Domingo, 27 de Octubre de 2024

La bestia humana

ChileEl Mercurio, Chile 27 de octubre de 2024

En abril de 1979, una década después de abandonar Checoslovaquia tras la invasión soviética, el director Milos Forman estaba de vuelta en Praga, reencontrándose con amigos, parientes y unos cuantos enemigos

En abril de 1979, una década después de abandonar Checoslovaquia tras la invasión soviética, el director Milos Forman estaba de vuelta en Praga, reencontrándose con amigos, parientes y unos cuantos enemigos. Fue durante una de esas intensas y regadas celebraciones que, a pocas horas del amanecer, el ganador del Oscar por "Atrapado sin salida" (1975) escuchó esto de la boca de uno de sus colegas más queridos: "Mientras estuviste fuera, todos te admiramos. Eras un símbolo de lo que podríamos haber logrado, de haber tenido la misma suerte; pero eso se derrumbó ahora que se te ocurrió volver".
Al día siguiente, pasada la borrachera, su amigo ya no se acordaba de nada, pero Forman sí. Sentía la espina de la envidia clavada dentro suyo y vaya cómo le dolía, sobre todo porque no había vuelto a su patria solo a turistear, sino a intentar casi un imposible: rodar en la ciudad una versión cinematográfica de Amadeus, la notable obra de teatro de Peter Schaffer. Con decenas de construcciones que datan de fines del siglo XVIII, Praga era el escenario ideal para narrar una versión ficticia del ascenso y caída de Mozart desde la perspectiva de su archienemigo, Antonio Salieri, paradójicamente el único artista capaz de entender a fondo la pureza de su arte divino y, claro, odiarlo a fondo por ello. Viéndola durante su estreno en Londres, el cineasta había empatizado de inmediato con la furia, humanidad y miseria de un Salieri que acaba aplastado por sus propias limitaciones mientras contempla a una criatura tocada por la gracia; pero ahora que sus propios compañeros de generación lo detestaban por su aura de éxito hollywoodense -harto pedestre y vulgar, comparada con el genio mozartiano-, la decepción sufrida le entregó a Forman una pista clave para darle real sentido a la aventura.
Si en la pieza teatral, Schaffer usaba a Salieri como un delirante vengador que, en nombre de la humanidad, intenta liquidar a un Mozart que nunca toma real conciencia de su talento casi divino, la película iría un paso más allá: haría de Antonio -respetado Maestro de Capilla del emperador Joseph II, el músico más influyente y poderoso de Viena- el espejo vivo de una mediocridad que podía compararse a la del propio cineasta, la de sus colegas, la de la Academia (que en 1985 premió a la cinta con ocho Oscar), la del público que vio el filme en su debut hace exactos cuarenta años y la de quienes la vemos hoy, entre impactados y superados por su enorme despliegue de belleza, sentido y virtuosismo, pero también algo aterrados por la exactitud de su intuición: la mediocridad como frustrante medida de lo humano, la vara que puede aplicarse cómodamente al total, la que no deja fuera a nadie y que, por tanto, nos vuelve incapaces de distinguir nada de nada. La cómoda actitud promedio que el joven Milos Forman superó con genio y brillantez en sus películas checas, desde Konkurs (1964) a Al fuego bomberos (1967), desafiando en cada ocasión las trabas impuestas por el censor y la línea del partido único, hasta que este finalmente amenazó con quebrarlo en dos y dejándolo sin otra chance que escapar.
Fue después de un par de años y de agotadoras negociaciones tanto comerciales como diplomáticas, filmando en Praga y con el régimen vigilándole a cada paso, que Forman pudo invocar plenamente esa sombra negra apoyado por la otra fuerza que sostiene al filme: F. Murray Abraham, en el rol de Salieri. Cada minuto suyo frente a la cámara es una especie de milagro, ya sea maquillado como un demente anciano que recuerda el pasado distante como si fuese ayer, convertido en árbitro de los gustos e intrigas de la corte o vuelto en falso aliado de un Mozart que lo sabe enemigo y que aun así le entrega su confianza, su Salieri es una suma de contradicción y resentimiento; alguien que no para de complotar contra el rival, pero que no puede sino caer de rodillas ante él, postrado en admiración. Alguien con esa diabólica persistencia que suele asociarse a los comisarios de la policía política (esos que Forman llegó a conocer tan bien), pero, al mismo tiempo, poseedor de una sensibilidad estética y rigor conceptual propios de un crítico. Acaso es su rasgo más conmovedor -la fascinación, la felicidad casi infantil que experimenta ante toda clase de golosinas y pasteles- el que entrega una real medida de su monstruosidad: Antonio, puesto en el mundo para apreciarlo al máximo, para contenerlo, controlarlo y devorarlo, cual bestia humana.
Es en este punto que "Amadeus" deja de ser un relato acerca de la música (sublime, por cierto), la biografía imaginada de un genio (porque, la verdad, de biografía hay poco) o un testimonio de rivalidad y envidia entre colegas. Arropado en la piel de Salieri, vuelto uno con el mediocre y el caído, Forman tiene el descaro de confrontarnos con nuestra pequeñez y encontrar ahí, en la basura, un atisbo de absoluto. No es poco.
AMADEUS
Dirección de Milos Forman. Con F. Murray Abraham y Tom Hulce. Estados Unidos, 1984, 180 minutos. Disponible en Apple TV DRAMA
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