Inventario de una vida en cosas
Sobres de regalos
Tengo todas las bolsas de las cosas que me compré y me gustaron
Sobres de regalos
Tengo todas las bolsas de las cosas que me compré y me gustaron. No las guardo para tener disponibles para llevar lo que sea adonde sea. No. Tengo de esas bolsas, pero estas son otras. Son bolsas que no funcionan como bolsas. Son los estuches de una joya que nunca tuve. O una parte de mi independencia .
Tengo las agendas de los años que pasaron, una encima de la otra , la turquesa también, en el cuarto cajón de la cómoda de madera con la mesada de mármol. No las leo nunca pero si quisiera podría saber lo que hice cada día: las entregas en el trabajo, las comidas con amigos, los festejos de cumpleaños, los almuerzos con la familia, las malas noticias, los turnos médicos.
Tengo cada una de las cédulas de identidad vencidas, los casetes de Jugate conmigo aunque no dónde escucharlos, los CD de Oasis aunque no dónde escucharlos, los VHS en los que grababa los videos de las canciones que me gustaban y que pasaban en MTV, pero no dónde mirarlos, el último capítulo de Verano del 98.
Tengo decenas de entrevistas a Diego Torres en Teleclic, Super pop, Chicas. No guardo las revistas completas, solo las hojas en que estaba él o hablaba él porque yo quería pensar como él; eso era ser fanática por los tiempos en los que me tocó la adolescencia. Saber qué le gustaba, qué no, qué comía, qué escuchaba y darle la razón en todo. Yo era una pupila.
Tengo los apuntes de la facultad. No los toco desde que me recibí pero los tengo cerca. Una nunca sabe. Tengo prendas de vestir que ya no me entran, que ya no me gustan, las vinchas de pelo que me ponía en los 90, los anillos de acrílico, cuadernos de la primaria, varias mochilas con agujeros, parte del uniforme con el que iba al colegio, entradas a recitales, los diarios íntimos de la infancia, con candado, cartas manuscritas de amigas que ya no lo son desde hace años, tantos mails, tan antiguos.
Tengo papeles de regalos que me hicieron y que abrí con delicadeza para no romperlos , para conservarlos, para dejarlos doblados, alisados, como mansos, en una caja con tapa violeta en el fondo del placard. Tengo libros que por algún motivo me regalaron y nunca voy a leer. Tengo en la casa de mis padres mi colección de gomas de borrar : tengo pianos, elefantes, arcoíris, corazones, bombones de chocolate, frutillas, limones. Nunca borré nada.
Tengo papeles de carta y sobres de Garfield, de Mickey, de Winnie The Pooh, de Snoopy. Están en sus paquetes originales sin abrir porque lo bueno era tenerlos, no usarlos. Parece que yo soy yo desde muy chica ya. Muchos venían con perfume. ¿Tendrán aun?
Tengo un álbum de stickers de felp a. La tapa alardea con la imagen de una bailarina de ballet que se ata las zapatillas en punta y por dentro, las hojas lisas para ser llenadas, un espectáculo: cerca de la casa en la que viví había un local que se llamaba Pell Mell o algo así y que vendía exquisiteces y de ahí tengo cisnes, patos ingleses, más aves, algunos canguros, jirafas y flores. Hay cosas sin lógica también. Hay un muñeco troll de cabello rosa, seguro lo conseguí en algún recreo tras intercambiarlo por algo repetido. Hace poco despegué uno y lo volví a pegar como si el tiempo no hubiera pasado.
Tengo al menos tres pares de zapatos rotos. No se pueden usar, tienen rajaduras, están podridos, completamente descoloridos pero importan por cuándo fueron comprados, por dónde fueron comprados, por las veces en que fueron usados para esa ocasión, para aquella, en varias más.
Tengo toda esta vida en cosas que se doblan, se gastan, se agujerean, se pierden, se consumen, se corroen, se vencen, se quiebran, se carcomen, se despedazan, se pulverizan, se llenan de moho y caben en pocos metros. Las tengo como una necesidad. Para recordarlo todo. Para no olvidarme de nada. Ni siquiera de lo que debería.