Domingo, 02 de Noviembre de 2025

Se llama caquistocracia

ColombiaEl Tiempo, Colombia 1 de noviembre de 2025

Hace un tiempo hablé con alguien que, me dio la impresión, sabía mucho de política colombiana

Hace un tiempo hablé con alguien que, me dio la impresión, sabía mucho de política colombiana. Hablaba con conocimiento y pasión de la historia del país, su desarrollo, sus procesos y sus cambios, al tiempo que opinaba de lo que podría hacerse para mejorarlo. La persona en cuestión tiene las conexiones, el apellido y hasta el dinero para lanzarse a un cargo de elección popular, y cuando le pregunté por qué no lo hacía, contestó que lo había considerado, pero que hace rato había descubierto que no tenía vocación de servicio, sino ego, y que alguien que se dedique a gobernar debería tener mucho de lo primero y casi nada de lo segundo. Pues eso, que estamos siendo testigos de una época en la que los que se lanzan como representantes del pueblo se mueven más por vanidad que por ganas de ayudar (diría que siempre ha sido así, solo que ahora con el internet quedan en evidencia). Y ni siquiera es ego, me parece, sino desvare, al menos al comienzo. Hay que ver la lista actual de precandidatos y descubrir una cantidad de personajes que lo que necesitan es solucionar el almuerzo y el arriendo antes que nada; luego, cuando quedan elegidos, se empoderan y ahí sí los invade el ego: las ínfulas por andar con esquema de seguridad, vestir bien y comer en restaurantes finos, además de decidir el destino del país mientras se pavonean. Algo así sentí el día de la posesión de Petro, cuando más que una puesta de investidura, aquello parecía una coronación, o los Óscar más bien; solo faltaba la alfombra roja con un reportero preguntando a los asistentes de qué diseñador era la pinta con la que habían asistido. Y no es que esté señalando al gobierno actual por algo que también hicieron los anteriores, solo estoy mencionando el ejemplo más cercano que se me viene a la cabeza. Los políticos de siempre se comportan igual, por eso desprecian a los que recién entran al ruedo, así como los millonarios de siempre menosprecian a los nuevos ricos: porque llegan a igualarse a ellos y a pelear por el mismo botín. Por eso todos, especialmente los nuevos, celebran emocionados cuando resultan elegidos; y los entiendo, yo también me quebraría de la felicidad si supiera que me voy a ganar cincuenta patacones al mes (más beneficios) durante los próximos cuatro años. En el sector privado, mucha de esa gente tendría que hacer malabares para ganarse más de dos mínimos, por eso una vez entran a la rosca hacen lo que sea con tal de quedarse, porque saben que es eso o el abismo, dedicarse a la política o morirse de hambre en la calle. No sirven para más. Es por esto por lo que siento que estamos viviendo un momento funesto de la historia de Colombia, porque las tragedias nacionales no solo se construyen con desastres naturales, matanzas y corrupción, sino con el talante de nuestros aspirantes a dirigentes, y los de hoy hacen lo que sea con tal de coronar, desde grabarse haciendo coreografías hasta vender zapatos, pasando por atacar con insultos y no con argumentos, y cambiar el discurso a mitad de camino si tal gesto garantiza votos. Tienen claro que lo importante es esmerarse en la forma y no en el contenido porque el votante es un ser ignorante que jura estar tomando decisiones pensantes y no con el corazón, el capricho o con el ego; su pequeño ego de elector. De ahí que se haya normalizado ver a las masas repetir como entes "ese no es mi presidente" cuando gana el candidato que no le gusta, o "disfruten lo votado", como si el que hubiera perdido fuera el nuevo Mandela y no uno más de los muchos políticos comunes y corrientes que da la tierra. En este momento diría que madurar es entender que, sin importar la ideología política de los mandatarios, la democracia es también ser gobernados por gente inferior, lo peor de lo peor, y que uno fue el único pendejo que dijo "yo para esto no doy", y más bien se puso a trabajar.
Más ego que vocación de servicio
Adolfo Zableh Durán
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