Lunes, 08 de Julio de 2024

Apriete pero no ahogue

ColombiaEl Tiempo, Colombia 19 de junio de 2022

RICARDO ÁVILA PINTO - ESPECIAL PARA EL TIEMPO@ravilapinto
Cuando el pasado miércoles en la tarde, Jerome Powell, el presidente del Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos, subió al podio, bastaba con identificar las pequeñas señales de la puesta en escena para anticipar el tono adusto del mensaje que traía en la mano: el atril flanqueado por dos banderas, la cortina azul oscuro en el fondo, la corbata gris del funcionario

RICARDO ÁVILA PINTO - ESPECIAL PARA EL TIEMPO@ravilapinto
Cuando el pasado miércoles en la tarde, Jerome Powell, el presidente del Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos, subió al podio, bastaba con identificar las pequeñas señales de la puesta en escena para anticipar el tono adusto del mensaje que traía en la mano: el atril flanqueado por dos banderas, la cortina azul oscuro en el fondo, la corbata gris del funcionario. Y apenas comenzó a hablar, sus palabras confirmaron que el anuncio distaba de ser rutinario. Sin mucho preámbulo, señaló que el Comité Federal de Mercado Abierto, adscrito a la entidad que lidera, había decidido incrementar en tres cuartos de punto porcentual la tasa de interés que les cobra a las entidades financieras bajo su órbita por darles recursos, un salto que no se veía desde 1994. Adicionalmente, indicó que el volumen de papeles financieros en poder de la institución seguirá disminuyendo. Más allá de los detalles, la señal proveniente de Washington fue fuerte y clara: el costo del dinero subirá -y seguirá haciéndolo en el futuro cercano- mientras la liquidez disminuye, algo que cambia de manera sustancial las condiciones en que se venía desenvolviendo la economía más grande del mundo. En forma casi paralela, otros bancos centrales se movieron en la misma dirección. Ya a comienzos de junio lo había decidido Australia, mientras que a mediados del mes el Banco Central Europeo indicó que haría lo propio. Por su parte, tanto en Inglaterra como en Suiza vino un apretón adicional, con una lección subyacente: los países desarrollados están reaccionando al avance de la inflación y harán lo que esté a su alcance para ponerla en cintura. Cueste lo que cueste El uso de instrumentos de política monetaria probablemente no le diga mucho al ciudadano de a pie de ninguna latitud, hasta que se observan las consecuencias de tan renovada determinación. A lo largo de los últimos días se ha visto un descenso significativo de los índices bursátiles en Wall Street y otras plazas, junto con un alza en las rentabilidades de los bonos públicos y privados. Sin ir más lejos, las acciones en la bolsa de Nueva York cayeron 5,8 por ciento en promedio la semana pasada, su peor desempeño desde marzo de 2020, cuando se desató la pandemia. El segmento más golpeado de todos es el de las empresas de tecnología, cuyo retroceso va en 21 por ciento, lo cual ya es calificado como una corrección mayor. Por su parte, el aumento en las percepciones de riesgo, combinado con una mayor rentabilidad en las opciones consideradas más seguras, sacudió los mercados de deuda. En Italia, por ejemplo, el rendimiento de los papeles estatales a diez años de plazo se llegó a ubicar por encima del 4 por ciento anual, para no hablar del caso de las economías emergentes. A lo anterior se suma el desplome de activos como el bitcóin, que está 72 por ciento por debajo de su máximo de noviembre pasado. Si la conocida criptomoneda llegó a transarse en más de 67.000 dólares siete meses atrás, ahora llegó a menos de 19.000, en un segmento en el cual hay más casos de emisores y operadores en problemas a la hora de cumplir sus compromisos. Pero lo ocurrido sería apenas la cuota inicial de lo que viene. Hasta tanto no empiece a moderarse el ritmo de la carestía, vendrán más dosis de la misma medicina. Para la persona promedio, ello implicará tener que pagar cuotas más elevadas por un préstamo, algo que eventualmente disminuirá el ingreso disponible, al igual que el apetito o la capacidad de adquirir bienes. Nada de la receta es necesariamente sorpresivo, pues desde hace varios meses era claro que el problema inflacionario se estaba saliendo de control: de una meta cercana al 2 por ciento anual en el mundo industrializado, la realidad muestra los precios subiendo en cercanías del 8 por ciento. No obstante, una cosa es diagnosticar la enfermedad y otra comenzar el tratamiento con terapias de choque que dejan y dejarán más de un damnificado, ante la certeza de que el mal será más difícil de erradicar de lo que se creía hasta hace poco. De tal manera, hay evidencias más numerosas respecto a un estancamiento a ambos lados del Atlántico norte. Tanto la demanda de los consumidores como el ritmo de la inversión de las empresas da la impresión de agotarse, algo que probablemente derivará en una recesión que se declararía el próximo semestre. La esperanza de los encargados de la economía es que el frenazo no debilite sobremanera los niveles de ocupación. Con un desempleo estadounidense de 3,6 por ciento y un mercado laboral en el que abundan las vacantes, la impresión de los especialistas es que un enfriamiento sería hasta deseable. Aunque la verdad es que nadie sabe a ciencia cierta graduar los controles del caso para limitar los daños. Así como puede darse el anhelado aterrizaje suave, también es factible un "barrigazo" en el cual un país se queda con el pecado de la inflación y sin el género del crecimiento. De vuelta a la tierra del Tío Sam, la manera en que evolucionen las cosas será determinante en las elecciones legislativas de noviembre que podrían darle el control de las dos cámaras a la oposición republicana. Tener el Congreso en contra le haría la vida todavía más difícil a Joe Biden, cuya administración ha sido tildada de ineficaz. Y en otros lugares del mundo los políticos están atentos a la manera en que sus respectivas autoridades les hacen frente a desafíos que no estaban en el radar de la mayoría meses atrás. Mientras unos preferirán la ortodoxia, otros tratarán de paliar ciertas medidas y unos más optarán por pescar en río revuelto. Coletazos predecibles Tales escenarios estarán presentes en las más diversas latitudes, pero la gran inquietud es cómo van a sobrellevar la situación las naciones emergentes. El motivo es que no faltan los paralelos con lo ocurrido en la década de los setenta del siglo pasado, cuando también existieron elementos similares a los de ahora: inflación elevada, guerra entre productores de bienes primarios, desaceleración económica, agitación en las bolsas y una política monetaria más estrecha. Si bien, a punta de subir los intereses, Estados Unidos y otros acabarían metiendo los precios en cintura, sembraron la semilla de otra crisis de ingrata recordación en América Latina. Esta consistió en la explosión de la "bomba de la deuda", como la llamó la revista Time, la misma que causó la década perdida de los ochenta en la región. Sobre el papel, ahora hay todavía más elementos de inquietud. Medidas como proporción de su producto interno bruto, las acreencias de los países en desarrollo son unas seis veces más grandes que en ese entonces. Es verdad que el peso de China en las cuentas mencionadas es muy significativo, por lo cual no hay que saltar a hacer generalizaciones. También lo es que los mecanismos de control son más sofisticados, que los bancos centrales cuentan con más reservas y que la capacidad técnica es mayor que hace medio siglo. Igualmente resulta cierto que la base de comparación es muy distinta. Tras el reajuste de esta semana la tasa de los fondos federales estadounidenses se ubicó en un máximo de 1,75 por ciento anual y llegaría a finales de 2022 al 3,5 por ciento, lo cual sigue siendo un nivel históricamente moderado. Debido a ello es clave que el incendio se pueda controlar con relativa rapidez, algo en lo que juegan una serie de imponderables. La duración de la guerra en Ucrania y los problemas de suministro de materias primas es una gran incógnita, a la cual se suman las expectativas de los consumidores y el comportamiento del comercio internacional. Para Colombia el llamado de atención merece ser escuchado. Según el Banco de la República, al término del primer trimestre de este año la deuda externa del país llegó a 175.106 millones de dólares, de los cuales el 58 por ciento correspondió al sector público y el saldo al sector privado. En el caso de la porción estatal, 52 por ciento provino de emisiones de bonos y un 36 por ciento de préstamos con la banca multilateral. Para las empresas no financieras, cerca del 80 por ciento hace referencia a créditos con el sector financiero en el exterior. Fuera de la composición descrita, resulta previsible que al menos una parte de esas acreencias se encarecerá por cuenta de las nuevas condiciones vigentes. Y de llegar a presentarse una devaluación del peso, el pago será todavía más oneroso. Por otro lado, también la deuda en moneda local va a reflejar las circunstancias mencionadas. Para solo citar un caso, los bonos de tesorería a diez años -más conocidos como TES- ya rentan por encima del 11,5 por ciento anual, cuatro puntos más que lo registrado 12 meses atrás. Y esa tendencia hacia arriba seguiría, dependiendo de lo que pase con la inflación interna y el contexto internacional. Tampoco se puede olvidar que una parte importante de los tenedores de TES en pesos son inversionistas de afuera. De llegar a deteriorarse la percepción de riesgo que desemboque en una avalancha de venta de dichos títulos, la afectación sería mayúscula y de paso pondría contra la pared a la tasa de cambio. Como señala Juan Pablo Espinosa, director de investigaciones económicas de Bancolombia, "los amplios déficits gemelos -fiscal y externo- acentuados en esta recuperación hacen a Colombia particularmente vulnerable en esta época en la que el dinero barato y abundante en el mundo está terminando". Y agrega, "ya el financiamiento se ha encarecido, pero esta tendencia podría acentuarse". Además, el experto advierte que "el volumen de flujos de capitales que recibimos del exterior podría estrecharse". Concluye, entonces, que "es por eso que emitir señales que den tranquilidad a los inversionistas y resalten los atractivos del país como destino de inversión es, en esta coyuntura, algo particularmente importante". La admonición es igualmente válida en un escenario más amplio. Si bien la publicación del Marco Fiscal de Mediano Plazo esta semana trajo noticias positivas con respecto al comportamiento del déficit y la deuda que le dan cierta holgura al gobierno entrante, al no hacer inminente la necesidad de una reforma tributaria, el alivio ocasionado por los mayores precios del petróleo es de carácter temporal. Debido a ello, tarde o temprano la próxima administración tendrá que meterle el diente a la realidad de las finanzas estatales, con miras a volverlas sostenibles. Si, por el contrario, toma decisiones que las deterioren, las consecuencias se verán con prontitud, pues no solo le saldrá más oneroso endeudarse, sino que la cuenta de intereses subirá. En lo que atañe a los colombianos, el peligro comienza por estar obligados a pagar mucho más por las importaciones y sigue por la eventualidad de una economía que se frene y comience a cojear, tras el buen arranque del primer semestre. Pasar de un círculo virtuoso a uno vicioso es algo que es factible de suceder por causa de determinaciones equivocadas en las cuales los errores se pagan mucho más caro. Y es que cuando en el mundo había dinero abundante y barato, el margen de tolerancia al riesgo era mayor. Hoy en día ese espacio desapareció. Más nos vale, en conclusión, que el ganador de las elecciones presidenciales entienda lo que está en juego y sepa enviar los mensajes tranquilizadores, mientras le llega la hora de asumir el poder en medio de las condiciones globales más desafiantes de los últimos 40 años.
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