Martes, 24 de Diciembre de 2024

‘Doomscrolling’ y ‘scroll’ infinito, dos ‘venenos’ de las redes sociales para el cerebro

ColombiaEl Tiempo, Colombia 23 de diciembre de 2024

José Carlos García R

José Carlos García R. - Editor Multimedia @JoseCarlosTecno
En todas las polémicas que giran alrededor de las redes sociales existen dos conceptos: el doomscrolling y el scroll infinito, técnicas que se han convertido en parte del paisaje cotidiano, pero antes que ser una ‘característica’ normal, en realidad están provocando un deterioro sustancial en nuestra salud mental a diario. En su afán por mantenernos atrapados, redes como Instagram, Facebook, TikTok, Twitter o X, entre otras, aplican estos venenos silenciosos que están diseñados para mantenernos en un bucle constante de consumo de información, afectando capacidades cognitivas y emocionales de manera alarmante. El objetivo: triangular nuestras actividades, interacciones, gustos, miedos y paradigmas, para convertirlos en datos que venden a terceros junto a nuestra información personal y privada, que es la ‘mina de oro’ que sacan de todos los países donde operan con un modelo de ‘publicidad digital’. El término doomscrolling se refiere al consumo obsesivo y continuo de noticias negativas. Estos algoritmos de Facebook, Instagram y TikTok comprenden que los datos escandalosos, sorprendentes e inverosímiles obtienen mayor atención de los usuarios, por tanto, los convierten en insumo diario según los gustos de cada persona para engancharlas por horas sin importar que esto genere adicción y graves efectos en la salud. Por otro lado, el scroll infinito es una técnica de diseño utilizada en redes sociales que permite desplazarse sin fin, deslizando el dedo en la pantalla, para ir mostrando contenido nuevo automáticamente. Nuevamente, en este caso un algoritmo cuidadosamente diseñado con expertos en psicología y temas cerebrales ajusta en milisegundos el siguiente video que saldrá al usuario según el tiempo que demore viéndolo, el movimiento de ojos, el volumen que usa, si le da like o lo comparte. Ambas prácticas, aunque diferentes, comparten una raíz común: la capacidad de manipular los circuitos dopaminérgicos del cerebro, desencadenando adicción y agotamiento mental. Pero ¿por qué estas tendencias son tan peligrosas y qué las hace tan irresistibles? Los efectos de las redes Diversos estudios han documentado cómo el uso excesivo de internet y redes sociales afecta nuestra cognición. Según investigaciones de la Universidad de Harvard y el King’s College London, el consumo constante de contenido digital puede reducir la materia gris del cerebro, debilitando la atención, la memoria y la toma de decisiones. En casos extremos, especialmente en niños y adolescentes, se habla incluso de ‘demencia digital’, un término que describe los efectos perjudiciales de la sobreexposición tecnológica en etapas críticas del desarrollo. El doomscrolling, específicamente, activa el sistema límbico, la parte del cerebro asociada con las respuestas emocionales, y la amígdala, que regula el miedo. Como resultado, el cerebro entra en estado constante de hiperalerta. Estudios recientes muestran que esta práctica incrementa los niveles de ansiedad, insomnio y estrés crónico, afectando incluso la presión arterial y causando dolores de cabeza y tensión muscular. Un estudio de 2024 publicado en Computers in Human Behavior Reports encontró que las personas que practican doomscrolling experimentan altos niveles de ansiedad existencial. La sobrecarga de información negativa no solo afecta el presente, sino que también crea un panorama sombrío sobre el futuro, dificultando la capacidad de planificar y mantener una visión equilibrada de la realidad. Este fenómeno se conoce como ‘cerebro de palomitas’, un estado de sobreestimulación que dificulta la adaptación al ritmo pausado del mundo offline. El scroll infinito, por su parte, es otro actor clave en esta crisis digital, ya que explota el sistema de recompensas del cerebro al ofrecer contenido fresco. Este diseño, que parece inofensivo, estimula la liberación de dopamina, el neurotransmisor asociado con el placer. Sin embargo, al igual que ocurre con las adicciones, los niveles de dopamina fluctúan, lo que obliga al usuario a seguir buscando estímulos para tener esa sensación de recompensa inicial. Por eso es que las personas podemos pasar horas deslizando el dedo frente a un celular en un hábito nocivo para el cerebro que se acostumbra a recompensas inmediatas, cortas y furtivas. En medio de eso, cómo no, aparece la publicidad, que es lo que trae recompensas a empresas de miles de millones de pesos al mes. Cerebros tostados El diseño de estas herramientas no es casual. Según Tristan Harris, exencargado de ética del diseño en Google, las empresas tecnológicas están en una "carrera hacia el fondo del tallo cerebral", buscando captar y mantener nuestra atención explotando emociones humanas primarias como el miedo y la ira. El resultado es un ciclo continuo de consumo que no solo beneficia a las plataformas económicamente, sino que también perjudica profundamente la salud mental de los usuarios. Datos recopilados por la Dra. Gloria Mark, de la Universidad de California, muestran que nuestra capacidad de atención en dispositivos digitales ha disminuido drásticamente. En 2004, el promedio era de dos minutos y medio; para 2018, había caído a apenas 47 segundos. Esta fragmentación de la atención dificulta concentrarse en tareas significativas, lo que a su vez reduce la productividad y aumenta la frustración personal. Las redes sociales, al ser gratuitas, dependen de un modelo de negocio basado en la monetización de la atención. Más tiempo en pantalla, por lo general, se traduce en más oportunidades para mostrar anuncios y recopilar datos de los usuarios. Sin importar las consecuencias para la salud mental, las empresas tecnológicas siguen perfeccionando estos mecanismos para mantenernos cautivos, viendo contenidos en Instagram, Facebook y demás. Sin embargo, reconocer el impacto de estas prácticas es el primer paso para recuperar el control. Movimientos como el uso de ‘teléfonos tontos’, diseñados para funciones básicas, sin acceso a redes sociales o sistemas de chat, promueven un uso consciente de la tecnología y están ganando popularidad.
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