Biografía colectiva recuerda la huella de Nemesio Antúnez
Las voces de familiares, amigos y compañeros de ruta resuenan en "Cuando conocí a Nemesio...". El libro, de Ximena Vial, recuerda todas las facetas y aportes de este trascendente artista chileno.
Veinticinco testimonios y 250 páginas conforman el libro "Cuando conocí a Nemesio...". Una biografía oral de Antúnez (1918-1993) en la que, en realidad, poco importan los datos exactos: el centro está en lo emotivo, en cómo él marcó a quienes hablan. Desde su mujer, Patricia Velasco, hasta sus amigos y cómplices creativos. La lista es larga: Ricardo Yrarrázaval, Eduardo Vilches, Roser Bru, María Inés Solimano, Ricardo Lagos, Francisco Oliva, Mauricio Redolés, Milan Ivelic y Lea Kleiner, entre otros, fueron entrevistados por Ximena Vial (1980), licenciada en Historia de la U. Católica y magíster en Antropología de la Columbia University, que ahora cursa un doctorado en Birmingham.
"Lo primero que me interesó de Antúnez es que lo considero un hilo conductor de la democracia. No fue político ni militante, pero su trabajo siempre se centró en un espíritu colectivo y democrático. Por ejemplo, cuando forma el Taller 99 lo hace desde una dinámica de absoluta paridad; no es un lugar donde se dicten clases, sino que todos aprenden de todos", explica Vial. Y en ese mismo espacio, que Antúnez fundó en 1956 -dándole un impulso gravitante al grabado en Chile-, el libro se lanzará el próximo sábado, al mediodía.
La biografía se compone por capítulos. Cada entrevista corresponde a uno. A medida que avanza la lectura van revelándose trozos del tejido emocional, artístico y social del Chile de la segunda mitad del siglo XX, porque, aunque cada voz se enfoca en su experiencia con Antúnez, va refiriéndose a hitos o momentos, que la autora complementa con notas a pie de página.
Aparecen igualmente los distintos planos de la huella de Antúnez. Su gestión con Hayter en el Atelier 17 -y cómo trajo ese ánimo revitalizador y experimental del grabado a Chile-, su trabajo en el MAC, que condujo entre 1961 y 1964, el aporte televisivo de su "Ojo con el arte" y su trascendente rol como director del Museo Nacional de Bellas Artes, desde 1969 a 1974. Sobre esto último, Ricardo Yrarrázaval afirma en el libro que el gran aporte de Antúnez fue transformar el museo en un lugar vivo. "También hizo la Sala Matta. Me tocó estar ahí mientras entraba la maquinaria y realmente encontré de una valentía enorme el haber hecho ese hoyo tremendo en el medio del museo. Tenía miedo de que se viniera abajo todo el edificio", agrega.
También se lee algo de intimidad familiar. Habla su hija Guillermina (1972) -"A mi papá le gustaba ser una persona que juntaba gente; se dedicaba a aclanar"-, y su hijo mayor, Pablo (1948), del matrimonio con Inés Figueroa, cuenta: "Mi papá podía estar encerrado días completos trabajando, por lo que no siempre habitaba el mundo real. Pienso que esta concentración creativa que se daba aislada del mundo era un factor común en el círculo nerudiano. Ellos -Neruda, mi papá y amigos- tenían a personas que los protegían de las exigencias del mundo práctico".
Aunque en todas las entrevistas se percibe nítidamente la marca de Antúnez, Ximena Vial destaca: "Uno de mis testimonios favoritos es el de Francisco Oliva, quien trabajaba como nochero del museo y luego pasó a ser el montajista del Bellas Artes. Es una historia que usualmente no quedaría registrada en la voz oficial, pero que nos habla de la hermosa y constante labor que se desarrolla ahí y cómo era compartir con Antúnez esas tareas".