Aire libre y carne gorda
Hubo un tiempo, hace muchos, muchos años, en que existió una cosa llamada debate de ideas
Hubo un tiempo, hace muchos, muchos años, en que existió una cosa llamada debate de ideas. La gente intercambiaba puntos de vista de manera constructiva con el ingenuo fin de alcanzar alguna síntesis que hiciera avanzar el pensamiento general. Eran tiempos dorados, antes de que existiera Google analytics, Twitter, y la hipersensibilidad a flor de piel.
Leyendo una columna publicada el jueves en Búsqueda por Ana Balsa, nos dieron ganas de reflotar esos viejos tiempos, y ejercitar el entumecido músculo del debate constructivo. Vale señalar que Balsa es una economista y profesora universitaria de reconocida trayectoria, a quien este autor ha tenido el gusto de conocer, y valorar. Pero su artículo sostiene ideas, muy en boga hoy en día, que por más que suenan positivas y hasta razonables, encierran un peligro enorme.
Su tesis es clara. El mundo padece una epidemia de obesidad que requiere un enfoque colectivo e intervención estatal. Porque la obesidad impacta en el resto de la sociedad, (sobre todo a través del costo que genera en el sistema de salud), y porque la gente es muy influenciable por la publicidad y los patrones culturales. Por lo cual no siempre toma decisiones "óptimas".
Empecemos por la coincidencia. Es verdad que hay una epidemia de obesidad, y que eso es malo para la salud. Este acuerdo, que parece obvio, no lo es tanto. No hace mucho se publicó en La Diaria una entrevista a un "colectivo" de activistas gordas llamado La Mondonga, donde reivindicaban su derecho a la obesidad, e incluso afirmando que sería una identidad y una actitud política.
Lo bueno de las ideas liberales es que respetan el derecho de cada persona a hacer lo que quiera con su vida. Incluso saturar su sistema circulatorio de grasas hasta que el corazón dice "no va más". Ahora, que eso sea una "actitud política"...
Pero la teoría según la cual esa epidemia habilita a que el estado intervenga de forma directa en nuestras decisiones alimenticias, es problemática. Por ejemplo, si aceptamos el criterio de que la sociedad tiene derecho a decirle a la gente lo que debe o no comer, porque después todos pagamos el costo sanitario de sus malas decisiones, ¿dónde está el límite? Primero acosamos a los fumadores, bien, es un vicio feo. Después a los que toman alcohol. Bien, esa gente choca y hace desastres. Ahora vamos por las comidas grasosas. ¿Y después? ¿Vamos a "corregir" al que toma mucho sol? ¿Al que hace deportes extremos? ¿Al que va al fútbol uruguayo o escucha a Bad Bunny? Está lleno de cosas poco saludables que hacemos porque nos gustan, y asumimos el riesgo/costo que implican. Una vez que abrís la puerta al burócrata de turno para decirte cómo tenés que vivir, es una espiral que no se detiene.
Pero si esa postura es peligrosa, la segunda es todavía peor. Hablamos del argumento de que la gente no está tomando decisiones "óptimas", porque está condicionada por la publicidad o patrones culturales.
Perdón, estimada Ana. La gente muchas veces no toma decisiones "óptimas", porque está lleno de imbéciles. Por ejemplo, la gente que conociendo los efectos que produce el fumar tabaco, con toda la información que hay disponible desde hace 10 o 15 años sobre el tema, decide seguir cultivando ese vicio que ni siquiera trae una contraprestación que lo justifique, es difícil calificarla de otra manera.
Pero, esa es mí manera de ver la cosa. Las personas que fuman, verán al autor de estas líneas levantarse a las 5 am en agosto, manejar una hora y media, para meterse al agua helada a hacer deporte, y dirán "este es un imbécil". Y es probable que tengan razón. Lo que no tienen es derecho a limitarme o siquiera intentar convencerme de manera demasiado insistente con que cambie mis hábitos. Es mi vida, y tengo derecho a disponer de ella.
Existe un peligro existencial para cualquier sociedad democrática, cuando alguien, y si es un académico respetado peor, sugiere que en verdad la gente no está tomando las mejores decisiones porque es débil ante la influencia de la publicidad y de otras personas. No porque esto no pueda ser verdad (que en el fondo no lo es), sino porque entonces ¿quién va a decirle lo que tiene que hacer "por su propio bien"? ¿El estado? ¿La comunidad? ¿Un comité de sabios? ¿Esos sí pueden pensar libremente sin influencias externas?
El tema de fondo es la legitimidad. Si creemos que la gente no deja de comer Big Macs por influencias externas, ¿por qué aceptamos lo que decide cuando vota?
Los "Padres Fundadores" de la constitución americana, creadores de la democracia más eficaz y duradera de la historia, tenían una obsesión con la tiranía. Y veían que esta podía venir de dos formas: de arriba, en la persona de un dictador/rey/presidente. Y de abajo, de la masa actuando como turba. Es uno de los motivos, por ejemplo, por los que en EE.UU. existe el colegio electoral. Nunca hay que subestimar el poder embrutecedor y fascista de la masa. Ni de las elites paternalistas.
El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Y sin dudas, que este planteo está plagado de ellas. Pero porque alguna gente tome decisiones con su vida que yo crea no son lógicas, eso no da derecho al "colectivo" a imponerle otras. Eso siempre, siempre, termina mal.