La risa del pájaro
La idea nació de la directora Alejandra Urrutia y la pianista francorrumana Alexandra Silocea: estrenar un concierto para piano, con la Orquesta Filarmónica de Santiago
La idea nació de la directora Alejandra Urrutia y la pianista francorrumana Alexandra Silocea: estrenar un concierto para piano, con la Orquesta Filarmónica de Santiago. La petición fue para el compositor y pianista Luis Saglie, que es chileno, pero nació en Oslo, estudió en la Universidad de California en Los Ángeles, y luego en la Universidad de la Música y las Artes y la Escuela Superior de Música, ambas en Viena, y que hoy vive en Sídney.
Saglie es uno de los tres compositores nacionales que publica en la prestigiosa Universal Editions, junto con Miguel Farías y Manuel Contreras. La inspiración para su Concierto para piano Nº 1, "Kookaburra", estructurado en tres movimientos, vino del cucaburra o dacelo, un pájaro que habita Australia y Nueva Guinea, que tiene un vuelo majestuoso y cuyo canto se parece a la risa humana. Y el ovacionado estreno mundial se hizo el viernes, con Silocea como solista; la Filarmónica; Urrutia en la dirección, y el autor, que había estado en los ensayos y también ese día en el Teatro Municipal.
La obra abre calma con el tema principal en la orquesta, que se escuchará en los siguientes movimientos, luego entra el piano comentándolo y después variándolo con un ritmo mucho más animado en rápidos intercambios con el resto del conjunto. Aquí se manifiesta por primera vez una evocación del Concierto para piano de Schoenberg, sobre todo por el parecido en la orquestación: acordes densos y fugaces en los bronces, en crescendos que rematan fortissimo , el tema insistiéndose en los violines u otras secciones de la orquesta mientras el piano no deja de tocar, se escuche o no; luego transformado en un vals al estilo vienés, introducido por el saxo (Miguel Villafruela) y tomado por toda la orquesta. También aparece aquí el motivo rítmico de acordes repetidos rápidamente y que asemejan la risa del cucaburra.
En el breve segundo movimiento, quieto, aparece de nuevo el motivo de la carcajada aviar en el piano, que luego tiene un diálogo con el flautín y el resto de las maderas. El tercero comienza con una tocata del piano en solitario con mucha exigencia virtuosística y escalas cromáticas, y después se integra la orquesta, rítmica, con uso extenso del triángulo y la caja clara, y dos exposiciones románticas y a tutti del tema, como verdadera banda sonora; tanto que también se oyen ecos de Bernard Hermann, el compositor favorito de Hitchcock.
Tal vez porque este concierto no tiene cadenzas al uso, el público agradeció, pero no pidió, con sus aplausos, un encore de Silocea.
Luego vino la Sinfonía Nº 9, Del Nuevo Mundo, de Dvorák, espléndida, en la que se aprecia cuán genialmente el genio checo escribió para toda la orquesta: los cornos -incluida la cita a una bocina de barco que anuncia el zarpe de Europa a Estados Unidos, donde la obra fue redactada-, estuvieron muy bien; pero sobre todo los trombones -Mauricio Arellano, Matías Tapia y Sebastián Torrejón-, que se lucieron en los pasajes muy protagonistas que les prescribió el compositor. Urrutia hizo una gran versión de esta sinfonía, que es siempre un gran desafío, porque no hay melómano que no se la conozca nota por nota. Muy buena.