Marcel versus el Gobierno
El ministro de Hacienda ha hecho noticia esta semana por la flagrante discrepancia que ha mantenido con otros miembros del gabinete
El ministro de Hacienda ha hecho noticia esta semana por la flagrante discrepancia que ha mantenido con otros miembros del gabinete. Mientras él afirma que las noticias acerca del crecimiento son más bien malas o decepcionantes, la ministra Vallejo o la ministra Jara se esmeran por describir la misma situación como un logro en la tarea de normalizar el país que es lo que, aunque no se reconozca, ha acabado sustituyendo -para qué engañarse- la inicial agenda transformadora.
¿Qué se esconde detrás de esas discrepancias?
Lo que subyace en ellas no es una cuestión menor o simples diferencias de modales a la hora de hacer frente a un hecho incómodo, sino que se trata de dos formas de concebir la acción política. Mientras para el ministro Marcel la realidad es independiente de la voluntad y es necesario reconocer sus bordes y sus límites, como única forma de cambiarla, para la ministra Vallejo o Jara, e incluso también para el Presidente, de lo que se trata es de modificar la realidad, mover, como se dijo tantas veces en la campaña, el límite de lo posible.
Ya se ha olvidado; pero en el origen de la fuerza política hoy gobernante, el Frente Amplio, se encuentra la idea de que durante las últimas tres décadas, la técnica y el saber de los expertos (en una palabra, "de los economistas") habían desplazado o usurpado o sustituido la voluntad popular, la voluntad del pueblo. De esta manera, en Chile habría existido una democracia de élites, dominada por los técnicos o los llamados technopolis (personas que poseen saber técnico y redes políticas), que habría explicado la pervivencia del modelo neoliberal al que se ha intentado, sin éxito hasta ahora, alojar en una tumba.
Las diferencias, entonces, entre el ministro Marcel y el resto del gabinete, e incluso el Presidente, no son rencillas políticas, es decir, discrepancias relativas a cómo hacer frente a las asperezas cotidianas que posee el quehacer gubernamental, sino que se trata de dos formas de concebir el fondo de la tarea de gobierno y la verdadera índole del quehacer político. Mientras el ministro Marcel, vale la pena reiterarlo, cree que hay variables indóciles a la voluntad que si se transgreden el resultado es peor que el que se pretende evitar, hay otra parte del gabinete que piensa que las variables económicas deben subordinarse a la voluntad mayoritaria, una parte que piensa, en el fondo, que el saber económico de ministros como Marcel es un pretexto para no hacer política democrática.
Todo el Gobierno ha estado atravesado por esa tensión subterránea y los últimos incidentes (el de los bonos a los vocales, la gratuidad en educación o el tema del crecimiento) no hacen más que confirmar que ella es la clave de las vicisitudes del Ejecutivo, que transita entre el deseo de la simple voluntad y la racionalidad técnica, que sabe que en este mundo la simple voluntad no basta y que carente de contención racional puede causar estropicios.
Cuando el ministro Marcel se sumó al gobierno del Frente Amplio -abandonando el Banco Central- es probable que lo haya hecho creyendo que su saber podía remediar la ignorancia económica de la nueva generación. Evidentemente se equivocó, porque -lo sabe ahora- no era la ignorancia el problema sino algo peor y más radical: la convicción que anima a la generación en el poder, según la cual la voluntad guía al mundo y dibuja la realidad.
Columna escrita para El Mercurio de Valparaíso.