El escritor y periodista español charló con El País sobre "Los alemanes", la saga familiar que le dio el prestigioso galardón literario, sobre la memoria y sobre su forma de trabajar sus libros
La charla fue hace poco más de un mes, cuando el español
Sergio del Molino, hizo una escala en Montevideo de su gira regional por
Los alemanes, la novela con la que ganó el
Premio Alfaguara 2024.
El jurado integrado por los escritores Sergio Ramírez, Juan José Millás, Laura Restrepo, Rosa Montero y Manuel Rivas justificó el fallo destacando de la novela, "su maestría para narrar un suceso muy poco conocido de la historia española relacionado con las mutaciones del nazismo y con hondas consecuencias en el mundo actual". La llamaron una "novela apasionante".
Los alemanes comienza con la llegada durante la Primera Guerra Mundial, a Cádiz de dos barcos con 600 alemanes provenientes de Camerún. El hecho, que terminó con la instalación de una colonia alemana en Zaragoza, es el comienzo de una saga familiar que abarca más de 100 años hasta llegar a estos días y a los descendientes de aquellos expatriados.El libro, está acompañado por un código QR que lleva a una playlist con música para acompañar la lectura. Hay mucho alemán clásico ahí.
Sobre algunas de esas cosas, Del Molino quien es, además, columnista de El País español cumpliendo con el ritual de todos los ganadores delAlfaguara, charló con El País.
El título de la novela refiere a estos alemanes en particular pero también a todos los alemanes. ¿Cómo llegó ahí?De una forma muy natural, sin muchas vueltas. Al pensar en esta historia, siempre pensaba en "Los alemanes del Camerún" pero me daba una connotación quizá un poco folclórica y confusa que se iba demasiado a un relato muy historicista. Los Alemanes vino con la idea central de esta familia obsesionada con Alemania. Cuando un título se te impone con sencillez, lo tienes que aceptar, abrazarlo.
¿Cómo se cruzó con estos alemanes de Camerún, que uno siente es una historia que uno creería conocida?No es mérito mío, sino desidia de los demás. Es sorprendente que nadie hubiera mostrado interés por esta historia. Cuando empecé, fui a buscar bibliografía, fuentes, convencido de que iba a haber mucho o de que ya habría una novela de hace 20 años que lo había tratado, que habría películas.No había nada. Y dije, "bueno pues aprovecho y me la quedo".
¿Cómo le llegó?A través de unos folletos de propaganda nazi escritos en español, impresos y editados en Zaragoza en 1944. Estaban en una librería de viejo, vendidos un poco al peso, sin ningún valor más que para frikis como uno. Me los llevé a casa y preguntando a amigos historiadores por el origen de esos papeles y por qué había una sede del partido nazi en Zaragoza, aparecieron los alemanes de Camerún. Alguien me dio todas las referencias bibliográficas que había encontrado: eran tres. Y a partir de ahí descubrí todo este mundo que había quedado oculto, pero que había sido muy conocido a principios del siglo XX en España.
¿Y cómo eso se convierte en novela?Siempre había querido hacer una novela con ellos, pero realmente no sabía cómo. Sentía que me faltaba madurez, conocimientos, temple para poder abordar esta historia como yo quería. No era una novela histórica, sino desde la perspectiva del hoy. Me interesa la historia en lo que se refiere a hoy o cómo los muertos reverberan en los vivos. Encontré esa conexión a través del cementerio alemán de Zaragoza, que es un lugar que conozco muy bien. Visitando y mirando las lápidas e indagando un poco la historia de ese espacio, me vino la idea de la escena inicial de la novela, y a partir de ahí todo fluyó. Vi claro que era una novela del presente, no del pasado, y que era una novela familiar. A partir eso era construir algo que podía interpelar a cualquier persona del mundo y que podía hablar de cualquier familia. Me costó mucho llegar a eso.
En definitiva, el pasado es presente...El pasado es todo pero hay pasados que están totalmente pretéritos que no nos afectan en nada. Y hay una buena parte del pasado que todavía late en nosotros y nos explica y si no indagamos allí, no nos entendemos. La historia evidentemente estudia concienzudamente ese pasado, pero la literatura siempre explora todas aquellas reverberaciones que tienen los muertos en el mundo de los vivos. Y ahí puedes explorar un mundo sutil al que no tiene acceso el historiador, que se debe al documento. Pero yo puedo crear personajes, meterme en su cabeza y fabular todo lo que quiera para intentar explorar esa presencia del pasado en el presente.
Como muchas novelas recientes, Los alemanes es también sobre la memoria. ¿Le preocupa ese tema?Lo único que tenemos es memoria. Como palabra la usamos de un forma muy alegre porque se refiere fundamentalmente a lo que recordamos nosotros. Los países no tienen memoria, tienen historia y versiones que a veces están contrapuestas y nos peleamos por ellas y a veces destacamos unas cosas y olvidamos otras de esa historia.La memoria de un país es metafórica, porque la memoria siempre es individual. Y la literatura es pura memoria, desde el primer momento en que Homero le hizo cantar a la musa a Aquiles, es una invocación a intentar reactualizar hechos del pasado, pero desde el presente, desde una perspectiva de hoy. Eso es universal, no creo que ahora mismo, no creo que haya países ni épocas más volcadas en la memoria.
La forma de la saga familiar de Los alemanes, me llevó a Thomas Mann, pero, ¿en qué libros tomó inspiración?Es un libro que tiene muchos guiños a la literatura alemana pero yo pensaba mucho y hay una referencia clave que es Joseph Roth y en La marcha de Radetzky y su saga de la familia Trotta y sobre todo en lo que tiene de un mundo que se va deshaciendo y que se va agrietando y muriendo. A mí siempre me han gustado mucho esas novelas elegíacas, de desmoronamiento de un mundo, y siempre tenía ilusión de escribir una. Hay homenajes, hay guiños, hay referencias pero teniendo en cuenta que es una novela del siglo XXI, que se dirige a un público del siglo XXI y con los códigos del siglo XXI. Pero sí que me gustaría que tuviera esa cosa un poco polvorienta.
Un personaje dice, voy a parafrasear, "no me quiero meter en las espinas del árbol genealógico". ¿Cómo construye usted esa estructura?Soy un escritor muy de texto. Necesito escribir y necesito que la historia me lleve. Tengo un esquema muy mínimo que intento seguir hasta cierto punto y luego si las circunstancias hacen que se rompa, lo rompo. Pero me interesa trabajar sobre el texto. No hago grandes construcciones, grandes equilibrios, no tengo una pared llena de esquemas, ni le dibujo las biografías a los personajes, ni nada. Lo que sí que es cierto es que mis primeras versiones suelen ser mucho más largas y caóticas que lo que acabo publicando. Lo que hago es reescribir y reeditar mucho. Trabajo con una escritura no inconsciente, pero sí procuro que sea todo lo irreflexiva y espontánea que pueda para luego sobre ese monstruo, poder trabajar. La escritura en sí puede ser una cosa torrencial y hay que entrar en esa montaña de texto y convertirla en un libro.
Además de novelista, usted es ensayista, columnista, periodista. ¿Qué preocupación une todo ese multitasking?La perplejidad de un ciudadano en el mundo que utiliza la escritura como una herramienta de comprenderlo y habitarlo. La literatura permite unas cosas que el periodismo no. Al periodismo lo tomo como una escritura pública y la literatura es una escritura privada: la disposición del lector ante la literatura es muy diferente a la del lector de periódicos. Una columna es una herramienta de discusión, es algo que lanzas para que se refute, para contribuir a una discusión un poco caótica, pero que es una discusión en marcha. La literatura es un acto íntimo, algo que escribes con una conversación mucho más susurrada que el lector va a percibir también como algo que le están contando a él, de uno a uno. Pero las preocupaciones políticas, ciudadanas, existenciales, están presentes en los dos sitios, solo que las modulo de forma distinta sea para un debate público o por una conversación privada.