Miércoles, 12 de Marzo de 2025

Muñecos brillantes o cómo convertir al teatro en un refugio: crónica de Las criaturas luminosas del jardín

UruguayEl País, Uruguay 9 de febrero de 2025

La Kompanía Romanelli se presenta en el Solís hasta el 16 de febrero con una obra para toda la familia. Es la historia de una anciana que recibe la visita de seres extraños en su jardín y va a las 17.00.

En algún momento, cuando hayan pasado 20 o 25 minutos desde el inicio del espectáculo, una niña, sentada con el torso inclinado, las manos apoyadas en la butaca de adelante, dirá, con la voz muy baja: "Mamá, ¿hay alguien atrás del muñeco?". La madre no tendrá tiempo de contestar, porque un niño, sentado exactamente delante de ella girará la cabeza y dirá: "No, no hay nadie". Lo hará por lo alto, con una fe de hierro, como si tuviera la certeza de que lo que está pasando en el escenario del Teatro Solís es una verdad absoluta.

Es jueves seis de febrero a las cinco menos diez de la tarde. Afuera del teatro el aire es tibio, pesado, el cielo es de un celeste rabioso, el sol calienta todo lo que está a su alcance. Dentro, en su sala inmensa y elegante, pasa algo inusual para un febrero cualquiera de un año cualquiera en Montevideo: cientos de niños y niñas se están acomodando en las butacas con sus padres, madres, hermanos y abuelos para ver teatro.

Está por empezar la primera función de Las criaturas luminosas del jardín, la obra de teatro negro de Kompañía Romanelli que hizo su primera temporada en julio de 2024 en la misma sala y que ahora regresó para hacer nueve funciones en febrero. Realizar una temporada durante los meses de vacaciones para las infancias fue una iniciativa de la dirección del Solís, una manera de decirles a los más chicos que el teatro también es un paseo de verano, un lugar donde refugiarse del calor, donde son bienvenidos.


"En julio vio mucha gente la obra, estuvo buenísimo. Creo que los espectáculos se terminan de armar con el público. Y cuando terminamos la temporada de invierno nos parecía que la obra todavía podía crecer más. Entonces, cuando nos ofrecieron estas funciones de verano nos parecía que era una buena oportunidad para que el espectáculo siguiera creciendo, y también para poder tener una temporada para los niños en esta época, que no vayan al teatro solo en vacaciones de julio. Ojalá se instale, porque no todos se van de vacaciones, en la ciudad queda mucha gente, hay niños aburridos en sus casas o en la calle, y la verdad es que hay muchas propuestas para adultos, algunas para niños, pero pocas para hacer juntos", dirá después de la función el director de la compañía, Martín Romanelli.

Pasadas las cinco de la tarde las luces de la sala bajan hasta apagarse por completo. El telón se abre y un círculo blanco, perfecto y brillante aparece en el medio del escenario como si fuese una puerta, la posibilidad de entrar en la historia, de asomarse a la fantasía.

No hace falta nada más, ese círculo vacío es suficiente para la primera expresión de asombro, un "ahhh" espontáneo y unánime que los niños volverán a repetir una y otra vez con cada muñeco nuevo que esté en el escenario.

La narradora es un personaje que habla y hablará durante todo el espectáculo con lengua de señas. A la par de una voz en off, serán quienes cuenten la historia. Entonces dicen: "Los hechos sobre los que les hablaré sucedieron a lo largo de cinco días. Les costará creer lo que contaré, pero confiando en su voluntad de imaginación, comenzaré mi relato".


La obra solo por intentar contar algo que no se cuenta relata la historia de una anciana que sueña con convertirse en grulla, un ave por la que siente fascinación desde niña. Todos los atardeceres se pone su traje de grulla, sale a su jardín y baila. Un día, entre las ramas, los árboles y las flores empiezan a aparecer figuras extrañas, ajenas, figuras fantásticas que vienen de distintos lugares, de distintos tiempos. Con ellas, la mujer comienza un viaje, una transformación hacia algo distinto.

El cuento viene de la infancia, del tiempo en el que Martín vivía en el campo, de las noches en las que acampaba con sus tres hermanos en el monte, de cuando, en las tardecitas, alrededor de las cañadas o tajamares empezaban a aparecer distintas especies, desde peces hasta horneros o, incluso, ellos, que montaban la carpa allí.

Esta historia, la que se está contando ahora, también sucede en el atardecer y, entonces, mientras en el escenario una anciana disfrazada de grulla baila alrededor de un árbol de manzanas, se escuchan los grillos, los pájaros, la brisa. Es extraño, porque aunque el escenario sea una caja negra donde vuelan muñecos de colores brillantes un ladrón de manzanas, unas orugas, un jinete, un dragón una puede ver el atardecer, el momento exacto en el que el día se mezcla con la noche. Al final, de eso se trata todo esto: de ver más allá.


Pasaron 20 o 25 minutos de la función cuando la niña pregunta si detrás de los muñecos hay personas y el niño gira la cabeza y dice que no y lo dice así, con el énfasis de un decreto, como si supiera como si un niño de cinco o seis años pudiera saberlo que la ilusión no puede terminarse tan pronto.

Será ese mismo niño el que, durante todo el espectáculo diga una y otra vez "mamá, mirá, mamá" y pregunte de dónde vienen esos muñecos, quiénes son esos seres de cuellos largos que lo hacen reír mientras roban manzanas, cuándo los va a poder tocar, por qué no vuelan hacia él. Será él el que se asombre, el que mire con los ojos bien abiertos, el que pregunte cuál es el malo, el que escuche a su madre decir que no hay malos, y será él, también, uno de los primeros en decir "ahhh" cuando la anciana, finalmente, pueda cumplir con su deseo y en el escenario suceda la magia.

Cuando termine la función, cuando los actores y las actrices que trabajan en la compañía estén guardando todo para la función del otro día, Martín, aún vestido completamente de negro y con la adrenalina en el cuerpo, sentado en uno de los camarines, dirá que en cada "ahhh", es decir, en cada grito o risa al unísono siente como si la sala respirara. Y es verdad. En cada "ahhh" parece que el teatro se expande, como si todas esas voces, como si todas esas risas, como si todos esos niños juntos pudieran hacer temblar las paredes.

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