La lucha por el pantalón femenino
Su llegada a los guardarropas de las mujeres arrastra una larga historia que entrecruza el empoderamiento, las reivindicaciones de las primeras sufragistas y la igualdad de géneros.
L a relación entre las mujeres y pantalones ha recorrido un camino. En su historia se entrecruzan elementos sociales, antropológicos, estéticos y simbólicos. Los pasos que han marcado el ingreso del pantalón en el vestuario femenino es comparable con una contienda política. En 1850, utilizando el seudónimo "Sunflower" (girasol), Elizabeth Cady Stanton escribió en The Lily -el primer periódico estadounidense editado por y para mujeres- un texto que criticaba el código de vestuario femenino de la época. Considerada una de la primeras ideólogas de los movimientos por los derechos de la mujer, el sufragio y activa abolicionista de la esclavitud, Cady Stanton se preguntaba: "¿Por qué nuestras ropas son tan difíciles de poner? ¿Por qué necesitamos la ayuda de alguien para vestirnos, mientras que los hombres no?".
Ese cuestionamiento aparentemente práctico y estético, realmente criticaba "el traje" que la sociedad les imponía a las mujeres. Aunque en los Estados Unidos del siglo XIX, la lucha por los derechos femeninos se relacionaba con objetivos sociales y políticos, también abarcaba asuntos pragmáticos como reformar la vestimenta. Abandonar una silueta restrictiva con forma de reloj de arena que estaba formada por corsés, faldas amplias y largas que limitaban sus movimientos: tenían entre seis y ocho enaguas y pesaba hasta 11 kilos. Las mujeres se quejaban de calor y les era difícil respirar, y cualquier intento de subir escalera sin tropezarse era acto de equilibrio. Los vestidos se arrastraban por calles sucias: en la prensa aparecían caricaturas de señoras con basura atrapada en sus faldas.
Las mujeres con ideas más avanzadas abrazaron lo que se conocía eufemísticamente como "vestido de libertad" o, en otras palabras, pantalones. Entonces era impensable lucir una prenda intrínsecamente masculina en público.
Pero antes de la aparición de la columna de Elizabeth Cady Stanton en The Lily, Elizabeth Smith Miller empezó a usar un conjunto que describía como "pantalones turcos hasta el tobillo con una falda que llega unos diez centímetros por debajo de la rodilla". Primero los llevaba para trabajar en su jardín y luego le parecieron más cómodos que su falda larga. Comenzó a utilizarlo con la aprobación de su padre (Gerrit Smith, un reconocido congresista abolicionista) y de su marido.
Smith Miller le enseñó su atuendo (denominado turkish pantaloons ) a su prima Elizabeth Cady Stanton en una visita a su casa en Seneca Falls, una ciudad del estado de Nueva York, donde en 1848 se realizó la primera reunión sobre los derechos de la mujer. Una de las participantes de este mitin fue Amelia Bloomer, editora de The Lily, quien admiró los bombachos de estilo otomano -que se ajustan al tobillo- y anunció que los usaría como su uniforme. Bloomer los vistió en el trabajo, durante los oficios religiosos y en reuniones sociales. Se empezó a hablar de los Bloomer y Bloomerismo. Se los relacionó como un arma política de las mujeres feministas para desafiar el dominio masculino.
Aunque muchas defensoras de los derechos de las mujeres lucieron los Bloomer, su popularidad tuvo corta existencia. Lejos de impulsar el movimiento por el sufragio, la prenda provocó rechazo en la ciudadanía. Las mujeres que se atrevían a usar bombachos se enfrentaban a lo que la sufragista estadounidense Mary Livermore describió como una "crucifixión diaria". Cuando Elizabeth Cady Stanton y Elizabeth Smith Miller paseaban por Seneca Falls con sus bombachos, los niños les gritaban y reían. Stanton confesó en una carta que sus hijos no querían ser vistos con ella y que su marido, Henry, senador del estado de Nueva York, supo que "algunos buenos demócratas dijeron que no votarían por un hombre cuya esposa llevara pantalones bombachos". Después de dos años, lo abandonó y retomó sus vestidos incómodos. Amelia Bloomer, quien llevó los bombachos durante seis años, escribió en 1895: "Para nosotras, el vestido no era más que un incidente y no estábamos dispuestas a sacrificar cuestiones mayores por él".
Para Simone de Beauvoir, el reto político del pantalón es claro. En "El segundo sexo" (1949) asegura: "No hay nada tan poco natural como vestirse de mujer; sin duda, la ropa masculina también es un artificio, pero es más cómoda y simple, está hecha para favorecer la acción en lugar de entorpecerla".
El poder del pantalón se consolidó durante la Revolución Francesa: los hombres de las clases populares que participaron en este movimiento se vestían de una forma diferente a los pertenecientes a las clases altas. Desde finales de la Edad Media, los aristócratas europeos o quienes pertenecían a las clases superiores llevaban un calzón ajustado hasta la rodilla y cubrían las pantorrillas con medias sujeta por una liga. Este calzón era el antónimo de las prendas amplias que vestían los hombres de los sectores inferiores de la sociedad, a quienes se les decía despectivamente los sans-culottes (literalmente, "sin calzones"). Pero ellos derrocaron a la monarquía francesa en 1789.
La palabra "pantalón" proviene del apodo que recibían los venecianos, quienes utilizaban unos calzones largos que eran llamados pantalone en honor al santo que veneraban, Pantaleón. En Francia fue conocido por el personaje de la "Comedia del Arte: Pantaleone o Pantaleón", un mercader que lleva una extraña indumentaria: un calzón ajustado a las piernas y ceñido hasta las rodillas.
Antes de la victoria de los sans-culottes , que aspiran a un traje cívico, sencillo, igualitario, los pantalones eran "la prenda del bárbaro, del pobre, del campesino, del marino, del artesano", escribió la francesa Christine Bard en su libro "La historia política del pantalón".
La Revolución Francesa en su búsqueda de nuevos valores como la libertad, igualdad, virtud y fraternidad, convierte al pantalón en un emblema de cambio. Pero se aplica entre las mujeres. La ley del 29 de octubre de 1793 proclama la libertad de vestimenta, pero respetando la diferencia de sexos. "En el paso del siglo XVIII al XIX, el pantalón, de origen popular, es adoptado por los hombres de las clases superiores. Forja su masculinidad, mientras que se prohíbe a las mujeres. El reto de la extraordinaria historia de su universalización reside aquí, en esta superposición de género y poder", escribe Bard.
Hubo excepciones en el siglo XIX. George Sand se paseaba por París con pantalones y un cigarro, pero jamás se acercó a las autoridades para pedir un permiso. Ella construyó su propio estilo, con un abrigo redingote de paño grueso, un pantalón, un sombrero y una corbata. El traje masculino reflejaba también sus compromisos políticos. "Solo tengo una pasión: la idea de igualdad", escribió en junio de 1848.
La pintora Rosa Bonheur vistió pantalones con un permiso especial: recorría ferias ganaderas pintando animales. Para Bonheur, el atuendo era natural, "ya que la naturaleza ha dado dos piernas a todos los seres humanos, sin diferencia de sexo".
La popularización del pantalón a lo largo del siglo XX no fue solo producto de la lucha por la igualdad y una conquista feminista, también influyeron otros factores, como la banalización de las actividades deportivas (el uso de la bicicleta, en especial) y el aumento del trabajo femenino, que se aceleró al final de cada una de las guerras mundiales.
Durante la Primera Guerra Mundial, las mujeres asumieron los trabajos de los hombres que se fueron al frente. En 1916, relata Don Chapman en el libro "Wearing the Pants: Fashion, Freedom and the Rise of the Modern Woman", el Primer Ministro británico miró por una ventana en Whitehall -calle londinense considerada el centro del gobierno del Reino Unido- una larga procesión de trabajadoras con pantalones, overoles y uniformes caquis camino a las fabricas. Pero no se trata de una elección; es una suerte de adaptación temporal. El pantalón en época de guerra no representa un peligro.
Cinco años antes del conflicto, Paul Poiret introdujo los abombachados pantalones harén en un esfuerzo por reinventar la moda femenina francesa. Luego, Coco Chanel comenzó a diseñar pantalones para que las mujeres montaran a caballo y abre en Biarritz una tienda durante la guerra con prendas de punto, trajes sastre y prendas simples y prácticas.
Pero la moda solo acepta el pantalón en ocasiones específicas. En la intimidad, el pijama lo llevan los elegantes al salir de la cama. El pantalón siguió representando un instrumento del poder masculino. En 1920, los dirigentes del movimiento socialista francés reprocharon a su camarada Madeleine Pelletier por llevar el pelo corto y un pantalón. Ella respondía: "Mi vestimenta dice al hombre: 'Yo soy tu igual'".
Su entrada al armario femenino fue impulsado por importantes mujeres que integraban la vanguardia artística: pintoras, cantantes, actrices, escritoras, modelos o millonarias con aires mundanos.
Durante sus giras patrióticas, Marlene Dietrich vestía diferentes uniformes en cada uno de sus viajes y en escena. Katharine Hepburn, que al salir del set de rodaje no se ponía otra cosa que no fueran sus pantalones de pinzas y su jersey de cuello alto.
A pesar de la "segunda ola de feminismo" en los años 60, seguía siendo controvertido que las mujeres usaran pantalones en público. La socialité Nan Kempner fue rechazada de Le Côte Basque en Nueva York mientras vestía su traje de esmoquin de Yves Saint Laurent. Pero Kempner se quitó el pantalón y entró al restaurante vistiendo la chaqueta como un minivestido que le llegaba hasta los muslos.
Por esa época, el modisto Pierre Cardin afirmaba: "Las mujeres tienen cadera, por lo que un pantalón no resulta estético para ellas, ni mucho menos sensual, y si lo hace, es vulgar". No fue hasta 1968 que el rector de la Universidad de Oxford dictaminó que las estudiantes podían usar pantalones o jeans .
En 1972, Michèle Alliot-Marie, consejera técnica del Edgar Faure, entonces ministro francés de Asuntos Sociales, intentó entregar un mensaje a su jefe, que se encontraba en el hemiciclo de la Cámara de Diputados, pero le prohibió la entrada por llevar pantalones. "Si es mi pantalón lo que le molesta, me lo saco ya mismo", contestó quien décadas después sería ministra en varias carteras del gobierno. En 2013, la ministra de Derechos de la Mujer, Najat Belkacem-Vallaud, derogó una ley que exigía un permiso administrativo y un certificado de salud en la prefectura a las mujeres que quisieran "vestirse como un hombre".