Domingo, 15 de Septiembre de 2024

Morir un poco

ChileEl Mercurio, Chile 1 de septiembre de 2024

Una de las películas favoritas de mi padre era "Rocco y sus hermanos"

Una de las películas favoritas de mi padre era "Rocco y sus hermanos". La trama de una familia que abandona sus orígenes rurales para acabar inserta y expuesta al ajetreo de la gran ciudad debe haber hecho eco en su propia historia, que a mediados de los años cincuenta lo trajo desde una pequeña localidad del norte hacia Santiago, arrojándolo a una ciudad que debe haberle parecido enorme y desbordada, tal como le ocurre en el filme a los tres hermanos Parondi. A esos recuerdos indelebles, me imagino, debió estar asociada su perenne simpatía por Alain Delon, quien al encarnar a Rocco en la cinta de Visconti saltó de golpe a la primera división, no solo del cine europeo sino también mundial, pronto reforzado por sus roles estelares en tres cintas clave: "A pleno sol" (1960), "El eclipse" (1962) y "El gatopardo" (1963), todos títulos que han figurado en cada una de las notas de homenaje que siguieron a su muerte, a los 88 años, el pasado 18 de agosto, pero que solo alcanzan a contar una parte del mito, como suele ocurrir en estos casos.
Por mucho que en su filmografía destaquen sus pareos con Visconti, Antonioni, Malle y Godard, entre otros notables, el verdadero legado de Delon -y no me refiero a su faceta farandulera- hay que buscarlo en rincones fílmicos harto más modestos, en las decenas de policiales y cintas de crimen que fue rodando, persistente, año tras año; relatos de lógica circular que invariablemente situaban a este sujeto de gélidos ojos azules en escenarios improbables, dado su evidente aplomo, garbo y atractivo físico. En vez de ir por ahí encarnando a galanes de fantasía, Alain se deleitó dando vida a una caterva de ladrones, expresidiarios, estafadores y sicarios, una galería de malvivientes que compartían un mismo rostro, uno de los más bellos jamás fotografiados por una cámara, pero de una belleza tan imposible como cruel; torcida, fisurada desde sus cimientos.
"Delon siempre evitó hacer del jovencito de la película", decía mi papá acerca de su actor favorito. "De hecho, muchas veces muere al final". Y es cierto: su figura se desplomó sin remedio en una veintena de ocasiones, tanto en las olvidadas "Once a Thief" (1965) y "Jeff" (1969) como en las fascinantes "El samurai" (1967) y "El círculo rojo" (1969); y cuando no son las balas las que le alcanzan, la derrota se hace cargo, sea porque coquetea con ella sin medida (como ocurre en la temprana "A pleno sol") o porque hundirse en esta parece un destino preferible ante la incertidumbre de salirse con la suya, de escapar de un pozo cuyo fondo le atrae más que la ruta de salida.
En este sentido, quizás no exista película más deloniana que "El clan siciliano" (1969), policial de segunda que parte con Alain fugándose de un camión policial con ayuda de una familia mafiosa, para la cual orquestará un espectacular asalto y a la que inevitablemente no podrá sino traicionar de cara al desenlace (en el que muere, obvio). Recordado hoy por el maravilloso tema principal, compuesto por Ennio Morricone, el filme ofrece una pista sobre la fijación trágica del actor para con sus papeles. Muy al contrario de los invulnerables roles masculinos en su era -los vaqueros de Eastwood, los pistoleros vigilantes de Charles Bronson o James Bond y sus derivados-, Delon parece estar poseído por fantasmas de una generación anterior, gente que tampoco tuvo miedo a morir en pantalla (como James Cagney o Humphrey Bogart), tipos capaces de curtir la derrota hasta volverla una segunda piel, como Jean Servais en "Rififi" (1955) o Roger Duchesne, en "Bob Le Flambeur" (1956). Si esa pulsión fue algo que el joven Alain intuyó, de forma brillante, desde los inicios de su carrera, esta acabó por convertirse en una suerte de aspiración manifiesta desde el momento en que cruza caminos con el legendario Jean Gabin, su modelo definitivo, allá por 1963. Fue el propio Delon quien insistió en colaborar con el viejo Gabin, quien se vuelve una suerte de figura paterna en la endiablada "Mélodie en sous-sol", el maestro que te va a iluminar, más tarde a corromper y al que, tarde o temprano, vas a decepcionar. Es él, precisamente, quien liquida a Delon en "El clan siciliano", y quien más tarde le tenderá una mano como su oficial de libertad condicional tratando de evitar lo inexorable en "Dos hombres en la ciudad" (1973). Por entonces Delon no solo actúa sino que además produce, escribe y ocasionalmente dirige estos filmes-trampa, que funcionan como para complacer a sus audiencias, pero antes que todo a sí mismo.
Eso sí, Delon no tuvo la suerte de su querido Gabin, cuyo duro rostro fue cayéndose pedazo a pedazo en cada película, conforme pasaban las décadas, transformado en monumento devastado, pero monumento al fin. La mirada de Alain -impenetrable, útil para la rabia y la pasión, para el deseo y el desprecio- acabó, en cambio, congelada en el tiempo, convertida en lugar común y caricatura, testimonio de una era donde él mismo dejó de interesarse en las películas y de morir en ellas.
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