Una columna ingenua
Conté alguna vez que al periodismo llegué por el olfato, o sea, por ese determinado sentido corporal y no por lo que se llama "olfato periodístico"
Conté alguna vez que al periodismo llegué por el olfato, o sea, por ese determinado sentido corporal y no por lo que se llama "olfato periodístico". Cuando niño no prestaba atención a los diarios y revistas que llegaban a casa, pero la cosa cambió una mañana en la que, bajando hacia el balneario de Las Salinas, sentí cómo la prensa escrita de ese día, bañada por el sol desde muy temprano, desprendía un olor que me cautivó. A tinta, a papel, a tostado, y fue entonces que empecé a fijarme en los titulares y a darme cuenta de lo importantes que son. Tratándose de diarios y revistas no cuenta solo el espacio que se da a cada información, sino cómo se compone y redacta cada titular.
Con la prensa electrónica no siento nada como eso, y lo que hago en ocasiones es abandonar la pantalla y acercarme a alguno de los poquísimos quioscos que encuentro en el camino, aunque no ya para oler la prensa del día, sino para tocarla. En tal caso, la gratificación del tacto reemplaza a la del olfato, porque no se vería bien que un hombre mayor se acercara a meter la nariz en unas páginas impresas. También es posible sumar el beneficio del olfato al del oído, merced a ese sonido familiar que hace el papel al pasarse de una página a otra.
Los sentidos son conductores del placer, o, cuando menos, de la satisfacción, del regocijo, de la sensación que produce todo cuanto vive en alguna presencia material que gracias a los sentidos percibimos y disfrutamos.
No faltan quienes se ríen de la palabra "sintientes", sobre todo cuando algunos piensan en los animales no humanos. Sienten, todos sentimos, y anhelamos continuar haciéndolo. Es únicamente de ese modo que la vida se hace notar. El máximo placer que proporcionan los sentidos es el hecho de tenerlos, de disponer de esas puertas de ingreso, de que contamos con que es posible recibir y descifrar cada uno de sus mensajes. Y así como ellos empiezan a decaer, a veces hasta perderse, no es del todo inusual darse cuenta de que los sentidos son más de cinco. "Goza", es la recomendación de los epicúreos, pero con los límites que cada cual ponga para que el goce no se transforme en displacer; "contente", es el consejo de los estoicos, pero sin exagerar, dándote un gusto por lo menos, y dos y tres cada día si se presenta la ocasión. Un estoico no está destinado a transformarse en un ser sombrío, lo mismo que un epicúreo no lo está para volverse un reventado.
¿Oler la prensa? ¿Tocarla? ¿Oírla? También leerla. ¿Escribirla? Por cierto, aunque si alguien publica es para expresarse, cuando no para ponerse simplemente en evidencia. Debe ser por eso que nunca he publicado "cartas abiertas", "manifiestos" ni "insertos", puesto que aquellas y estos, lo mismo que estoicos y epicúreos, me parecen demasiado sentenciosos.
También en el periodismo deberíamos bascular, diversificarnos, ir y venir, llevar unas noticias y traer otras distintas, admitir la variedad, cruzar las líneas para alcanzar un cierto grado de hibridez, y aprender de ese modo la lección habitual: todo es más complejo de lo que parece. El periodismo (¿y qué no?) responde a intereses y se hace difícil ejercerlo con nobleza, si bien siempre es posible intentarlo y evitar caer en aquella prensa que se comporta como "nichos" noticiosos. En los nichos se deja a los muertos y, al final, solo un montón de huesos.
Partiendo por el título, me doy cuenta de que en esta columna flota algo de ingenuidad. Pero si "ingenuidad" quiere decir "candoroso", también significa "sin doblez"
¿Oler la prensa? ¿Tocarla? ¿Oírla? También leerla. ¿Escribirla? Por cierto.