Lejos de casa
A mediados de los 2000, cuando su situación en Irán se hacía más y más insostenible, le preguntaron al cineasta Abbas Kiarostami si acaso no le convenía más filmar fuera de su país, toda vez que en su patria se le prohibía filmar y el financiamiento de sus filmes se había vuelto ciento por ciento europeo
A mediados de los 2000, cuando su situación en Irán se hacía más y más insostenible, le preguntaron al cineasta Abbas Kiarostami si acaso no le convenía más filmar fuera de su país, toda vez que en su patria se le prohibía filmar y el financiamiento de sus filmes se había vuelto ciento por ciento europeo. "Qué más quisiera yo", dijo entonces y agregó: "pero, ¿quién me asegura que ese árbol que creció frondoso en su suelo de origen volverá a dar frutos si lo trasplantan?".
Eventualmente, el maestro iraní se lanzó a la aventura filmando en Italia y Japón películas con las que expandió su obra, pero nunca dejó de vivir en Teherán. Fue su cable a tierra para no perder el norte. Ir, siempre y cuando se pueda volver. Una estrategia que no es muy distinta a la que Woody Allen usa en "Coup de chance" -estrenada en salas como "Golpe de suerte en París"- su película número cincuenta: como las compañías estadounidenses continúan aterradas de relacionarse con él, debido a los intentos de cancelación que le ha infligido Mia Farrow, Allen y Letty Aronson, su hermana y productora de sus cintas durante más de un cuarto de siglo, apostaron por marcharse a Francia y rodar un thriller hablado en francés, ambientado en París y alrededores, con un elenco galo que en la vida imaginó que iba a protagonizar un filme de Woody. ¿Cuánto se ganó y se perdió en el proceso? O, recordando a Kiarostami: ¿qué tal son los frutos de este árbol trasplantado? ¿Mantienen o perdieron su sabor?
"Coup de chance" es un cercano pariente del cine que Allen ha venido practicando desde los días de "Match Point", hace casi veinte años; relatos de culpables con rostro de inocente, sujetos que traspasan las barreras solo para hundirse cuando el peligro, en apariencia, ha pasado; historias donde la ética y las buenas prácticas son arrolladas por indolentes que creen que las reglas jamás se aplicarán a tipos como ellos. En este caso, la presunta "ofensora" es Fanny, una mujer que escapando de una vida acomodada se vuelve amante de un antiguo compañero de curso que aspira a ser novelista; ella misma se da cuenta del predecible bovarismo de su conducta, sin embargo subestima los celos y el ánimo vindictivo de Jean, su marido, un empresario con vocación y apetitos de depredador. Allen lo pasa bomba gestionando la complicidad de su audiencia, primero con la chica aventurera y después con el marido engañado, pero cuando la cosa se pone seria y las relaciones peligrosas, no duda en hacer caer el mazo de acuerdo al mandamiento central de su cine: la vida entendida como fundamental absurdo, un espacio donde justos y pecadores no necesariamente obtienen lo que se merecen. Prueba superada, con creces. Más allá de lo genérico de los diálogos, algo diluidos en el traspaso del inglés al francés (efectuado por un traductor, no por Woody), lo esencial de su cine no se pierde en el salto hacia otro continente.
Ahora bien, esa no es la única forma de "saltar". Si alguien como Allen tuvo que optar por el exilio artístico por necesidad, el actor Jesse Eisenberg lo hizo porque el argumento mismo de "A Real Pain", su segunda cinta como director, se lo mandataba: en el filme, él y Kieran Culkin interpretan a dos primos que, tras la muerte de su abuela -una superviviente del Holocausto- deciden homenajearla viajando al pequeño pueblito polaco en el que nació. La suya es la clásica premisa de los peces fuera del agua, una pareja dispareja que, obligada a soportarse en circunstancias especiales, descubre algo nuevo en el otro y en sí mismo. Hollywood produce este material por docenas (en parte, por su potencial y lucrativo contenido terapéutico), pero rara vez lo hace de esta forma: "A Real Pain" es un relato casi desnudo en su ejecución, filmado e interpretado por un equipo mínimo y siempre en movimiento, donde las vistas turísticas son más que simple telón de fondo y el duelo de los primos (tanto el gatillado por la tragedia familiar como por el camino personal que los ha puesto en dicha ruta) supera con mucho el confín de su premisa argumental; pese a lo lejos que se encuentran de casa, los personajes no pueden sino a revertir hacia un arquetipo específicamente estadounidense: la figura del drifter , la persona a la deriva, hombre al agua; un sujeto que se ha extraviado siguiendo atento el camino que había trazado para encontrarse. Culkin justifica con creces su nominación al Oscar como Mejor Actor Secundario, al trazar la figura de Benji Kaplan, nieto favorito de la abuela que ha optado por vivir su vida en carne viva, hiriendo y siendo herido. Es cosa de mirarlo a los ojos, de escucharle hablar, de verlo moverse, para detectar en él las huellas de otros "náufragos" fílmicos, gente sin remedio; aquí hay trazas de Jack Nicholson en "Five Easy Pieces" (1970), Al Pacino en "Scarecrow" (1973), River Phoenix en "My Own Private Idaho" (1991), Oscar Isaac en "Inside Llewyn Davies" (2013); todos en viaje, todos perdidos.
¿Era necesario ir tan lejos, salir de casa, dar vueltas y vueltas, solo para reafirmar lo que desde el inicio -desde antes, incluso- estaba claro? Una pregunta que es mejor responder con otra: ¿acaso hay otra alternativa?
COUP DE CHANCE
Escrita y dirigida por Woody Allen. (Francia, 2023, 96 min. En salas. SUSPENSO
A REAL PAIN
Escrita y dirigida por Jesse Eisenberg. (Estados Unidos / Polonia, 2024, 89 min. En salas DRAMA