El silencio de los cómplices
Ya casi nadie discute la naturaleza despótica del autoproclamado gobierno de Nicolás Maduro.
A estas alturas casi nadie discute la naturaleza despótica del autoproclamado gobierno de Nicolás Maduro. Las ausencias de los principales lideres del mundo occidental durante la ilegítima asunción de un nuevo periodo fueron bastante elocuentes. Se ha dicho mucho al respecto, pero se podría concluir que existe un consenso generalizado, como nunca ha ocurrido en el pasado, de que Venezuela vive un proceso burdamente autocrático.
Durante décadas se relativizaron aspectos esenciales muy evidentes, pero siempre minimizados en el análisis bajo un manto de inusitada piedad. La mirada sesgada y condescendiente prefirió quedarse con las formalidades y ante cada cuestionamiento respondían con la cantinela del apoyo popular manifestado en las urnas que validaba el accionar de los crápulas que conducían cada fase.
Las innumerables denuncias sobre violaciones a los derechos humanos, opositores presos, fraudes electorales y manipulación institucional tampoco parecían relevantes. Mucho menos efectivas fueron las acusaciones con múltiples fundamentos vinculadas al lavado de dinero, el narcotráfico y el financiamiento al terrorismo. Nada era suficiente para que esta funesta etapa culminara.
Hoy, con el diario del lunes, algunos empezaron a despertar y a pesar de sus prejuiciosos temores se animaron a alinearse en la vereda adecuada. Lo que no se puede seguir disimulando es el comportamiento deliberado de los líderes de la izquierda que ya no tienen forma de explicar lo que está pasando. Sus discursos ambiguos no engañan a nadie.
Que los gobiernos de Irán, Rusia, Cuba, Nicaragua o China avalen a viva voz a la tiranía no llama la atención. Los que están tremendamente incómodos son los mandatarios de México, Brasil o Colombia, por solo citar a los más alevosos del vecindario. Se supone que su narrativa se sustenta sobre el acceso al poder mediante elecciones libres, pero en este caso omiten su relato para tratar de no decir nada demasiado comprometedor.
Para ellos las dictaduras solo son aborrecidas cuando los personajes involucrados en esa repugnante modalidad están en las antípodas de su pensamiento. Si son amigos y simpatizan con ellos pasan por alto cualquier valor moral que afirman promover. En esos casos la prioridad la tiene la afinidad ideológica.
Quizás eso explique la apelación al "juego de palabras" o al lenguaje confuso que vienen utilizando para no quedar en falsa escuadra. Tal vez no tomaron nota, pero muchos de sus cándidos votantes ya registraron su conducta y están advertidos de su indisimulable tendencia.
Pretenden ser imparciales, pero no lo consiguen. Su silencio es ensordecedor y a pesar de sus malabarismos son partícipes necesarios del sufrimiento de un pueblo oprimido por estos delincuentes que se apropiaron del poder en Venezuela. El dilema está sobre la mesa. La diplomacia, las tensiones internacionales y la estrategia de sensibilización no han sido útiles hasta ahora. Una solución pacífica sería saludable, pero la necedad funcional de estos criminales y la patética actitud de los cómplices no ayudan a lograr una salida razonable que sea acorde a la voluntad expresada por un pueblo que pide a gritos libertad.