Lunes, 13 de Mayo de 2024

Cuidado con los monstruos

UruguayEl Pais, Uruguay 28 de abril de 2024

Argentina es en ciertas áreas de lo visible un país enloquecido como quien lo gobierna desde la Casa Rosada.

Mientras las campañas políticas para las elecciones internas parecen ignorar olímpicamente lo que está sucediendo en el mundo y se centran en lo doméstico y partidario, la situación internacional va enrareciéndose cada vez más. Mientras escribo esto, varias naciones contienen la respiración esperando cómo reaccionará Israel al reciente ataque iraní. Medio Oriente vuelve a ser una zona candente e imprevisible, mientras todavía no se vislumbra un final a la guerra en la Franja de Gaza, entre el estado de Israel y la organización terrorista Hamas.



La invasión rusa a Ucrania, que ya lleva más de dos años de iniciada, sigue prolongándose y a la vez agregando más incertidumbre a la convivencia mundial, cuando la ayuda militar al país invadido es insuficiente. A todo ello se le agrega la incertidumbre sobre las próximas elecciones en Estados Unidos y los analistas evalúan ya el grado de incidencia en lo internacional que puede tener la posibilidad de que sea Donald Trump el que triunfe.



A su vez, estos tiempos duros e inciertos, alientan los autoritarismos personalistas, como ya ocurrió en los años 30 del Siglo XX. Las virtudes de la democracia están en entredicho porque los populismos de izquierda y derecha están en auge. Así las cosas, el ejemplo de ello que tenemos enfrente es tan inquietante como impredecible.



Alguien me comentó que la tragedia política de Argentina se basa en que pasó de una autócrata mesiánica y bipolar a un inútil que nunca gobernó hasta desembocar en alguien inclasificable y dogmático como Milei. La diferencia con los anteriores es que no cuenta con una bancada parlamentaria que apoye sus medidas y le permitan ponerlas en práctica, además del complejo entramado de sus vínculos con los gobernadores en una república con estructura federal. La paradoja es que Milei, aún esgrimiendo el resultado del balotaje para afirmar que más de la mitad de los votos lo apoyan, no tiene, dentro de los mecanismos democráticos y denostando cada vez más a lo que él llama "casta", una salida institucional para aplicar ese "anarcolibertarismo" que proclama para volver a la Argentina que fue la 5ª potencia mundial.



De la enorme serie de increíbles actitudes que ha tenido dentro y fuera de su país -la última actuando como un fan ante Elon Musk- las que más sublevan a este cronista son las que en un lapso de pocos días tuvo ante dos periodistas de primer nivel, como son Jorge Fernández Díaz y Jorge Lanata. No son las únicas, pero sí las más execrables porque implicaron insultos y descalificaciones en lo profesional de alguien que parece no estar en sus cabales cuando lo contradicen o critican. En el caso de Lanata se agregó una acusación de corrupción, aludiendo a "sobres" como pago de críticas a su política, sin aportar pruebas. Si hay algo que contribuye a la brecha en Argentina es seguir fogoneando la división entre periodismo serio y profesional y el periodismo militante, variante que no solo allí existe y se padece. Por lo visto, al presidente de los argentinos solo le sirve el último.



En la Argentina de hoy todo es posible, porque es un país en el que el deterioro cultural se traduce en alineamientos permanentes para estar de un lado o del otro, sea lo que sea que esto implique. Actores de cine y teatro, escritores, figuras del espectáculo, influencers de baja formación y ese grupo de variada extracción y dudosa capacidad formado por los panelistas que opinan sobre cualquier tema que se cruce y aumente el rating mediático, configuran una masa que se despedaza entre sí y poco aporta al diálogo constructivo sobre lo que es en verdad importante. A todo ello se le agrega ese epítome de la basura mediática -de suceso mundial- que es el reality Gran Hermano. Si se observa todo eso, la conclusión es que Argentina es en ciertas áreas de lo visible un país enloquecido como quien lo gobierna desde la Casa Rosada.



Lo notable de esto es que Milei es producto de ese deterioro que, sin dudas, además de cultural es político. Es un Frankestein hecho de muchos retazos: del cansancio de los abusos del kirchnerismo, de la inflación galopante, de la corrupción estructural, de la deuda externa impagable, del fracaso del macrismo, de los discursos que prometen y no cumplen, etcétera. Ese menú indigesto engendró la dicotomía que en el balotaje enfrentó al ministro de Economía Sergio Massa, en medio de una inflación incontrolable, con el outsider Javier Milei, especie de rockero de la política surgido de los shows de panelistas y convertido en un desafiante gritón que empleaba la palabra carajo unida a la de libertad. Su irresistible ascenso, comparable al de Arturo Ui en la obra de Bertolt Brech, encuadra perfectamente dentro del esquema de outsiders que en lo que va del siglo llegaron al poder: desde Donald Trump a Silvio Berlusconi, de Nayib Bukele a Pedro Castillo.



Muchos analistas dicen que, precisamente, el deterioro de los mecanismos democráticos y la ineficacia del sistema para solucionar problemas de la gente -muchos de ellos en nada atribuibles a la democracia- han ambientado y ambientan el surgimiento de líderes mediáticos y providenciales que no surgen de los estamentos políticos.



Denostar e insultar a todos todo el tiempo -en especial a los periodistas- sacarse selfies con Elon Musk sin tener en cuenta en la actitud que él es un presidente, no un fanático del magnate, separarse de su novia con un comunicado que parece un mensaje oficial y suspender un viaje a Holanda por temor a la inminente guerra entre Israel e Irán, parecen surgir de un cómic delirante o una comedia fílmica sobre las ridiculeces del poder. Hay una película que hoy podría actualizarse con los agregados previamente enumerados: Los monstruos, del italiano Dino Risi, filmada en 1963 y protagonizada por Vittorio Gassman y Ugo Tognazzi. El film -¡que cumplió 60 años!- plantea un juicio moral sobre la hipocresía y los vicios de la sociedad. A través de varios episodios autónomos se incluyen historias sobre la corrupción parlamentaria, deportiva, la iglesia, la infidelidad, la homosexualidad, y la educación de los hijos, entre otros temas.



Los monstruos actuales son tan nocivos, peligrosos y ridículos como en la comedia de Risi, pero algunos tienen poder, soberbia, inconsciencia e ignorancia como para causar de- sastres regionales o mundiales irreparables.



Un mundo sin líderes inteligentes, sensatos y confiables, amenazado por la insania de unos pocos y al borde del colapso climático, cada vez más se parece a las distopías que la literatura y el cine han difundido como entretenimiento y que hoy pueden hacerse realidad


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