Un gigantesto dolor...
El domingo pasado, respondiendo el comentario casual de un fan vía Instagram ("no puedo esperar a ver qué vestido llevarás en la noche del Oscar"), Rachel Zegler, la protagonista de "Amor sin barreras", dejó entrever a la pasada algo insólito: "No estoy invitada, así que me pondré un buzo y la camisa de mi novio
El domingo pasado, respondiendo el comentario casual de un fan vía Instagram ("no puedo esperar a ver qué vestido llevarás en la noche del Oscar"), Rachel Zegler, la protagonista de "Amor sin barreras", dejó entrever a la pasada algo insólito: "No estoy invitada, así que me pondré un buzo y la camisa de mi novio. Traté por todos los medios (de conseguir un boleto), pero no resultó (...) Espero que algún milagro ocurra y pueda celebrar en persona con mi película".
Las redes ardieron: la actriz principal de un filme nominado a siete premios iba a mirar la ceremonia desde su casa. Para el martes la situación ya estaba controlada y la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMPAS) anunciaba a Zegler como una de las presentadoras para esta noche. Se había producido el "milagro" esperado por Rachel, pero el daño estaba hecho.
Otro más en la cadena de bochornos que ha convertido a la edición 2022 de los premios Oscar en una de las más accidentadas de los últimos años. Y eso que el show aún no comienza.
El interminable debate sobre quién tenía las credenciales artísticas, raciales y de género para animar el programa (las comediantes Amy Schumer, Wanda Sykes y Regina Hall fueron confirmadas recién a mediados de febrero) retrasó una planificación que ya venía dañada por la polémica inclusión de un premio otorgado por el público, Oscar Fan Favorite -que al ser votado por internet ha estado sujeto a previsibles distorsiones estadísticas- y también por el extraño anuncio de que ocho premios (entre ellos Mejor Montaje y Mejor Corto Animado) irían pregrabados para agilizar la transmisión, haciendo oídos sordos a los reclamos de profesionales, sindicatos e históricos miembros del organismo. Invariablemente, tras cada toma de decisión, la Academia apareció vacilante, dubitativa y transmitiendo una falsa sensación de entusiasmo, como si en realidad no estuviera convencida de lo pertinente de sus acciones o, peor todavía, de lo pertinente del premio mismo. Como si el Oscar, en vez de ser LA fiesta anual del cine y su industria, el momento en que Hollywood se felicita a sí mismo y sin culpas, se hubiese transformado en un gigantesco dolor de cabeza, un martirio periódico que debe superarse y olvidarse lo más rápido posible.
Al respecto, no han faltado quienes han sugerido lo que hasta hace un tiempo era impensable: que el premio y su ceremonia, tal como hoy los conocemos, han entrado en una fase terminal de la que emergerán convertidos en artefactos más modestos, de nicho y relevancia menor.
Y, bueno, ¿por qué no?
Descarte y desencanto
En sus más de noventa años de historia, el Oscar ha atravesado por multitud de formatos, sobrevivido a tendencias, enfrentado cambios de giro y entregado premios que han desaparecido sin que nadie los eche de menos (Mejor Dirección de Baile, Mejores Intertítulos, Mejor Asistencia de Dirección, etc.). Originalmente fue una cena de gala a puertas cerradas, luego se emitió por radio y el gran cambio, el inicio de su masificación, solo llegó cuando empezó a transmitirse por televisión, en 1953. Durante décadas fue el evento de variedades por excelencia, el último galardón de la temporada, un sólido barómetro de la industria del espectáculo y -esto es clave- un programa de rating garantizado. Tal combinación hacía de la ceremonia el evento perfecto y una suerte de trofeo para quien tenía la fortuna y el privilegio de transmitirlo: cada año la Academia y el canal de turno recaudaban millones por concepto de publicidad, los avisadores invertían confiados, el público en sus casas lo consideraba una tradición anual, un rito que se vivía y se disfrutaba durante al menos tres horas frente a la pantalla; un buque insignia que comenzó a hacer agua cuando internet metió la nariz. La web diversificó la pauta de avisaje, fragmentó el público objetivo, empoderó a los columnistas y luego a los usuarios de las redes, e hizo del camino hacia el premio no un trabajo estacional, sino una carrera de obstáculos que se corría durante el año entero. Tal nivel de exposición tuvo efectos secundarios con la llegada del siglo XXI, cuando por fin se sinceró en forma pública algo que el medio consideraba un secreto a voces: los premios de la Academia no solo eran una ceremonia ombliguista, sino intensamente gringa y "blanca". Desde entonces, los intentos del AMPAS por despercudir el show han sido prometedores -el aumento de un tercio de miembros de la Academia provenientes del extranjero y de minorías, un intenso trabajo para diversificar el origen de los nominados- y han conseguido resultados patentes (como los históricos cuatro Oscar de "Parasite", en 2020), pero al mismo tiempo han convertido la lucha por la estatuilla en una delicada operación de lobby , en que, aparte de las credenciales artísticas de rigor, los contendientes deben exhibir una creciente agenda de causas sociales que poco tiene que ver con el arte y el show business.
Esto ya ha ocurrido antes -durante los años de Reagan y Bush había una suerte de competencia entre los nominados por demostrar quién era más liberal y antirrepublicano-, pero nunca con la intensidad y los niveles de impostura exhibidos en el último par de entregas, en que la urgencia del mensaje, las denuncias de rigor y las cuotas de raza y género van a la par con la peregrina idea de que un ganador del Oscar está llamado poco menos que a cambiar el mundo. ¿No será pedir demasiado? Ahí está el caso de "Nomadland", la triunfadora el año pasado, relevante por cinco minutos y hoy enterrada en el catálogo de Star+, el streamer complementario de Disney.
Un destino similar es el que parece cocinarse para la presunta ganadora de esta noche: "CODA", emocional, prefabricado y -seamos francos- algo televisivo drama familiar acerca de una chica que persigue su vocación por el canto, en el seno de una familia de padres y hermano sordos que no valoran esa pasión. Adquirida por Apple el año pasado durante el festival de Sundance, la película tuvo un fugaz paso por salas y su candidatura fue considerada meramente testimonial hasta que, paso a paso, los otros contendores de la categoría fueron perdiendo sus chances. La inmensa "Amor sin barreras" quedó herida mortalmente tras un inesperado fracaso de taquilla alimentado por una pésima campaña publicitaria y una audiencia juvenil que solo estaba pensando en ver "Spider-Man" (que se estrenaba a la semana siguiente). "El poder del perro", obra magistral, pero fría, distante y, para colmo, producida por Netflix (empresa que muchos miembros de la Academia consideran como "el enemigo"). Aunque se llevará casi el total de los premios técnicos y acumulará la mayor cantidad de estatuillas, "Dune" se encuentra aquejada por el mismo síndrome que liquidó veinte años antes a "La comunidad del anillo", la entrega inicial de "El señor de los anillos": es la primera parte de una trilogía, de modo que si llega a ganar el Oscar a Mejor Película, solo será al final. "Licorice Pizza" y "Drive My Car" son filmes excepcionales -mejores que el Oscar, la verdad-, pero están lo bastante "comprometidos" con las causas del día. Nadie sabe muy bien qué están haciendo entre las diez nominadas "No miren arriba" y "El callejón de las almas perdidas"; la primera se vio beneficiada con la tonelada de dinero que Netflix desperdició en promoción, la última aparece como un favor al alicaído Guillermo del Toro, quien ganó en 2018 con "La forma del agua", un premio que ya parece de otra era. Hace diez años, una película como "King Richard", la historia del padre de las gemelas tenistas Serena y Venus Williams, habría dado sin problemas la vuelta de la victoria, pero su pobrísima performance en taquilla y la sensación de que es otro producto más del lobby afroamericano en Hollywood solo le garantizan el Oscar a Mejor Actor para Will Smith (en una especie de homenaje a su carrera). Todo lo anterior dejaba en teoría el camino despejado para "Belfast", las memorias infantiles y filmadas en blanco y negro por el realizador británico Kenneth Branagh; sin embargo, la buena voluntad para con este endeble filme se extinguió hace unas semanas, ahogada por larguísimas semanas de promoción que agotaron incluso a los más entusiasmados.
Jugar el juego
Es en ese escenario de persistente descarte y desencanto que "CODA", remake estadounidense de un gigantesco éxito del cine francés -"La familia Bélier" (2014), que, a todo esto, es mucho mejor película-, comenzó a posicionarse en la temporada ganando en tres predictores directos del Oscar: Mejor Elenco, en el Sindicato de Actores (SAG); Mejor Guion Adaptado, en el Sindicato de Guionistas (WGA), y Mejor Película, en la Asociación de Productores (PGA). La industria suele celebrar por lo alto estos triunfos estilo David vs. Goliat, sobre todo si, como es el caso, la película abunda en compromiso social, pero las candidaturas de las inmensamente superiores "El poder del perro" y "Amor sin barreras" han aguado la fiesta por anticipado. Hay una alta posibilidad de que "CODA" consiga llegar a la meta, convirtiéndose de paso en la primera película de un streamer en llevarse el premio mayor, pero su eventual triunfo ya está siendo comparado al de "Crash", en 2005, y "El artista", en 2012, ambos entre los peores ganadores de todos los tiempos.
Ahora, la pregunta de rigor: ¿por qué el candidato artísticamente más débil consigue imponerse a los más fuertes?
Una de las explicaciones -llamémosla el "argumento matemático"- sería la fórmula de voto preferencial, por la cual los votantes sufragan no solo por su candidata favorita, sino por el total de estas, en orden descendente. De modo que la ganadora no es necesariamente la película más votada en el número 1, sino la que acumula el mejor promedio dentro del conjunto.
El otro argumento es puramente pragmático: en la categoría Mejor Película, la Academia rara vez vota por "la mejor" del lote. No persiguen un criterio de calidad, sino más bien realizar una declaración, destacar, salir en defensa de una causa. A mediados de los años 50, se trataba de luchar contra la amenaza de la televisión, y por eso en 1957 se premió a un adefesio como "La vuelta al mundo en 80 días"; película atroz, pero espectáculo cinematográfico a todo trapo. Hoy, la tendencia parece ser visibilizar causas, identidades y banderas, hacerse uno con quien se percibe como el más débil.
Algunos juegan ese juego mejor que otros. A mediados de marzo, Jane Campion -virtual ganadora del Oscar a Mejor Director, por "El poder del perro"- estuvo a punto de mandar al diablo sus posibilidades al mencionar a las hermanas Williams en su discurso tras recibir el galardón a la dirección en los Critic's Choice Awards: "Serena y Venus, ustedes son maravillosas; sin embargo, no tienen que competir contra los hombres, como tengo que hacer yo". Mala idea. Quiso hacerse la graciosa y la inclusiva, pero fue universalmente repudiada. A la mañana siguiente ya estaba emitiendo disculpas públicas, mientras diversos columnistas se preguntaban si acaso el espectacular gaffe de Jane abría el camino a un tercer Oscar como director para Spielberg ("Amor sin barreras"), en vez de discutir el tema de fondo: un triunfo de Campion sería el segundo consecutivo para una realizadora, tras el Oscar obtenido el año pasado por Chloé Zhao.
Interesante: es la lógica de la inclusión, el juego de las identidades y la estrategia de "chico versus grande", lo que puede acercar a Chile a una tercera estatuilla; sin embargo, el mayor obstáculo que enfrenta "Bestia", el corto animado de Hugo Covarrubias, es el apabullante virtuosismo y brillantez de "Robin Robin", producido por los estudios Aardman (los creadores de "Wallace & Gromit"). En términos de producción y despliegue imaginativo, los británicos están simplemente a otro nivel; pero en cuanto conceptualización y puesta en escena al servicio del relato, "Bestia" es impecable y demuestra que un medio audiovisual incipiente, como el nuestro, es capaz de sacarle punta a recursos en extremo limitados y aún así conseguir impacto a nivel global. Es la carta que Covarrubias y el productor Tevo Díaz han estado jugando desde que marcharon a Los Angeles hace casi un mes y que precisamente les llevó a ganar como Mejor Corto en la reciente entrega de los Annie Awards -"el Oscar" de la industria de animación-, el 12 de marzo pasado. Solo que hay un problema: "Robin Robin" no compitió en dicho premio, pero sí fue distribuido por Netflix, lo que le asegura un altísimo grado de conocimiento entre los votantes.
Más allá de especulaciones y apuestas, de ganadores y perdedores, de "CODA" y de "El poder del perro", lo que quizás acabe caracterizando estos premios es la sensación de cambio epocal, no solo a nivel de la Academia, sino en toda la industria audiovisual. Es algo que se ha venido anticipando, con la consolidación del cine digital, la cultura de las secuelas y el repliegue del cine en salas. Todo eso ya es una realidad.
Es cosa de repasar la lista de candidatos para entender hasta qué punto se encuentra dominada por las compañías de streaming y no por el tradicional (y obsoleto) equilibrio entre los estudios y las cadenas de exhibición presencial. Por más que la Academia intente reunir esta noche a todo el audiovisual bajo un mismo techo, ya no hay una sola industria: hay muchas, disparadas en todas direcciones.
Acaso la imagen que resume todo eso es la instantánea que un asistente a los PGA Awards sacó con su celular: en la foto aparecen, cual patriarcas y de espaldas, George Lucas y Steven Spielberg, conversando entre ellos y sin prestar mayor atención a lo que ocurre en el escenario. En medio de sus cabezas se divisa a Francis Coppola, con la mirada algo perdida. Hace cincuenta años exactos, "El padrino" se estrenó en los cines. Medio siglo. Otro mundo.
'' ¿Por qué el candidato artísticamente más débil consigue imponerse a los más fuertes?".
'' No han faltado quienes han sugerido lo que hasta hace un tiempo era impensable: que el premio y su ceremonia, tal como hoy los conocemos, han entrado en una fase terminal".
'' En la categoría Mejor Película, la Academia rara vez vota por "la mejor" del lote. No persiguen un criterio de calidad, sino más bien realizar una declaración, destacar, salir en defensa de una causa".
'' Los niveles de impostura exhibidos en el último par de entregas, donde la urgencia del mensaje, las denuncias de rigor y las cuotas de raza y género van a la par con la peregrina idea de que un ganador del Oscar está llamado poco menos que a cambiar el mundo. ¿No será pedir demasiado?".