peinado y no oler a feo. Como dice un escritor más que consagrado que me gusta bastante: "No es fácil vivir entre los hombres cuando se ha metido el pie en ese charco". Intuía que iba a ser más o menos así porque más de una biografía de artista he leído y es común que, geniales o del montón, en algún momento se les deforme la realidad y queden tan solo como ‘un loquito’; pero una cosa es leerlo, y otra, sentir que se vive el proceso en carne propia. Luego están los escritores tipo Vargas Llosa, siempre de elegantes trajes y en festivales literarios de alto vuelo donde dan charlas ante miles de seguidores, pero esa es otra liga. También están los que tienen trabajo de oficina, un sueldo fijo, y eso les da tranquilidad para escribir por los lados, pero eso no es para mí. Lo mío es puerta grande o enfermería, como dicen en tauromaquia, y además de estar luchando contra mis propias limitaciones, estoy corriendo contra el tiempo. Y qué decir de los lectores. Gracias a ellos vivimos los que nos dedicamos a escribir, es cierto, pero hay una raza que me resulta particularmente irritante y es la que posa de intelectual y alardea porque ha leído un montón. Los que se toman fotos con un libro y un café junto a una ventana y luego las suben a redes sociales, todo estéticamente calculado y haciéndose los conmovidos. Los que se las dan de que han entendido todo y viven emociones únicas mientras el que se deteriora es uno. Hay en internet un meme que grafica claramente en pocas imágenes lo que acabo de explicar. Lo bueno es que siempre esperé llegar a este momento, algo que se cocinó a fuego lento. Ahora ando sin afán y voy a mi bola, mientras que antes me desvivía por ver gente o subirme a un avión: es al mismo tiempo raro y pleno sentir que no me pierdo del mundo si no participo de él. En este tiempo he entendido que cada libro tiene un separador, que las flores no tienen la culpa del muerto y que las palabras siempre están aunque a veces no las encontremos, porque el lenguaje es un sistema diseñado para expresar exactamente lo que queremos decir. Es por conclusiones como estas, obvias, pero a la vez difíciles de hallar cuando se vive en una burbuja, por lo que siento que haberme dejado ir es la mejor decisión que he tomado. Y al final, tanto matarse para terminar vendiendo mil ejemplares.
Oficio de escritor
Adolfo Zableh Durán
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