Poemas que siguen vivos
Me habían pedido que llevara un texto de Antonio Machado
Me habían pedido que llevara un texto de Antonio Machado . Lo primero que se me vino a la mente fue "Estos días azules y este sol de la infancia" . Pero es un solo verso -demasiado breve- y está impregnado de los últimos días de la vida del poeta -demasiado triste.
La invitación había llegado a través de María del Pilar Berzosa Esteban, presidenta del Centro Soriano Numancia de Buenos Aires . María del Pilar viene organizando un club de lectura que se reúne cuatro veces al año (una por cada estación), eventualmente en espacios ligados al Instituto de Historia de España de la UBA. Este mes, en la reunión correspondiente al otoño de acá y la primavera de allá, la convocatoria se centró en Antonio Machado: una suerte de anticipo de las celebraciones que sin duda irán sucediéndose a medida que se acerque el 26 de julio, fecha del 150° aniversario del nacimiento del autor de Campos de Castilla .
La idea, entonces, era reunirse para leer poemas o textos relacionados con Machado. Y resonaba aquello de "Estos días azules y este sol de la infancia".
Tras la muerte de Machado, el 22 de febrero de 1939, alguien encontró ese verso -¿el germen de un poema?- en un bolsillo de su saco. Fue lo último que escribió. No había pasado un mes desde que se había visto obligado a dejar España y partir hacia el exilio.
Todo indica que era un hombre bueno. Un manso. En un artículo publicado en Zenda , Miguel Munárriz cita el libro Camposanto en Colliour e, de Miguel Barrero, y rememora el dolor de Machado al observar el paso lento y los gestos devastados de las miles de personas que, como él, al finalizar la Guerra Civil Española emprendieron lo que luego se conoció como La Retirada : el éxodo de los derrotados, civiles y combatientes, a pie a través de los Pirineos, en medio de la nieve y el miedo a los ataques aéreos, rumbo a una Francia que los recibiría de mala manera. "Yo no debería salir de España -se cuenta que dijo el escritor-. Sería mejor que me quedara a morir en una cuneta".
No obstante, cruzó la frontera y llegó a Colliure. Pocas semanas después, moriría allí mismo. De neumonía. Y de pena.
Hay un concepto ligado al arte japonés en el que pienso mucho últimamente: mono no aware . Tiene que ver con la conciencia del carácter fugaz de la vida, la capacidad para contemplar la belleza de lo efímero. Hay algo agridulce en esta idea; cierta melancolía pero también aceptación, sensibilidad, compasión por el mundo y los seres que lo habitan.
La escritura de Machado, su textura, el universo en el que se inscribe, nada tienen que ver con la despojada estética oriental. Sin embargo, cuando leí por primera vez algunos de sus poemas algo en mi interior se conmovió como se conmovería, mucho tiempo después, al descubrir el sentido del mono no aware . Leer a Machado impulsa a aceptar el temblor de la vida, su exquisita fragilidad.
No hice una búsqueda exhaustiva; apelé a la memoria emocional -me temo que Serrat andaba en el inconsciente- , y concluí que lo mejor sería compartir, en el encuentro con la gente del Centro Soriano Numancia, el poema "A un olmo seco". Todos alguna vez lo escuchamos. Se sitúa en los comienzos de la primavera boreal: "Al olmo viejo, hendido por el rayo/y en su mitad podrido,/con las lluvias de abril y el sol de mayo/ algunas hojas verdes le han salido".
Volver a leerlo fue volver a verlo. El paisaje castellano, los ocres donde aún resiste el invierno, el árbol muerto al que le espera el hacha, la violencia del viento, el deshacerse entre insectos y musgo o en las llamas de alguna fogata. Y la rama endeble, nueva, tierna. "Mi corazón espera/también, hacia la luz y hacia la vida,/ otro milagro de la primavera", cierra, en una invocación laica, sin tiempo, quizás universal.