Roberto Bravo, a sus 80: "Uno vive, no anda contando los años"
Se enteró de que cumplía ocho décadas por un colega y lo celebrará con un concierto el 12 de noviembre. "Es un momento importante para reflexionar y usar el tiempo que te queda entregando lo mejor de ti", dice el artista que ha tocado en los escenarios más importantes del mundo.
H ay segundos que quedan grabados a fuego y que traspasan la piel, como el día en que Roberto Bravo González leyó una frase que lo caló más allá de los huesos: "Lo que el alma hace por su cuerpo es lo que el artista hace por su pueblo". Lo dice el epitafio de la sepultura de Gabriela Mistral en Montegrande, una localidad al interior del Valle del Elqui, mausoleo que visitó por primera vez hace 42 años y que no lo abandonó nunca más. "Fue como si me hubieran dado con un martillo en la cabeza. Me quedé tieso. Ahí le encontré el sentido a la vida", recuerda en una tibia tarde el pianista y discípulo de Claudio Arrau.
Nada sería como antes. Estaba en la cúspide de su carrera radicado en Londres, dando conciertos en los escenarios más prestigiosos de Europa -como el Carnegie Hall de París o el Schauspielhaus de Berlín-, cuando frente a los restos de la premio Nobel lo supo todo: tenía que volver a Chile. "Fue una señal. Lo que yo tenía que hacer estaba aquí", relata con voz suave el artista que desde ese entonces ha dedicado gran parte de su trayectoria a dar conciertos en zonas de catástrofe, como Constitución después del terremoto de 2010, o en la mina San José, cuando quedaron sepultados los 33 mineros.
"El talento que la naturaleza te dio es para compartirlo, para hacer algo por los demás. Hace tiempo que estoy en esto, entendiendo que lo que yo siento tocando en una iglesia de población es inmensamente más fuerte que lo que siento frente a un público melómano", confiesa Bravo, mientras sus dedos revolotean entre sus cabellos blancos.
-¿Eso lo ha sentido siempre o con los años?
"Es producto de los años. Lo que te queda no son las salas ni el prestigio, te quedas con los lugares que te han marcado energéticamente. La Isla de Pascua, la Antártica, la mina San José, la playa debajo de la casa de Neruda, Túnez, la casa de Liszt, la casa de Edvard Grieg, la casa donde nació Chopin, Constitución después del terremoto".
-¿A qué otra conclusión ha llegado con el paso del tiempo?
"Pasas de los aplausos y cada vez te resuena más fuerte el mensaje que te da un gran maestro como Arrau. 'Nunca salgas a buscar el aplauso. Nunca salgas a impresionar. Solo a servir a la música. Y acuérdate de que lo más peligroso para un artista es la vanidad'".
"La música sana"
Ya son ocho décadas en el cuerpo que, según cuenta, lo tomaron por sorpresa: "¿Sabes cómo me enteré de que cumplía 80 años? No me lo vas a creer, pero así es. En enero me llamó un colega y me preguntó '¿qué vas a hacer para tus 80 años?' '¿Mis 80 años?', le dije. '!Los tuyos¡ Tienes que hacer tremendo concierto'. No me di ni cuenta. Uno vive nomás, no anda contando los años".
Con ese mismo ímpetu grabó cuatro discos en pandemia en homenaje a distintos artistas, como Armando Manzanero -cuyos boleros lo han hecho llorar en pleno concierto- y Ennio Morricone, el elegido para su entierro.
Sigue estudiando piano a diario, lo primero que hace al levantarse es tocar Bach o Piazzolla para despertar, y le gusta estar en silencio al menos media hora antes de cada concierto, "para no entrar en ninguna interferencia. Antes era muy, no sé si la palabra es neurótico, pero poco tolerante", comenta el artista.
-¿Su día siempre parte con música?
"Siempre priorizo tocar. Para mí, un buen día es un día bien estudiado. Si me preguntan qué voy a hacer mañana, digo estudiar más que el día anterior. Es una necesidad del alma, un alimento para el espíritu".
Por estos días, el pianista prepara dos conciertos en Chile. El 7 de noviembre toca con la violinista Montserrat Prieto en el Teatro Oriente y el 12 del mismo mes celebra sus 80 años con un concierto en el Teatro Nescafé de las Artes, con artistas como Fernando Ubiergo y el escritor Hernán Rivera Letelier.
-Cuando su colega le avisó que ya eran 80, ¿qué sintió?
"Que es un momento importante para reflexionar y usar el tiempo que te queda entregando lo mejor de ti a la gente. Tengo muchos proyectos por delante. Tocar otra música, a lo mejor volver a tocar Chopin, reencontrarme con Liszt y también tocar jazz . Nunca he sido capaz de tocar jazz decentemente".
-¿Grabar otro disco?
"No tengo en la cabeza hacer otro disco, pero si lo hago, va a ser uno que pueda tranquilizar el alma de la gente. Yo recomiendo mucho que cuando estén en una etapa de conflicto escuchen a Bach, que prendan un incienso y pongan la 'Misa en Si Menor' o 'La pasión según San Mateo', y en ese estado envíen un mensaje de amor a los que están sufriendo".
-El director de orquesta Benjamin Zander dice que si el 4% de la humanidad escuchara música clásica los problemas se acabarían.
"Es muy cierto eso. La música sana, aquieta. Te acerca a un mundo más perfecto, más humano, más armonioso, más respetuoso. Cuando empiezas a tocar para alguien ves el efecto. A la gente le pasan cosas, lloran mucho o entran en otro estado. Entran contigo. Tú eres el primero que abre la puerta a ese estado. La música te despierta recuerdos, te devuelve a las personas que perdiste o te hace soñar con el amor que tenías a tu lado. El concierto es un acto amoroso".
-La música también es buena compañera, ayuda a amortiguar la soledad.
"Muy buena compañera. Con Andrea (su esposa) hemos hecho muchos conciertos en residencias de tercera edad y hemos visto en vivo y en directo el efecto de la música. Personas que llevan no sé cuánto tiempo inmóviles mirando el techo que empiezan a mover sus labios tratando de decir algo y que, de repente, se ponen a cantar. En varias casas me dijeron 'por qué no te quedas acá' (ríe)".
Así como Roberto Bravo descubrió a la pianista Mahani Teave cuando ella tenía nueve años -algo que considera "un regalo del universo"-, su madre, también pianista, lo descubrió a él a los tres. "Tengo la suerte de haber nacido en una casa con piano y de haber sido un niño normal, con buen oído. No un niño prodigio, nada de eso", afirma.
-¿Cómo recuerda a su madre?
"Estuvo lúcida hasta los 98 años. Yo me quedé tranquilo, porque en la vida me porté rebelde con ella. Fue la persona más importante, hasta el último día toqué a su lado".
-¿Cómo ha cambiado la vejez a sus ojos?
"La vida se prolonga, a veces artificialmente, de lo cual yo estoy absolutamente en contra".
-¿Y piensa que Chile está preparado para la longevidad?
"Creo que no, y que debería haber mucha más información de psicólogos y de expertos que preparen a las familias para lo que se viene y para respetar la decisión del que se quiere ir".
-Sigue dando conciertos, se casó hace poco, tiene varios proyectos en mente, ¿de dónde saca la energía?
"La misma música y el estado que te produce. Esa sensación de bienestar que te genera entrar a ese mundo de las emociones buenas, amorosas, te equilibra. Es muy importante que las personas reconozcan sus emociones y se abran. Ese es uno de los motivos por los que sigo haciendo clases (de poesía y música en la Universidad Central). Cuando leo los cuadernos de los chicos veo cómo vierten sus emociones después de escuchar a Serrat cantando a Miguel Hernández, o un poema musicalizado de Neruda con Joaquín Bello".
-¿Cómo percibe la relación entre los jóvenes y los mayores?
"Nosotros sabemos poco sobre los jóvenes de hoy. Ahí hay un puente que hay que tender, saber qué les pasa en su corazón. Es fácil decir que en nuestra época todo fue mejor, pero no, fue distinto. Uno tiene que ser más comprensivo, entender cómo ven ellos el mundo. Yo no entiendo que digan que los chicos no están ni ahí. Es mentira".
Un puente musical
Para Roberto Bravo lo que ocurre en un concierto de piano es similar a lo que pasa en una misa. "Se produce una unidad en el espíritu, una reverencia, una oración interna. Es algo muy sagrado", describe con voz entristecida. No hace esfuerzos para ocultar el dolor que siente desde que estalló la guerra entre Israel y Hamas.
"En este momento de la vida siento mucha pena. Mi mente y mi corazón están en otro lado. Me cuesta concentrarme. No puedo decirte que estoy contento de tener 80 y estar sano. No, estoy bajoneado. No tanto como para estar ciego y no agradecer, pero estoy complicado con el mundo", admite el artista, que en 1995 fue reconocido con el Premio Nacional de la Paz.
Uno de sus anhelos es poder hacer un concierto en Israel, pero a cada lado de la Franja de Gaza. "Cuando toqué en Tel Aviv, la directora del conservatorio me dijo 'le agradezco mucho el concierto, me ha traído mucha paz al corazón'. Pucha que me hubiera gustado escuchar lo mismo del otro lado. Quiero tocar en la iglesia de la Natividad, en Belén, y en el Museo del Holocausto, en Jerusalén. Eso está pendiente", agrega.
-¿Construir un puente musical?
"Absolutamente. Porque es la tierra de Jesús y porque mi profesor de piano que me formó era judío, con padres muertos en Auschwitz. El maestro Arrau lo sacó de Berlín y lo mandó a Santiago. Y no fue el único. La gente no sabe esto, pero Arrau ayudó a muchos judíos. Imagínate lo que fue para Arrau que a su mejor alumno lo sacaran en medio de un concierto y lo colgaran en una plaza. Fue un gran dolor para él. Los artistas lo pasaron muy mal. Bueno, ¿cuándo no lo pasan mal? En cada revolución o situación son los primeros que caen o son desterrados. Las mejores novelas de Solzhenitsyn están en los campos de concentración de Stalin".
-Mistral también tuvo una vida dura. Muchos se preguntan de dónde salió tanta belleza en medio de tanto sufrimiento.
"Porque se responde al horror con la belleza".
-¿En su caso ha sido así?
"He tratado de hacerlo. Pero en este minuto no me siento con la fuerza como para hacer lo que siempre he hecho, agarrar el teléfono y llamar a la Catedral para hacer un concierto por la paz. Necesito hacerlo, a lo mejor para expresar mi pena".